Facebook, el conquistador incómodo

El Espectador
08 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.
En esta transición hacia los supraestados digitales, ¿cuánto tiempo más va a resistir la farsa de la autorregulación y la buena voluntad de estos gigantes?. / Foto: AFP
En esta transición hacia los supraestados digitales, ¿cuánto tiempo más va a resistir la farsa de la autorregulación y la buena voluntad de estos gigantes?. / Foto: AFP

Facebook quiere conquistar el mundo, pero está visiblemente incómodo por la responsabilidad que eso conlleva. Publicaciones recientes por parte de The New York Times y de documentos filtrados en Europa dan cuenta de una cultura empresarial construida sobre el secretismo, la búsqueda de silenciar a los oponentes públicos y totalmente desinteresada del daño que la plataforma ha causado a la democracia y a las vidas de millones de personas. En esta transición hacia los supraestados digitales, esa realidad donde las empresas tecnológicas son tan grandes y tienen tanta influencia que son actores políticos y sociales de facto, ¿cuánto tiempo más va a resistir la farsa de la autorregulación y la buena voluntad de estos gigantes?

Cuando Donald Trump obtuvo la presidencia de Estados Unidos, la atención del mundo se centró sobre las “noticias falsas”. Aunque se trata de un problema que existe hace años, nunca antes en la historia de la humanidad este tipo de contenido se había difundido tanto y tan velozmente. El motivo es claro: los algoritmos de plataformas como Facebook están diseñados, no para fomentar los debates públicos útiles y con base en hechos verificables, sino para explotar los peores sesgos cognitivos de los humanos.

En medio de ese contexto, Rusia aprovechó para influenciar a los votantes estadounidenses en contra de Hillary Clinton y a favor del eventual triunfador de esa contienda. Cuando le preguntaron a Facebook sobre su responsabilidad, su primera reacción fue la condescendencia. En una respuesta que cada vez suena más falsa, Mark Zuckerberg dijo: “Creo que la idea de que las noticias falsas en Facebook influenciaron la elección, de alguna manera es una idea loca”.

Ahora sabemos no solo que sí hubo una clara campaña de desinformación, aprovechándose del algoritmo de Facebook, sino que la empresa sabía. Una investigación de The New York Times reveló que tanto Zuckerberg, como Sheryl Sandberg (directora de operaciones de Facebook) ignoraron advertencias sobre el abuso de su plataforma. No solo eso, también buscaron activamente que el público no conociera la evidencia de que Rusia los usó para manipular las elecciones. Cuando estalló el escándalo de Cambridge Analytica, en vez de aceptar el error y buscar soluciones, la estrategia fue decir que no era un asunto importante y decir que no era su culpa.

Pero la situación no paró ahí. Cuando el multimillonario George Soros denunció a Facebook y a Google por ser entidades peligrosas sin regulación, Sandberg ordenó una investigación a sus finanzas. La compañía también contrató una empresa especializada en estrategia política que buscaba pintar a Soros, y a todos los que hicieran críticas públicas contra Facebook, como actores con intereses indebidos. El objetivo era deslegitimarlos.

El problema con todo esto es que Facebook, pese a ser un actor privado, está casi que inescindiblemente ligado a la vida digital de millones de personas. Ya vimos cómo los vicios de la red social ayudaron a diseminar mensajes que causaron una limpieza étnica; cómo los estrategas políticos la usan para fomentar la polarización y la desinformación; cómo las organizaciones periodísticas se asfixian cada vez que la compañía decide cambiar arbitrariamente su algoritmo; y cómo, incluso, es una empresa que se aprovecha de su poder para ayudar a ciertos aliados y aplastar a la competencia.

¿Cuánto tiempo más antes de que los esfuerzos regulatorios para Facebook y similares se tomen en serio? El problema solo seguirá siendo cada vez más vigente.

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