La diplomacia colombiana en materia de drogas merece un aplauso

De paso por Colombia y tras visitar cultivos de coca en Caucasia (y darse su obligatorio paseíto en helicóptero para mirar desde arriba “el problema”), el director de la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas, Rahul Gupta, soltó la siguiente frase de cajón: “el tráfico ilícito de drogas y las organizaciones criminales transnacionales que lo perpetúan son un problema global que exige asociaciones y soluciones globales”.

Desde luego, esa apelación a lo global, esa falsa familia y camaradería, nada tiene que ver con las consecuencias locales de la guerra contra las drogas. Por lo mismo, el Gobierno de los Estados Unidos no tardó en dejar la cordialidad para pedir que continúen las erradicaciones forzadas. De las “soluciones globales” pasamos a las imposiciones locales. Aun así, el ministro de la Defensa colombiano anunció una meta de erradicación inferior a la fijada para el 2023.

La posición fue ratificada por el propio Petro ante la Naciones Unidas durante su intervención en las Sesiones de la Comisión de Estupefacientes que arrancaron en Viena el jueves pasado. El presidente dio a entender en su intervención virtual que a los campesinos cultivadores se les dará algo de oxígeno mientras las energías represivas se concentran en las incautaciones.

En Viena, recordémoslo, está la sede de la ONU contra la Droga y el Delito. La misma agencia que mantiene el statu quo en materia de prohibicionismo y en oposición a las críticas provenientes de la oficina de la ONU encargada de los derechos humanos. Cualquiera sea el impacto real de los celebrados decomisos (y aun si estamos ante un esfuerzo quijotesco), hace bien el Gobierno en enfilar sus baterías diplomáticas hacia Viena (un espacio local en el que se juega lo global).

Falta por recorrer un trecho largo, pero ya no somos únicamente el actor internacional que sueña con un cambio. Más de 50 países reconocieron el liderazgo del equipo diplomático colombiano.