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Hombres, ¿protectores o depredadores?

Vanessa Rosales A.
12 de febrero de 2021 - 03:00 a. m.

Qué significa ser varón. Qué implica ser “un hombre de verdad”. Con qué hemos asociado la masculinidad. Cómo actúan los varones en aras de hacer visible su sentido de “virilidad”. Cuáles son esas lecciones, esos códigos, esas formas, esos aprendizajes.

Nuestro tiempo está colmado por discusiones que remiten a las orillas del movimiento de las mujeres, a su libertad e igualdad. Se habla con ferviente reiteración -y desde un tiempo largo ya- sobre reconsiderar lo que fue codificado como femenino. Se han desglosado los prototipos, se han disputado las expectativas. Se ha insistido en que mucho de lo que se ha usado para prescribir a las mujeres es también consecuencia de una larga fabricación social. Se habla sobre eso en los debates públicos, en las redes, en la cotidianidad. Una premisa. Así como lo femenino, la condición de mujer, corresponde a un acervo de codificaciones construidas, así también sucede con lo masculino. Ser varón, ser viril, ¿qué convoca? ¿Qué atributos se activan en nuestras asociaciones y percepciones automáticas?

El relato de una escena. Hace unos días una joven y su amiga se encontraban en Bucaramanga, en un lugar de su barrio, una tarde apacible. Un varón (de setenta años) insiste en lanzarles comentarios lujuriosos. Comentarios sexuales, verborreas de impulsos libidinosos. Cuántos varones no creen que es su derecho o su potestad poder verbalizar lascivia hacia mujeres que no conocen, que tienen cerca, que pasan frente a sí, que están allí, a la vista. Cuántos no lanzan esas palabras invasivas a mujeres que no desean recibirlas, que van transitando el andén, involucradas en sus asuntos; mujeres que están allí, silenciosas, en el transporte, esperando llegar al sitio donde trabajan, viven o a donde se dirigen. Los tipos de palabras que conocen millares de mujeres, que las estremecen en un revoltijo interno que puede combinar pánico con ira. No son palabras bienvenidas. Repelen, atemorizan, lastiman.

Sin embargo, la escena da un giro hacia algo que también puede ser altamente familiar en la experiencia femenina. De alguna manera, las mujeres responden, posiblemente exaltadas, y exigen al varón que cese los comentarios. Se ven obligadas a lo que no debería pedirse, a lo que debería ser extraordinario: a poder existir, en paz, en ese espacio y en cualquiera, respetadas. Seguras. El temor que sienten millares de mujeres en el espacio público inhibe su sentido de libertad. Aún así, ante el reclamo de respeto que se le exige, la respuesta del hombre es lanzarle un botellazo en la cara a una de las mujeres a las que cree tiene derecho a aturdir.

Esta escena no es aislada. No es un episodio suelto. No es un incidente al azar. Es un patrón. Y es, de manera predominante, una actitud masculina. Viene, en la mayoría de los casos, de los varones. Lo saben. Lo hemos vivido incontables mujeres cuando respondemos, iracundas, hastiadas o intimidadas por una lujuria invasiva y no-solicitada. Entonces el varón que ha avanzado con su comentario puede tornarse irascible y recurrir al insulto. ¿Qué espera un hombre cuando lanza ese tipo de palabras a una mujer desconocida? ¿Qué está pensando? También puede trasgredir, como en este caso, el mundo de las palabras y lastimar físicamente a la mujer que antes, hacía unos instantes, era supuestamente “deseada”.

¿Cómo desean los hombres? ¿Cómo miran? ¿Cómo tratan a las mujeres en la calle, en los espacios compartidos? Este tipo de episodio recurre día a día, en geografías múltiples y suele venir de la orilla masculina. Puedo advertirte incómodo, estimado lector. No es infrecuente que sean varones justamente quienes brinquen, ansiosos, prestos, a defender con velocidad que no son todos los hombres.

Efectivamente, las estadísticas y los patrones no son totalizantes pero sí altamente demostrativos. Hay algo más que resulta curioso. Los hechos, las cifras, lo cuantificable, todos han sido fórmulas para medir el mundo que han sido emparentadas con las lógicas de una racionalidad entendida como “masculina”. Es la racionalidad instrumental que alardea de ser objetiva y viril. Ante las cifras, ante lo fáctico, lo estadístico, muchos varones, sin embargo, no responden como se esperaría ante el tipo de evidencias que ellos mismos tendrían que encontrar como muestras claras de una realidad que se acumula y se repite. Porque las recurrencias sistemáticas sí reflejan algo que más allá de la incomodidad que puede generar esta confrontación, está allí, nítido: que estas actitudes, de acoso, de instigación, de virulencia cuando una mujer exige que no le lancen palabras lascivas, vienen sobre todo de segmentos masculinos.

La misoginia entrena bien para que las personas no den crédito a lo que las mujeres experimentan o dicen. A pesar de que las cifras señalan que se trata de algo sistemático, que recurre, que se repite, a pesar de las evidencias, prima en muchos hombres la necesidad de desmentir, de afirmar que se trata de burdas exageraciones, de histerias ficticias.

