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En la mira

Bastó la filtración de una frase discriminatoria y repudiable, para que el partido MIRA, el movimiento religioso con mayor caudal político de Colombia, entrara en el ojo del huracán, ya no sólo por esa frase, sino por otros videos y declaraciones que fueron revelados durante los últimos días.

El Espectador
17 de enero de 2014 - 09:09 p. m.

Claro que es impropio lo que dijeron: María Luisa Piraquive (la madre de la senadora Alexandra Moreno Piraquive), líder de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, aseguró en un video que nadie que tenga una discapacidad puede subir al púlpito a dirigir el ritual religioso. Eso, a las claras, se llama discriminar.

Pero no es nuevo que una religión cualquiera imponga criterios de este estilo en sus feligresías: ¿se salva, acaso, la católica, que no permite tampoco a las mujeres dirigir la misa desde el púlpito? Y así muchas: desde las iglesias reconocidas ante órdenes mundiales, hasta las de garaje que se montan en las esquinas de las ciudades. Todas, en general, discriminan e imponen visiones retrógradas de la sociedad.

¿Pueden tener esas conductas, sin embargo? Al parecer sí: Dios lo manda, dijo en Twitter, sin sonrojarse, el concejal de MIRA Jairo Cardozo. Dios y un poquito de discriminación más humana, más terrenal, claro: “¿Cuándo han visto a un presentador de TV mutilado? Son reglamentos”, escribió. Y de una cosa a la otra hay un trecho bien largo: lo que permite o no una religión, y creer en ella firmemente, es decisión de cada quien. No así lo que puede hacerse en una sociedad laica: un canal de televisión, por ejemplo, que ponga como reglamento esto, podría meterse en un lío bien grande, y con razón. Que lo sepan ya, para que no vuelvan a exponer sus argumentos a través de esa prosopopeya tan elemental y, sobre todo, falaz.

Pero, mucho más allá de esta insensata defensa de lo indefendible, basada, por demás, en un Dios particular de una religión particular, asusta mucho más lo que conocimos después, que tiene que ver ya con el desempeño del Estado. Ahí vimos el video del senador Carlos Alberto Baena, pastor de la iglesia de la familia Piraquive, heredero natural de los votos de la senadora Moreno Piraquive (quien no se presentará en las siguientes elecciones), pidiéndoles a sus fieles en 2004 que se comprometieran con las elecciones. Dicho en cristiano: que él los inscribía, que los acompañaba a votar. “A nosotros nos toca hacer igual”, dijo, refiriéndose a lo que hacen en este país los políticos tradicionales. Muy bonito. A esto se suman otras cosas, que no rayan ya con la falta de ética, sino con conductas criminales: un fiscal de la Unidad Nacional contra el lavado de activos y extinción de dominio citó a interrogatorio al senador para que responda por presunto enriquecimiento ilícito y lavado de activos.

En la mira, entonces, está este movimiento. Uno que necesita, por demás, un número de votos bastante grande para llegar, de nuevo, a ocupar cargos públicos dentro del Estado y conseguir el umbral que le permita seguir existiendo. ¿Es una señal para los votantes? Puede ser, ojalá. Estos episodios, al menos, deben generar algún tipo de sanción social. De lo contrario, como hemos dicho ya desde este espacio, las mecánicas electorales de siempre serán impuestas de nuevo, justo cuando hay una indignación social latente, de la que podría sacarse mucho más provecho.

Está bien que este tipo de actos se sepan y se denuncien. ¿Servirá de algo, mucho más allá de un par de trinos de indignación en la red? Esperamos que sí.

Por El Espectador

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