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Golpe al cerebro de las Farc

En el ‘Encuentro Por La Paz’, celebrado en agosto de este año en la ciudad de Barrancabermeja, alias Alfonso Cano pronunciaba unas palabras de paz que iban totalmente en contravía con su accionar: “(queremos) reiterar, una vez más, que creemos en la solución política.

El Espectador
06 de noviembre de 2011 - 01:00 a. m.

Que creemos en el diálogo”. Pese a esto, y a los guiños del presidente Santos, quien ha hablado de diálogo con las guerrillas, diseñando para ello una reforma de acto legislativo para construir las bases constitucionales de un eventual proceso de paz, las Farc han seguido cometiendo delitos graves. Los vivimos el pasado mes de octubre por cuenta de una serie de atentados que dejaron un alto número de militares muertos.

El día de hoy Alfonso Cano no puede expresar esas palabras —que eran, más que todo, eso, simples palabras—, ya que fue abatido el viernes en el Cauca. Otro de los tantos golpes que han sufrido las Farc por cuenta de nuestra Fuerza Pública. Alfonso Cano no sólo heredó de Manuel Marulanda Vélez (tras su muerte) el cargo de máximo comandante de las Farc, y de Jacobo Arenas (tras su muerte) el cargo de ideólogo y miembro del secretariado, sino que heredó también su mismo destino: morir en el conflicto colombiano sin conocer ese cambio hacia la paz, hacia el fin de la muerte de cientos de colombianos. No pudo.

Lo dijimos en este mismo espacio hace ya un año: algún día será posible que en Colombia no nos alegremos por la muerte de seres humanos. El hecho de que lo hagamos (explicado en parte cuando hablamos de las Farc y el daño que le han hecho a Colombia) dice mucho de nosotros como sociedad. Muestra la herida viva de ese largo trasegar entre el odio y el resentimiento, entre la guerra, entre no haber conocido un solo minuto de paz en nuestras vidas.

Alfonso Cano, ese citadino estudiante de la Universidad Nacional que militó en la Juventud Comunista durante sus primeros años de estudio, escogió el camino de las armas internándose en el monte junto con Jacobo Arenas y Manuel Marulanda Vélez. Murió por cuenta de las mismas armas con las que creyó defender sus ideas.

Las Fuerzas Militares, insistiendo nuevamente en la consecución de objetivos estratégicos y criticados por algunos sectores (incluso por ellos mismos, diciendo que se sentían debilitados), lograron esta vez el golpe más contundente a esta guerrilla: la muerte de su comandante máximo e ideólogo más visible. Más allá de hacer un análisis sobre si se trataba de un negociador o no, o de si era un hombre que, verdaderamente, pertenecía a una línea de guerra dura contra el Estado, sólo un mensaje queda claro: las Farc, cada vez más, están arrinconadas. Podrían ser ellos mismos quienes acepten este hecho que, desde el comienzo del abatimiento de la mayoría de sus líderes visibles, es una evidencia para toda la sociedad colombiana.

Ojalá sus filas, sus líderes restantes y sus propios soldados más rasos —víctimas de este conflicto casi secular— se den cuenta de esta realidad y regresen a la sociedad para la reintegración y la justicia. Las batallas en Colombia no se libran por las armas. Harto nos ha costado ver esta realidad: miles de muertos, miles de secuestrados, miles de torturados, miles de víctimas estigmatizadas por una sociedad llena de odio. El cambio depende, en gran medida, de que las Farc se den cuenta de esto. No es la hora de reagruparse y salir a los medios con un orgullo impostado diciendo que la lucha continúa con otro líder. Ya para nuestras guerrillas no se aplica ese viejo refrán que reza “a rey muerto, rey puesto”. Su tiempo por entregarse y firmar la paz se agota con cada minuto que pasa. El camino hacia la paz, en cambio, podría estar a la vuelta de la esquina.

Por El Espectador

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