Más allá del horizonte, con puntos de fuga cada vez más lejanos, está la utopía. Ese concepto, cuyas raíces son griegas, tuvo en el Renacimiento un cultivo singular en escuelas de pensamiento y, siglos después, seguimos buscando ese lugar que no existe en ninguna parte. La utopía, después de todo, tiene un sentido de movilidad, de indagación, de alerta y, seguramente, de esperanza. Según el cineasta argentino Fernando Birri, la utopía sirve para caminar.
La construcción de la utopía está llena de reveses. Y no por eso hay que desistir de la idea de transformar el mundo. De convertirlo en “un lugar feliz”, como quería Pancho Villa hacerlo en México. Puede ser que los mismos fracasos se conviertan en una suerte de llamado a no desistir. No importa, como dice una letra de Benedetti, que la utopía esté “lejos como un horizonte”. Hay que seguir cantando. “Porque los sobrevivientes / y nuestros muertos quieren que cantemos”.
Dicho lo anterior, y en un universo en el que las ultraderechas, el neofascismo, los neonazis, los que ven en la democracia un ejercicio que hay que exiliar, el triunfo electoral de Bolsonaro en Brasil es un retroceso en la búsqueda de un “mundo mejor”. Un empeoramiento. Y si los antecedentes de quienes lo precedieron, que casos hubo en que aplicaron el neoliberalismo y la corrupción (caso Lula da Silva), no era para que el pueblo brasileño corriera una suerte tan miserable como la de elegir como presidente a una especie de delirante sátrapa tropical.
Qué progreso puede haber para el humillado y ofendido con un sujeto como el elegido, que está a favor de la tortura y que plantea que un policía que no mata, no es un buen policía. Qué bienestar podrían conseguir los más de doscientos millones de brasileños con un exmilitar que durante sus 26 años de congresista siempre fue un tipo oscuro y sin proyectos significativos.
Sigue a El Espectador en WhatsAppQué puede ser beneficioso para las mayorías el planteamiento de Bolsonaro de ir contra la conservación del medio ambiente. Su irracional posición le ganó abrumadoras simpatías de un grupo político, muy poderoso y peligroso, llamado Coalición, Carne, Biblia y Bala, que entre sus objetivos tiene la defensa de la deforestación para adecuar los campos a la ganadería.
Qué de interesante para el bienestar colectivo puede ser la actitud de un político mesiánico, aupado por la extrema derecha, que tiene como uno de sus ídolos al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los más encarnizados torturadores del ejército brasileño durante la dictadura. De esta, de espantosas persecuciones, desapariciones y otros atentados contra la dignidad humana, el presidente electo brasileño ha dicho que le faltó matar más opositores.
Bolsonario, neoliberal acérrimo, pretende, con el pretexto del pago de la deuda externa, la privatización de la economía en lo que va a ser un gobierno de las élites y para las élites. La militarización de la educación es otra de sus ambiciones, con el nombramiento, según ha dicho, de un “chafarote” como ministro del ramo. Es, en su perspectiva de poder, un aliado de los terratenientes y un enemigo de la Amazonia, en la que podría dar vía libre a la minería ilegal y al arrasamiento forestal.
El nuevo presidente entra a engrosar la nómina de malhadadas figuras que fomentan el autoritarismo, la antidemocracia y la limitación de los derechos, sobre todo los de expresión y pensamiento. Homofóbico y racista, Bolsonaro representa la ideología de la represión y de ir en contra de la libertades públicas e individuales. “Ni un milímetro más de tierras para los indígenas”, ha expresado, aunque no ha tenido empacho en apoyar la gran propiedad latifundista.
Ya Donald Trump, a quien Bolsonaro quiere parecerse en sus discursos nacionalistas y neofacistas, le ha hecho los respectivos guiños al que puede ser uno de sus aliados más importantes en Sudamérica, con el que hará, además, convenios comerciales y en el campo de la defensa. El mercado brasileño, además de sus riquezas naturales, es clave para la Casa Blanca.
La ola ultraconservadora que hoy copa buena parte de Europa y Estados Unidos, se prolonga en América Latina, ahora con el misógino y militarista Bolsonaro. “Toda la campaña de Bolsonaro fue armada por sectores evangélicos de EE. UU. Hay un grupo de extrema derecha de origen norteamericano, el Instituto Millenium, representado por el economista (neoliberal) Paulo Guedes, que actúa en Brasil para organizar y formar a una generación de jóvenes de derecha muy beligerante”, dijo el teólogo brasileño Frei Betto.
El reto para los pueblos de América Latina es continuar la lucha por la libertad, el progreso y el bienestar para todos. Es seguir cantando por la conquista de la utopía. “Cantamos porque creemos en la gente / y porque venceremos la derrota…”.