Bajo Duque, pasamos de un ministro de Defensa incapaz de evitar el bombardeo de un campamento guerrillero considerado amenaza nacional pese a la presencia de menores de edad, a uno que desconoce fallos de la Corte Suprema de Justicia. Da pavor pensar en el que sigue.
Guillermo Botero era impresentable.
Su manejo de la Inteligencia llevó a que el presidente usara fotos sobre la supuesta presencia del Eln en Venezuela que no correspondían con la fecha de un informe presentado a la comunidad internacional.
Bajo su administración supimos de las nuevas directivas del Ejército para duplicar resultados y la seguidilla de antesalas a los falsos positivos.
Tras el asesinato de Dimar Torres, excombatiente de las Farc-Ep, dijo que se trataba de un enfrentamiento, como lo justificó en su momento el Ejército.
De la protesta social afirmó que estaba penetrada y financiada por el narcotráfico.
Cuando se discutió el reemplazo de Botero, los más pacientes hicieron énfasis en una persona prudente que generara confianza y ejerciera liderazgo. Duque, Uribe y los demás pensaron, mejor, en un presidenciable.
Así llegamos al preocupante caso de Carlos Holmes Trujillo como ministro de Defensa.
Ya lo vimos en ataques personales y amenazas a sus opositores, como si no se tratara de un ministro (un día, Robledo; otro día, Petro; mañana, el que se atreva).
Ante masacres y asesinatos de líderes sociales, el ministro de Defensa repite el libreto de sus predecesores (volver al glifosato, mar de coca, etc.).
El esguince claramente dictatorial a la Corte Suprema y a su llamado para que se reconozca que el Esmad incurrió en excesos en noviembre de 2019 casi que era de esperarse.
Un nuevo asesinato ocurrido tras el disparo de un miembro del Ejército en Miranda, Cauca, fue registrado como “mujer resultó muerta”. Lo explicó así el Ejército y lo retomó el ministro.
O no quieren o no pueden, pero los ministros de Defensa de Duque jamás ejercen el poder civil sobre los militares.