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Lo que nos deja la Comisión de la Verdad

29 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.
La labor de la Comisión de la Verdad terminó oficialmente, ahora le corresponde al país entero utilizar sus hallazgos para construir el futuro. / Fotografía de referencia de Mauricio Dueñas Castañeda (EFE).
La labor de la Comisión de la Verdad terminó oficialmente, ahora le corresponde al país entero utilizar sus hallazgos para construir el futuro. / Fotografía de referencia de Mauricio Dueñas Castañeda (EFE).
Foto: EFE - Mauricio Dueñas Castañeda

El sábado terminó oficialmente la labor de la Comisión de la Verdad. Lo hizo después de entregarle al país 23 tomos que suman unas 10.000 páginas del Informe Final, donde se hace un recuento titánico de lo que ocurrió durante el conflicto armado. A pesar de las polémicas, que seguirán, la tarea realizada por los comisionados y sus equipos es un aporte esencial a la reconciliación en Colombia. Ahora depende de cada uno de nosotros, ciudadanos, que los diálogos que comenzó la Comisión no terminen en frustraciones y repeticiones de violencias irracionales; ahora que hay verdad, nos toca construir el futuro.

Aunque esperable, la polémica desatada por el Informe Final de la Comisión ha sido injusta. Se ha popularizado en ciertos sectores ideológicos la idea de que se trata de un relato parcializado, donde no todas las víctimas fueron escuchadas y donde, supuestamente, los crímenes de las Farc se subestiman para en cambio juzgar de manera indebida a las Fuerzas Armadas. Es todo lo contrario: con sus decenas de miles de entrevistas, con su mirada independiente, con su interés por construir una narrativa compleja, lo que hizo la Comisión fue entregarle al país una de las mejores herramientas que tenemos para entender lo ocurrido, rastrear sus raíces y asegurarnos de que la violencia no se repita.

Por ejemplo, para quienes dicen que no se miraron los crímenes contra la fuerza pública, el padre Francisco de Roux comparte cifras que contradicen esa visión: “Son cerca de 7.000 desaparecidos militares que fueron secuestrados, no prisioneros de guerra. Ellos fueron raptados en la selva y nunca se volvió a saber de ellos (...) Hemos grabado a los 4.223 miembros de las Fuerzas Militares víctimas directas del conflicto armado. Y también tenemos otra cifra: poco más de 47.000 soldados, policías, miembros de la Fuerza Aérea y de la fuerza armada murieron en la guerra”. Se trata de tragedias que entran en diálogo con todos los otros horrores que hay en las páginas del informe.

Lo que no hay, como suele pasar en Colombia, es voluntad de reconocer errores. Los contrarrelatos a la Comisión, más que buscar enmendar posibles vacíos de los comisionados, buscan construir narraciones alternas donde ciertas responsabilidades se omiten. Eso, como proyecto político, puede rendir frutos, pero fracasa como mecanismo de construcción de paz. Lo que necesitamos son diálogos complejos, donde miremos de frente la historia reciente y no tan reciente y veamos cuáles patrones conservamos aún en la sociedad colombiana. El informe abrió una puerta, una oportunidad, que no podemos desaprovechar. No se trata de realizar lecturas acríticas, sino de utilizar los insumos con los que ahora cuenta el país.

Felicitaciones y agradecimiento a todos los miembros de la Comisión. Su labor no solo será reconocida en Colombia en los años por venir, sino que también será un modelo para los procesos de reconciliación en el resto del mundo. No sobra volver a las preguntas que no hemos respondido y que el padre De Roux planteó al presentar el informe: “Llega un momento en que uno dice: ¿cómo es posible que hubiéramos pasado por más de 4.000 masacres y que el país no hubiera reaccionado a esto con vigor?, ¿cómo es posible que tengamos 120.000 desaparecidos?, ¿dónde estábamos los colombianos?”.

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