Kissinger, el diplomático criminal de guerra

Tras el fallecimiento del exsecretario y asesor de seguridad Henry Kissinger, no podía faltar el mensaje vacuo de nuestro expresidente Iván Duque, quien en su cuenta de X se dice apesadumbrado y vaticina, con inusitada precisión, que “su legado perdurará a través de las décadas”.

Y es que no es para menos. Todavía hoy hay bombas de racimo en Laos y Camboya como parte de los esfuerzos secretos por ganar la guerra perdida en Vietnam. Más de dos millones de toneladas de bombas fueron arrojadas en Laos entre 1963 y 1974. Hay quienes sostienen que sin la desestabilización sufrida por los bombardeos, Camboya no habría caído en manos de los Jemeres Rojos. La cruzada anticomunista orquestada por Kissinger en el sudeste asiático llevó a una de las mayores intervenciones aéreas en la historia de los Estados Unidos. Las cifras están del lado de Duque.

Los legados del criminal de guerra (otros le dirán diplomático) también son parte de la historia reciente de América Latina.

Kissinger diseñó la política que pretendía impedir que el Gobierno chileno democráticamente electo de Salvador Allende pudiese avanzar. El apoyo a la dictadura fue abierto y feliz. Hay un extenso material de fuentes primarias desclasificadas y consultables a la vuelta de un clic que lo comprueban (Kissinger alentó a Pinochet, en 1976, con un “queremos ayudarlo, no socavarlo. Usted le hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”).

En palabras del historiador estadounidense Greg Grandin, uno de los grandes conocedores de las andanzas de Kissinger, sus elogiosos obituarios “revelan la quiebra moral de las élites estadounidenses”. Ha sido tan amplia la andanada de reconocimientos que Grandin afirma, con algo de sorpresa, que la muerte de Kissinger alecciona tanto como su vida.

Que Duque y tantos otros quieran congraciarse con Washington pasando por encima de las historias de dolor y violencia de sus propios países es tan lamentable como predecible.