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Cinismo y contrición de “Jorge 40” ante la JEP

30 de enero de 2023 - 05:02 a. m.

Los relatos de los victimarios son útiles para comprender la complejidad del relato del conflicto en Colombia.
Los relatos de los victimarios son útiles para comprender la complejidad del relato del conflicto en Colombia.
Foto: EFE/JEP - Isabel Valdés Arias

El cinismo, la contrición y las justificaciones que mostró Rodrigo Tovar Pupo, más conocido como Jorge 40, en su audiencia de reconocimiento de verdad ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) bien podrían ser un resumen de lo difícil y doloroso que es construir relatos sobre lo que ocurrió durante el conflicto armado. Tovar fue expulsado, en 2015, del proceso de Justicia y Paz por no querer aportar lo que sabía sobre los crímenes que presenció y determinó, pero ahora aparece ante el tribunal de paz hablando de cómo ha reflexionado, queriendo conversar con las víctimas (a las que llama “sobrevivientes”) y también excusando su actuar. Se trata de una intervención compleja, pero, precisamente por eso, es muy útil para un país que no ha sido capaz de mirar de frente las raíces de su violencia.

El cinismo se vio el segundo día de su intervención. “Yo en ningún momento tuve algo que ver con el paramilitarismo”, dijo Tovar, y procedió a explicarse: “Yo fui combatiente de la federación regional de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu). Y repito, aunque la resolución habla de una sigla Auc, nunca me integré a una organización que no existió”. Esto no es cierto y las sentencias judiciales en su contra lo han demostrado. Tovar fue líder del bloque norte de las Auc, grupo que cometió cerca de 300 masacres. Por su actuar, Tovar estuvo 12 años en Estados Unidos condenado por narcotráfico y ahora tiene en Colombia decenas de condenas por alrededor de 6.000 crímenes, incluyendo masacres, secuestros y asesinatos en la costa Caribe. Esa es una realidad que no se puede negar.

Empero, ir más allá del cinismo de Tovar también nos permite comprender una versión de los hechos que es importante para el complejo relato del conflicto colombiano. Cuenta que tenía que pagarle $1’500.000 mensuales al Eln, algo que lo cansó, y también cómo fue con Salvatore Mancuso a liberar a tres secuestrados que la Fuerza Pública colombiana no quiso atender. “Cuando la gente ve que Mancuso llega con los secuestrados y uno ve la actitud de los familiares de esas personas, abrazando más a Mancuso que al hijo, y dándoles las gracias, eso me impactó mucho. Empecé a decirme: sí se puede. Antes decía que esto era un absurdo, un imposible”, dijo Tovar. Quien agregó: “La omisión del Estado siguió. Aquí el Estado tiene que responder y asumir sus responsabilidades de que fueron los primeros responsables por omisión de toda la tragedia que hemos vivido en Colombia”.

No se trata, por supuesto, de redimir esa apología al paramilitarismo. La crueldad y los crímenes de Mancuso, Tovar y compañía son una tragedia imperdonable y sus efectos se siguen sintiendo. El punto es que si esos relatos no se comprenden e intervienen; si el Estado no aprende que de su ausencia florece más violencia, estamos condenados a repetir círculos viciosos de violencia irracional. Por eso también es útil escuchar a los victimarios y comprender su manera de pensar.

Nos queda, adicional, la carta de Tovar en su primera intervención: “Desde mi más esencial intimidad quiero declarar solamente que me siento arrepentido por todo el dolor y el daño causado a cada uno de ustedes, en cualquier lugar, vereda, pueblo o ciudad, en el Caribe colombiano. ¿Qué puedo hacer, junto a ustedes, para que evitemos que más de sus familiares, amigos, vecinos y conocidos sigan aumentando esa lista de supervivientes o víctimas que ha dejado el conflicto?”. Que la justicia transicional siga sirviendo para esos procesos de reconciliación y encuentro, a pesar del dolor y las contradicciones.

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