Sombrero de mago

El paro de los mineros ancestrales

Reinaldo Spitaletta
29 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

El oro puede enloquecer, como lo hizo con millares de invasores del Viejo Mundo, alucinados por El Dorado y muertos o enajenados por la irrefrenable codicia. O como lo advirtiera Colón, en una de sus cartas, que con el oro “se pueden enviar incluso almas al paraíso”. Con la explotación aurífera de parte de multinacionales, como viene sucediendo desde hace muchos años en Colombia, se han esterilizado extensas zonas, antes verdes y productivas.

En Antioquia, cuya historia se basa en el oro, como se puede leer, por ejemplo, en la trilogía Hace tiempos, de Tomás Carrasquilla, o como bien se puede desentrañar de algunos relatos del ingeniero Efe Gómez (además, trabajador de una de las minas más importantes que hubo en Colombia, El Zancudo), digo que en esta parte del país el oro ha brillado para extranjeros, pero también para los lugareños. La minería artesanal, o, en otro sentido, ancestral, se practica en territorios del Bajo Cauca, el Nordeste y otros.

Segovia y Remedios son viejas poblaciones antioqueñas, con una rica historia que trasciende la explotación aurífera (que se ha practicado en estos contornos por más de 200 años). Están llenas de leyendas, de fiestas populares, de tradiciones culturales, de folclor que narra el uso de brebajes y otras brujerías. Y también de relatos de la violencia de ayer y hoy.

Uno de los sucesos más espeluznantes de la barbarie paramilitar sucedió el 11 de noviembre de 1988 en Segovia. El grupo Muerte a Revolucionarios del Nordeste, liderado por Fidel y Carlos Castaño, asesinó a 45 personas y dejó heridas a más de 60. Es, de otra parte, tradicional la capacidad de resistencia civil y de defensa de reivindicaciones sociales de los habitantes de esta población, asediada por la violencia y las ambiciones de diversas organizaciones legales e ilegales.

Colombia suscribió con Canadá un Tratado de Libre Comercio. Uno de los beneficiarios, entre otros consorcios mineros, fue la Gran Colombia Gold, que exigió al país el desalojo de los mineros artesanales, en particular en Segovia (también en Marmato), para poder llevar a cabo la explotación del metal. Los mineros ancestrales, ante el desamparo en que los sumió el Estado colombiano, y las trabas para la comercialización del oro, decidieron declararse en paro desde julio en Segovia y Remedios.

Y como en Colombia, tal cual lo pintó hace años Gaitán, tras la masacre de las bananeras en 1928, el Gobierno siempre tiene lista la metralla homicida contra el pueblo y la rodilla en tierra ante “el oro yanqui”.  Bueno, en este caso, ante los intereses de los canadienses. La protesta ha sido desde el comienzo vapuleada por el Esmad, que, según las denuncias, llegó dando patadas, tumbando las ollas del sancocho popular y “repartiendo gases a diestra y siniestra”.

El paro indefinido, suscitado por la prohibición oficial de la minería ancestral, para favorecer a la transnacional canadiense, paralizó las actividades económicas de las poblaciones, hasta el punto de una crisis en el abastecimiento de víveres. Una caravana de solidaridad se movilizó desde Medellín este último fin de semana para ayudar a los afectados por la emergencia y como muestra de respaldo a las peticiones de los más de 7.000 mineros.

El movimiento reivindicativo, según sus organizadores, es una repulsa contra varias situaciones, entre ellas, “la creación de unos decretos y resoluciones que están impidiendo la acción minera ancestral en las zonas”. En efecto, el decreto 1102 tiene bloqueada la comercialización del metal y “nuestros mineros no pueden vender el oro porque el comprador de oro consigna sus remesas y cuando van a retirar sus dineros, el área bancaria se los retiene”, dijo el secretario general de la Confederación Nacional de Mineros de Colombia, Rubén Darío Gómez.

“Somos mineros de tradición, que no somos terroristas, eso ¿quién se lo inventó? Venimos protestando en defensa propia, porque nos han robado los recursos de Colombia”, dice un rap que suena por todo el Nordeste antioqueño. “La riqueza de nuestra gente la vendió el presidente”, canta el rapero Vélez Nay en su tema Barras de oro, que además advierte que los mineros ancestrales no pertenecen a bandas criminales.

El paro de los mineros ancestrales de Segovia y Remedios vuelve a poner en evidencia que el Estado colombiano favorece a las transnacionales, y que el Gobierno, en la aplicación de su doctrina neoliberal, ha continuado con la tradición de entrega de los recursos naturales a los intereses foráneos. ¡Ah!, y a lo mejor para el presidente, como suele pasar, el tal paro minero no exista.

 

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