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En un momento crítico para la seguridad en la capital de Colombia, son bienvenidos los soldados que han empezado a patrullar las calles de Bogotá. La preocupación por una militarización de la ciudad no justifica el recelo que algunos sectores políticos han expresado sobre la medida. Si bien los serios problemas de seguridad que afronta el Distrito no se van a solucionar con más autoridades armadas en las calles, el problema de la desconfianza de los ciudadanos sí mejora con estos actos de presencia institucional. Está por verse si todos los otros esfuerzos desde la alcaldía de Claudia López van a dar los resultados esperados.
La percepción de los bogotanos es que la ciudad está convertida en un caos. Esto se debe, en particular, a que los hurtos y homicidios han aumentado en un alto grado de espectacularidad. En la memoria colectiva es imposible no sentir pánico después de ver a una mujer que recibió unas puñaladas en medio de un intento de robo, o con el recuerdo de Humberto Sabogal, el policía asesinado cuando intentaba detener el hurto de una moto.
El miedo tangible va más allá de una simple “percepción de inseguridad”, pues las cifras lo respaldan. Entre enero y agosto hemos tenido 12.116 más hurtos a personas que el año pasando, llegando a 65.207. También se han reportado 2.204 robos de vehículos, 35.781 robos de celulares y 3.201 robos de bicicletas. Así, es inevitable sentir que la Policía no está siendo suficiente para detener la ola de inseguridad que estamos viviendo.
La alcaldesa López dijo: “Nos parece conveniente que la Policía Militar apoye al personal de la Policía Metropolitana de Bogotá en dos tareas muy concretas: patrullaje de vigilancia disuasiva del crimen en ciertas zonas críticas que están teniendo problemas de hurto y también en puntos de control para desarme”. Por su parte, el ministro de Defensa, Diego Molano, dijo que “el propósito de este pie de fuerza adicional es acompañar puntos de control específicos en la ciudad, en los sitios más críticos y controlar el tema de homicidios, que tanto afecta la tranquilidad, y el hurto”. Así comenzó el patrullaje de la capital.
En total, 500 uniformados están vigilando las zonas más críticas en los horarios con más reportes de criminalidad. Su orden es estar presentes y acompañar a la Policía, mas no pueden utilizar sus armas de dotación a menos que se trate de legítima defensa. Esa medida es acertada: el punto es mostrarles a las personas que hay presencia estatal con el propósito de disuadir, pero sin suplantar a la Policía en sus funciones.
Han dicho que esto no soluciona el problema de fondo. Es cierto. Las raíces de la inseguridad en Bogotá son complejas y están relacionados con la presencia de bandas organizadas que se han nutrido del desastre social causado por la pandemia. El Ejército en las calles no apunta a desmantelar esas estructuras. Pero mientras el resto de medidas tomadas por el Distrito empiezan a mostrar resultados, la Policía Militar es un golpe a la desconfianza. Ese es el camino para recuperar la legitimidad ante los ciudadanos.
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