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Otra frustración

El optimismo que hace unas semanas crecía frente a la mediación del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y la facilitación de la senadora Piedad Córdoba hacia un posible acuerdo humanitario con las Farc, se ha roto de tajo con la decisión del presidente Álvaro Uribe de dar por terminada la autorización para dichas gestiones.

El Espectador
28 de noviembre de 2007 - 05:56 p. m.

Fallaron los mediadores, sin duda alguna, al extralimitarse y pretender avanzar por encima de los condicionamientos -nada exigentes, fácilmente cumplibles- acordados para sus labores. Razón ha tenido el presidente Álvaro Uribe en querer impedir que el tema se saliera de su control soberano como jefe del Estado colombiano. Aunque en asuntos que, como este, involucran la libertad y la vida de tantos ciudadanos y sus familias, la paciencia debería ser lo último que se rompe. Y el presidente Uribe ya había colmado la suya, incluso mucho antes de la inaceptable intromisión de Chávez y Córdoba con su llamada al Comandante del Ejército.

Era, de hecho, apenas previsible que el protagonismo del presidente Chávez floreciera como lo hizo durante la última semana, después de varios días en los que, gracias a la prudencia hasta entonces mantenida, se habían visto señales de progreso. Desde cuando aceptó su mediación, el presidente Uribe sabía bien del riesgo que asumía al entregar la responsabilidad de un asunto tan delicado a su homólogo venezolano y -si es verdad que confiaba en sus posibilidades de éxito- debió prever desde entonces cómo iba a actuar en los momentos de tensión que era evidente que se habrían de presentar, para no forzar un rompimiento como el que finalmente se presentó el miércoles pasado.

Con todo, más que los mediadores o el presidente Uribe y sus colaboradores, quienes han fallado a los colombianos, de nuevo, han sido los propios causantes de esta tragedia. Las Farc han desaprovechado una oportunidad sin igual para salirse del callejón sin salida del terrorismo y ganarse un mínimo -y por demás inmerecido- reconocimiento internacional. Muy equivocados están cuando creen que su botín de vidas humanas es el chantaje perfecto que aún les permite tener vigencia en el mundo civilizado. Con un gesto humanitario -que todavía estarían a tiempo de dar, aunque se hayan negado a hacerlo-, como entregar las pruebas de supervivencia que prometieron o liberar al menos a algunos de los secuestrados, recuperarían un lugar en el escenario político que tienen perdido desde hace años.

Estamos frente a una nueva frustración nacida de la insensatez de los actores que tienen en sus manos el poder y las herramientas para poder encontrar una salida a esta tragedia. Pero en lugar de quedarse en las recriminaciones y la búsqueda de culpables, hay que hallar la manera de que los avances que alcanzó a haber en estos casi cien días no terminen en el cesto de la basura. Difícil, quizás imposible, atender la solicitud del presidente francés de reconsiderar la decisión y permitir que Chávez continúe sus gestiones. Él ya falló a su responsabilidad. Pero quizás esa intermediación o presión internacional con nuevos actores, incluido el propio Nicolás Sarkozy, pueda ser el elemento catalizador que permita recoger lo avanzado y volver a encender las esperanzas que de nuevo han quedado apagadas. El tamaño y el carácter del propósito que se busca merecen que esta desgracia no quede en un punto de no retorno.

Por El Espectador

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