Quiero hablar sobre la masculinidad benévola. La masculinidad cuidadora. La masculinidad protectora. No se alebresten los segmentos feministas tampoco. No hablo de la masculinidad condescendiente. No. No hablo sobre la masculinidad que se concibe salvadora porque se cree superior y en asimetría. Hablo sobre una masculinidad que no escoja depredar, sino proteger.

Me han espetado antes, y he sido objeto de burla por usar un término que para muchos y muchas resulta un oxímoron: una masculinidad feminista. Para acoger un término semejante es preciso salirse de los contornos que impulsan entendimientos simplificadores cuando se trata de leer lo que es el feminismo. Como adjetivo, lo feminista también es aquello que busca diluir toda forma de opresión, una política amorosa que, como decía bell hooks, busca liberar a niños y niñas, a mujeres y a hombres. Puedo comprender la discrepancia, la colisión y la distancia del concepto. Sin embargo, no concibo otra forma de revolución integral si ésta no involucra una reconfiguración de lo masculino también.

¿Nos preguntamos lo suficiente por qué cuando un séquito de varones ve a una mujer a solas sienten que pueden ejercer sobre ella violencia sexual, verbal o física? ¿Nos preguntamos lo suficiente por qué estas actitudes, de acoso, de incisión, vienen por lo general de segmentos masculinos? Los debates feministas, que son amplios, múltiples, extensos, ¿están pensando lo suficiente en cómo se están criando a los niños varones?

Una de las cosas que suelen aprenderse en cierta forma de masculinidad predominante es que ésta no cuida. Organizaciones como la ONG Promundo están demostrando, desde 1997, que si recodificamos lo que se ha entendido por “viril”, si los varones participan en actividades cuidadoras, si se incentiva eso en lo masculino, los índices de violencia colectivos en las comunidades disminuyen, los avances de igualdad y libertad se amplían. A veces, en medio de la vórtice, se olvida que lo patriarcal también prescribe a los varones, que les enseña a habitarse dentro de prisiones, donde no pueden desplegar emociones, donde deben ejercer unas fuerzas de proveedor sin límites, donde no deben tener conversaciones íntimas sobre los estados de sus estados psíquicos. No se puede perder de vista que la masculinidad también entraña unos rótulos hirientes, que deshumanizan.

Los padres también pueden ser fundamentales en crianzas feministas. Fue el padre de Malala Yousafzai quien impulsó trasgredir ese orden sórdido que negaba a su hija, por ser mujer, el derecho a la educación. Es un padre el modelo primordial de lo viril para un niño. He escuchado a amigos de mi juventud, que al ser padres ven de súbito cómo les alcanzan sus propias perspectivas sobre las mujeres. Si tienen hijas, les atemoriza que crezcan, que se hagan seres sexuales porque reviven sus propias conductas, sus incrustadas misoginias. Esas que deshumanizan a las mujeres. Que las ven como cosas y no como humanas.

Es insólito que en pleno siglo XXI las mujeres deban seguir calculando las ropas que llevan, que aún sientan el vértigo ante los comentarios que podrán recibir en un andén, que sientan el desolador desamparo de existir a solas en el espacio compartido, público, sin ser libres. Es insólito que las cifras no permitan ver lo que es evidente, lo que está allí, lo que es violencia diaria, feminicidio. No es suficiente con la ira y la lucha feminista, no es suficiente con la consciencia del movimiento de las mujeres, no es suficiente todo lo que hace la orilla femenina. Sin la reconsideración de lo que hemos establecido como masculino, no habrá revolución. Qué escoges entonces, querido lector.

vanessarosales.a@gmail.com, @vanessarosales_

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Mar(60274)13 de febrero de 2021 - 03:21 a. m.
Religión machista da como resultado gente machista, como contaba el columnista Alberto López de Mesa, que entre los indígenas la presencia de iglesias evangélicas y católicas lograban hombres machistas y la religión mantiene en la ignorancia a la gente que la practica, son como zombies que no analizan, los manejan con el miedo, con el cruxifijo, con la tortura, con el infierno y son muy débiles
  • Mar(60274)13 de febrero de 2021 - 03:21 a. m.
    para salir de ese estado.
Jota(18886)12 de febrero de 2021 - 10:54 p. m.
Mientras que la ley no se aplique en toda su esencia y que para aplicarla haya jueces probos, rectos y que actúen en justicia, nuestras mujeres seran objeto de otra afrenta como es la revictimizacion.
jose(60774)12 de febrero de 2021 - 09:56 p. m.
Excelente columna, pero ¡Cuánto nos falta por aprender y de paso desaprender conductas!, y por supuesto me refiero a la sociedad y a los hombres (nosotros) en particular
Atenas(06773)12 de febrero de 2021 - 02:26 p. m.
Pues escojo, querida columnista, q' siendo fáctico lo q' con tan prolijo celo desmenuza, la existencia de tanto macho cabrio q' juzga como objeto a la mujer y de agresiones la cubre si ella reclama, no es el caldo general, pese a su advertencia de la excepción inadmitida. Y sin prisa pero sin pausa, la mujer adquiere lo q' de natura le pertenece, amén de lo q' del entorno mucho se fortalece. Lo +sublime
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