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Delito de lesa humanidad

“¡Señor, tenga más cuidado que no lleva vacas!”, atinó a gritar con furia el caballero que iba a mi lado en Transmilenio, después del sacudón que nos metimos los más de 200 pasajeros que íbamos en el servicio B14, a las seis y media de la tarde, rumbo al Portal del Norte.

Úrsula Toro Uribe*
10 de mayo de 2013 - 06:00 p. m.

Detesto salir de clase entre las cinco de la tarde y las siete de la noche, porque sé muy bien lo que me espera en la estación de Transmilenio de la calle 45. El gentío que siempre hay a esa hora esperando poder entrar al consabido bus rojo, hace que apriete con fuerza las nalgas para que no se me salgan las lágrimas al pensar en todo lo que allí sucede.

Debo admitir que, salvo en una ocasión, ningún hombre ha intentado sobrepasarse conmigo en un articulado. Pero las condiciones a las que allí nos vemos degradados los pasajeros todos los días, en hora pico, me hacen pensar que esto es un delito de lesa humanidad.

Suelo ser prudente y respetar las normas en todo momento, pero Transmilenio saca de mí esa “iguaza” que yo no conocía. Ahora domino el arte de colarme en fila, de empujar para abrirme campo y de robarle la silla al de al lado.

Detesto el tumulto. Incluso, recuerdo una vez que, por entrar a presión a cualquier costo a un bus de estos, al hombre que se logró meter después de mí le quedó la maleta por fuera y, contrario a la frase de letras blancas y fondo rojo que reza en la parte de arriba de la puerta, “Por su seguridad este vehículo sólo se pone en marcha con las puertas cerradas”, desde la estación de la calle 45 hasta Los Héroes nos fuimos con la puerta entreabierta.

He intentado utilizar los nuevos buses del Sistema Integrado de Transporte Público (-SITP), incluso ya tengo hasta cargada la tarjetita verde biche, pero gracias a la falta de información sobre las rutas he tenido que coger el típico cebollero que me lleva por toda la Séptima, y de la universidad a mi casa, gracias a los trancones y a los “huecotes” que adornan las calles, me demoré tres horas en un estado similar o peor que el aglomerado Transmilenio. Así que me resigno y no me queda más que llegar a mi casa con un fuerte dolor en el músculo del glúteo mayor, porque ni de fundas voy a llorar por eso. Por ahora seguiré apoyando al señor que se molesta por la agresiva forma de manejar del conductor del articulado y pidiéndole a Dios que logre encontrar el mapa de paradas del SITP, para verificar si es cierto que ahí sí hay paraíso.

* Directo Bogotá es la revista de periodismo de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana. Las crónicas en este espacio han sido escritas para El Espectador por sus reporteros.

Por Úrsula Toro Uribe*

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