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Inocencio Díez y Tululo III

Ricardo Bada
22 de junio de 2012 - 12:03 a. m.

Me encantan libros como La cosa empieza con que falta el punto final, admirable colección alemana de dislates escolares y administrativos, tan divertida como la Antología del disparate («Animales polares son la Osa Mayor y la Osa Menor», «Felipe II nació en Valladolid mientras su madre se encontraba en Austria»), o ¡Qué porquería es el glóbulo! («Colón fue el mejor navegante del Uruguay, y algunos niños dicen que fue el mejor de América; maestro, yo no sé más porque andaba ayudando a la Directora, que estaba barriendo el patio»).

La coletánea alemana es facsimilar y desternillante. Traduciré un par de ejemplos traducibles:

«—¿Hay un archipiélago frente a la costa portuguesa, y si lo hay, cómo se llama? —Sí, hay uno, y me llamo Schmidt». «Las setas crecen siempre en lugares húmedos y por eso tienen el aspecto de paraguas». «Acta de los Ferrocarriles Federales Alemanes || La obrera Anneliese Aden, de Mingolsheim, se arrojó el 11.10.1970 a las 12.24 delante de la locomotora E 604. El motivo se supone que fue suicidio. Fdo.: (ilegible)». «Para los desocupados en la vieja Roma sólo había dos posibilidades: Penes et circenses». O la respuesta de la Ópera Municipal de Heidelberg a una demanda ad hoc: «Estimada Sra. Mangold, las damas del coro reciben salarios menores que los señores empleados en el mismo, porque son más fáciles de conseguir». Y para completar la media docena, este último botón de muestra: «Hay pueblos donde el hambre es el pan nuestro de cada día».

Estuve repasando este librito después de que mi amiga Ana Nuño me mandara un video muy divertido sobre el amor en los tiempos del WhatsApp, acompañándolo de una explicación por si acaso yo no sabía todavía qué cosa es WhatsApp, y la pura verdad es que no lo sabía.

Ese email se lo reboté a un montón de amigos, entre ellos también a mi sobrina Mónica, en Huelva, quien me comentó que como ellos, en Andalucía, WhatsApp lo pronuncian “guasa” [=aproximadamente “mamadera de gallo”], así como suena, «la primera vez que vi su nombre escrito entré en estado de shock. De verdad, que no me lo podía creer».

Le contesté que eso me recordaba bastante el caso del diario que puso como pie de foto «Inocencio Díez» bajo una reproducción del retrato que hizo Velázquez del Papa Inocencio X, o el de la maestra andaluza que se encontró en algún examen con que un alumno había respondido, a la pregunta por un gran pintor francés, con el nombre de Tululo III. Tras mucho darle vueltas al asunto descubrió que el alumno se refería a Toulouse Lautrec. Y que la culpa no era 100% del crío, sino de su propia pronunciación gaditana del nombre: Tululotré.

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