Es muy serio el señalamiento hecho por Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, sobre la participación de agentes de la India en el asesinato de un separatista sij en su país. En caso de ser cierto, se trataría de un hecho muy grave, dado que el líder asesinado, Hardeep Singh Nijjar, era ciudadano canadiense y su muerte ha generado un gran rechazo en la comunidad sij, de casi un millón y medio de personas. Aunque el Gobierno de la India ha rechazado las declaraciones de Trudeau y no será fácil probarlas, es muy difícil que estas hayan sido formuladas sin tener el sustento necesario.
Hardeep Singh Nijjar era una figura sij muy importante en la reivindicación de los derechos de su pueblo y la lucha por su separación de la India. Abogaba por un Estado sij independiente, Khalistan, que incluye territorio del estado indio de Punjab, por lo cual Nueva Delhi lo había declarado terrorista. En la reciente reunión del G-20, Trudeau dijo que había informado a su par indio, el nacionalista Narendra Modi, sobre este hecho inaceptable. Su gran malestar explica las fuertes palabras cuando expresó que “cualquier participación de un gobierno extranjero en el asesinato de un ciudadano canadiense, en suelo canadiense, es una violación inaceptable de nuestra soberanía”.
Los servicios de inteligencia de Canadá, siguiendo los cánones diplomáticos, han instado a su contraparte india a colaborar en una investigación a fondo. De momento, han expulsado a un diplomático de dicho país a quien identificaron como el jefe de inteligencia india en Canadá. En reciprocidad, Nueva Delhi anunció la expulsión de un diplomático canadiense. Justo a comienzos de este mes, Ottawa había suspendido las negociaciones de un acuerdo comercial con la India que debían concluir este año.
Al deterioro de las relaciones se suma el hecho de que en el marco de la Cumbre del G-20 realizada hace unos días en Nueva Delhi, Modi se abstuvo de mantener una reunión bilateral con Trudeau. La respuesta de las autoridades diplomáticas indias ha sido que Canadá da refugio a “terroristas y extremistas khalistaníes”, aludiendo a la comunidad sij asentada allí, e instó “al Gobierno de Canadá a tomar acciones legales rápidas y efectivas contra todos los elementos anti-India que operan desde su territorio”. La dura posición de Modi contra dicho movimiento se basa en su visión nacionalista de impedir cualquier escisión del territorio. Incluso, hace poco anunció que se cambia el nombre de la India, por provenir de origen colonialista, por Bahrat, que es su nombre en sánscrito.
Infortunadamente, hechos como el asesinato de opositores políticos o religiosos han sucedido y continuarán ocurriendo. No es fácil obtener las pruebas contra los autores materiales e intelectuales. Por citar algunos casos, está el asesinato de León Trotski en México, ordenado por Stalin; el de Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende, en el corazón de Washington D. C., ordenado por Pinochet, y los atribuidos a los servicios secretos de Israel en otros países. Otros ejemplos son los casos de opositores a Vladimir Putin, en especial en Reino Unido, que causaron un agrietamiento de las relaciones entre los dos países; los atentados iraníes en Buenos Aires contra la comunidad judía, y el publicitado caso del periodista Jamal Khashoggi, asesinado en Estambul por agentes saudíes en 2018, cuya autoría se atribuye al príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman.
Según las normas internacionales, la forma civilizada debería ser una investigación conjunta, como la que propone Canadá, o una comisión independiente que pueda llegar hasta el fondo del asunto. Infortunadamente, en estos casos es muy difícil que la parte señalada acepte alguna de las dos opciones y, por el contrario, se responde señalando a la parte acusadora de apoyar a sus enemigos.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.