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De pruebas y relaciones

Quedan pocas instancias diferentes a la mediación para aliviar la disputa entre Colombia y Venezuela.

El Espectador
18 de diciembre de 2007 - 03:56 p. m.

Cuando estábamos a la espera de que el referendo de este domingo en Venezuela sirviera para aliviar la confrontación, con amenaza de rompimiento, en la relación de ese país con Colombia —bajo el entendido de que la bravuconada del presidente Chávez estaba exacerbada por la intención de favorecer el apoyo al “sí” con la aparición de un “enemigo externo”—, han aparecido en extraña coincidencia las pruebas de supervivencia de varios de los secuestrados por las Farc. Y curiosamente han aparecido a dos días de la elección en el vecino país y por un operativo de las autoridades colombianas que, es fácil presumir, abortaron de esa manera el show que pensaba montar con ellas el presidente Chávez para influir a último momento en la votación de su referendo.

Es triste comprobar así cómo la tragedia de los secuestrados, tan dramáticamente ilustrada en las imágenes reveladas, resulta accesoria a las maniobras de la geopolítica. Sus vidas y las de sus familiares no tienen mayor interés, salvo si permiten maniobras estratégicas, golpes de opinión, juegos de poder. El significado humanitario de las pruebas de supervivencia no ha tenido valor alguno frente a cuándo y a quién servían. Pero al menos ahí están y se abren nuevas esperanzas.

Como maniobra política estratégica, sin embargo, habrá que ver qué tanto la aparición de estas pruebas y la manera como y cuando aparecieron, tendrán efectos sobre la actual tensa relación entre Colombia y Venezuela, dado que ésta parece haber quedado dependiendo de las vanidades unipersonales de los dos presidentes.

Resulta inconcebible, en efecto, que estos dos vecinos por naturaleza, con su enorme frontera y un volumen de comercio tan significativo, estén hoy al borde de romper relaciones por cuenta de dos llamadas telefónicas: la que hizo Chávez al Comandante del Ejército de Colombia y la que dejó de hacer Uribe a su homólogo venezolano cuando decidió retirarlo de la labor a la que lo había invitado. Y mucho más, que de esos dos quiebres a la diplomacia, antes que nada procedimentales, haya nacido el recital de insultos mutuos que nos han dado los presidentes desde el domingo.

Aunque el escenario no sea nada promisorio, en lo que se debe pensar ahora es en cómo tender puentes. Un primer paso ha sido la razonada, aunque tardía, decisión de la Cancillería colombiana de manejar el tema “con discreción y con prudencia”, luego de la explosión del Presidente desde Calamar el domingo con retransmisión por televisión encadenada. El silencio ante las provocaciones es imperativo en este instante y, con el correr de los días, el presidente Uribe parece haberlo entendido. Convocar a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores y vincular a los gremios económicos han sido también señales positivas. Claro que éstos últimos, en vez de salir públicamente con vanas amenazas de “buscar alternativas comerciales” —lo cual, además de ridículo como solución, no hace más que empeorar la situación—, deberían trabajar en silencio con sus iguales venezolanos para abrir espacios de entendimiento en el mundo real.

Todo esto ayuda, pero al final no son más que paños de agua tibia. Como la confrontación extrema se ha dado al nivel presidencial, quedan pocas instancias adicionales diferentes a la medicación directa. Así fue como se solucionó el impasse de la corbeta Caldas hace dos décadas y así también como se solventó el más reciente —y con los mismos protagonistas— por la captura del guerrillero Rodrigo Granda en Caracas.

Pero sentarse a esperar que ese mediador aparezca puede resultar demasiado demorado. En la crisis de las corbetas, el propio gobierno colombiano envió delegados a Washington para alentar que la OEA propusiera la mediación. En el caso actual, acudir a ese organismo no parece recomendable, pues el secretario Insulza ya ha sido protagonista invitado a la verborrea de Chávez, pero hay actores internacionales como Fidel Castro o el propio Nicolás Sarkozy, a los que parece obvio y urgente acudir. Mediadores posibles hay, lo importante es que el Gobierno colombiano, o alguno de a quienes está consultando, se de a la tarea de buscarlos cuanto antes, no sea que lleguemos al cierre de fronteras y de misiones diplomáticas, mientras seguimos discutiendo si tiene más razón Chávez que Uribe, o viceversa, cuando ninguno de los dos la tiene.

Por El Espectador

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