Álvaro Gómez, según Constain

Santiago Montenegro
07 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Juan Esteban Constain ha escrito un gran ensayo sobre Álvaro Gómez, un trabajo que no tiene pretensión de biografía exhaustiva o de historia académica sobre el dirigente conservador y sobre el siglo XX colombiano. Precisamente, en esa capacidad de ensayo radican las fortalezas y las debilidades de este trabajo, que merece ser leído como contribución a un debate razonado que debemos dar sobre nuestro pasado y, por lo tanto, sobre nuestro presente.

Es un libro muy bien escrito, que se lee de un tirón, una mezcla de conceptos generales sobre el siglo XX y de hechos puntuales y sorprendentes y poco conocidos, como la trágica muerte de Rafael Gómez, hermano de Álvaro, en un accidente de aviación, tan solo un mes antes del golpe militar del 13 de junio de 1953; o la grabación de la exposición sobre el barroco, que dictó Álvaro Gómez minutos antes de ser asesinado, al salir de la Universidad Sergio Arboleda. Son muchos los puntos a comentar, pero por espacio solo planteo tres.

Primero, es cierto que para discutir la vida y la obra de Álvaro Gómez es imprescindible hablar primero de su padre, pero uno queda con la sensación de que es más un libro sobre Laureano que sobre su hijo.

Segundo, Constain no niega, y por el contrario acepta, el papel que jugaron Laureano y Álvaro en la exacerbación de la violencia en los años30 y 40, pero argumenta que esa responsabilidad no fue solo de ellos, que todos los partidos y dirigentes políticos fueron igualmente corresponsables, que ese era un ethos de los colombianos. Además, afirma que Colombia fue siempre un país violento, desde los albores de la república, y también plantea que la llamada Violencia, con mayúscula, no comenzó en 1946, sino en 1930, con la llamada República Liberal. De esa forma y sin mencionarlo, Constain está de acuerdo con los llamados “violentólogos” y con buena parte de la izquierda, quienes afirman que Colombia siempre ha sido un país violento, pero como ellos desconoce los trabajos de los historiadores profesionales, como Jorge Orlando Melo, quien en su último libro afirma que en el siglo XIX hubo “mucha más política que violencia”, o la obra de Margarita Garrido y sus colegas de El Externado, quienes argumentan que, entre 1830 y 1946, solo hubo 11 años de violencia.

En tercer lugar, este libro resalta la denuncia que hizo Álvaro Gómez al final de su vida sobre lo que llamó El Régimen, con mayúscula, un concepto vago e impreciso, responsable de la violencia, de la corrupción y, en general, de todos los males del país, al cual era necesario tumbar. Según Gómez, en El Régimen estaban los partidos políticos, los dirigentes, los gremios, los empresarios, la justicia, una institucionalidad de la que él mismo hizo parte y que en sus últimos días pareció rechazar, aún después de la Constitución de 1991, la que él mismo ayudó a concebir y a redactar. ¿Sí eran responsables? ¿Y, si lo eran, con quién habría que reemplazar a los partidos, a los gremios económicos, a los jueces y a los dirigentes políticos? Son incógnitas que Álvaro Gómez jamás aclaró y que, gracias a este valioso ensayo, salen, no solo a flote, sino que invitan a convocar a un debate razonado y respetuoso sobre nuestro pasado y sobre lo que debemos hacer para tener un mejor país.

 

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