La novela Riverita, de Armando Palacio Valdés, se publicó en 1886, cuando España todavía usufructuaba colonias: Cuba, Puerto Rico, Filipinas. Y don Armando nos presenta en ella un personaje cubano, Arturo del Valle, y no sólo éso, transcribe socarronamente su fonética: “Figuraba en la Academia de Jurisprudencia como orador de esperanzas, y había fundado una sociedad para la abolición de la esclavitud.
El número de asambleas y banquetes que su iniciativa había promovido, era incalculable. El número de folletos que había escrito en apoyo de sus ideas generosas tampoco podía apreciarse con exactitud. En estos folletos solía venir debajo del título, un pésimo grabado representando un negrito de rodillas y aherrojado con las manos levantadas al cielo. En los banquetes figuraba también otro negrito, pero de carne y hueso. A los postres, rara vez dejaba Valle de levantarse, diciendo en voz alta y solemne:
‘Se me dise, señore, que ahí afuera hay un hombre de coló que desea fraternisá con nosotros. ¿Tenéis inconveniente en que esta víctima de la injusticia social entre a saludaros?’.
‘¡Que entre, que entre ahora mismo!’ gritaba la asamblea, presa de entusiasmo abolicionista. Entonces Valle abría la puerta y sacaba de la mano al negrito, el cual se dejaba abrazar de todos los comensales entre vítores y aplausos. Y después se emborrachaba como cualquier blanco”.
Este final no es políticamente muy correcto para los criterios actuales, pero sea. Sólo que la Historia es maestra que mucho enseña, y al cubano Valle, afincado en la metrópoli, le enseñó en demasía. Así, no pasaron muchos años, y lean ahora en qué vino a parar tanta solidaridad con lo que aún no se llamaba tercer mundo:
“Valle hacía ya tiempo que era conservador, y de los más intransigentes. De aquella fervorosa manifestación de entusiasmo democrático sólo quedaba en las librerías de viejo algún folleto abolicionista, con su correspondiente negrito aherrojado en la cubierta, las manos levantadas al cielo en demanda de justicia. El negrito auténtico, el de carne y hueso que asistía a los banquetes abolicionistas, hacía ya tiempo que había desaparecido de Madrid sin que nadie supiese dónde había ido a parar. Tal vez cansado y ahíto de las comidas sentimentales, se hubiera marchado al África a reponer el estómago con los platos más nutritivos de la cocina antropófaga”.
Ya no se trata de una expresión políticamente incorrecta sino de un arrogante racismo mal oculto por un chiste de mal gusto. En cualquier caso, a los investigadores de la literatura española les estoy ofreciendo aquí un terreno aún no desbrozado, que yo sepa. Y creo que se van a llevar una sorpresa mayúscula.