Así mismo quedó escrito en el informe de las Naciones Unidas que dio origen científico al prohibicionismo y, en este caso, a la inclusión de la coca en la Lista I de la Convención Única de Estupefacientes de 1961.
El “Informe de la Comisión de Estudio de las Hojas de Coca” tiene por origen una investigación realizada en Perú y Bolivia a principios de los años 50 entre los indígenas y mestizos masticadores de coca. Para tal efecto consultaron, entre otros, a médicos y, por supuesto, a militares.
La preocupación de los interesados era similar a la que suponía el consumo de chicha para las autoridades colombianas por la misma época: no hay higiene y sobra salvajismo. Había que civilizar.
A tono con las creencias científicas del momento, el informe desborda en racismo. Partiendo, acaso, de un interés sincero por entender los efectos de la masticación de la hoja de coca, el resultado de las preguntas fue una y otra vez sesgado. En vez de grandes disquisiciones sobre su valor ritual, en algún punto del informe sus autores se atrevieron a lo inefable: “¿Puede el hombre blanco aclimatarse completamente a 4.000 metros de altura?”.
A medida que avanza el informe, lo que había sido descrito inicialmente como un hábito y no una toxicomanía pasa a ser, simplemente, “el vicio de la masticación”. Nada raro, si se constata que el índice del capítulo V, sobre la masticación de la coca, incursiona en detalles como el de “la degeneración racial”.
Y de ahí a las conclusiones, seguidas de las famosas recomendaciones, cuyas consecuencias persisten al día de hoy: “La sustitución es posible y desde luego recomendable”.
Concluyen, por ejemplo, que mascar la hoja de coca acarrea “modificaciones desfavorables de naturaleza intelectual y moral”. Como es bien conocido, “recomiendan suprimir gradualmente la masticación de la hoja de coca”. Proponen 15 años para ello, pero otros piensan que con cinco es más que suficiente.