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La renuncia de Ángela María Buitrago ha creado varios escándalos, pero tal vez el más preocupante sea uno ya conocido: que el presidente de la República, Gustavo Petro, sigue en franca desconexión de los servidores públicos que eligió para acompañarlo en el gobierno. El proceso en el Ministerio de Justicia se ve interrumpido de nuevo mientras el presidente se queja de incongruencia entre sus propósitos y su ministra, al tiempo que hay información sobre sus desplantes a otra ministra, en la Cancillería. Con el tiempo de esta administración agotándose de manera veloz, ¿cómo se puede concretar un plan de gobierno si las personas encargadas de ejecutarlo no pueden tener audiencia con el mandatario?
Hemos visto los consejos de ministros televisados, por supuesto, pero el relato de todas y cada una de las personas que han salido del Gobierno es uno de un presidente lejano, a menudo inalcanzable, que tiene muchas ideas, pero las comunica poco. Incluso los pocos funcionarios que no salen peleados con el mandatario, como el caso del ahora precandidato presidencial Gustavo Bolívar, son ejemplos de contradicciones e incoherencia. ¿O cómo se explica que el ahora exdirector del Departamento para la Prosperidad Social seguía en el cargo, pero su jefe lo entendía como “renunciado”?
El caso de Buitrago es diciente, insultante y confuso. La ahora exministra, una de las personas con mejores calificaciones en el país para estar a cargo de la cartera de Justicia, ha venido publicando una serie de presiones que recibió mientras le servía al Gobierno. El presidente Petro, sin embargo, fue cortante al decir que él le pidió la renuncia y que “el motivo es la falta de sintonía con ejes estructurantes de mi programa de gobierno en el terreno de la paz”. Agregó que “las discrepancias en torno a un programa de gobierno son un derecho ciudadano, pero son incongruentes con la permanencia en un gobierno”. Suena obvio, pero surge la pregunta: ¿cómo es posible que, a estas alturas del partido presidencial, haya esas incongruencias? ¿Cómo ocurre que la ministra haya recibido presiones y que no tuviera un mecanismo efectivo para discutirlas con el presidente? ¿Por qué una persona de la talla de Buitrago sale sintiendo que los motivos de su retiro no son claros?
Dirán, como lo dijo el siempre elegante ministro del Interior, Armando Benedetti, que se trata de resentimiento. Ese guion ya lo conocemos. Cada ministro que sale de este gobierno con algún tipo de conflicto es estigmatizado, señalado y convertido en un paria. No obstante, dos cosas son claras. La primera es que el trabajo de un ministerio, el que sea, no puede ser coherente y eficiente si cada poco tiempo se cambia su cabeza y se interrumpen sus procesos. La segunda es que el tipo de liderazgo del presidente es propicio para discursos rimbombantes, pero ausente para una Rama Ejecutiva en la que se hizo elegir. Si a eso se le agrega la hostilidad dentro del mismo gabinete, con un ministro del Interior en guerra abierta con la canciller, con otros ministros pasando de agache y con el objetivo de estar en campaña política, la Casa de Nariño está en pie de guerra electoral, pero descuidando al país al que dice representar. Eso es, paradójicamente, una “discrepancia en torno a un programa de gobierno” que les presentaron a los colombianos.
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