Tenemos una cifra que debería mover a todos los colombianos a convertirse en donantes potenciales de órganos: 2.924 personas están en lista de espera por un trasplante. La cifra, dada por el Ministerio de Salud y Protección Social, es un recordatorio de que, pese a todos los avances que el país ha logrado en normalizar y organizar el sistema de donación de órganos, todavía necesitamos más trabajo de concienciación. Hay mucho prejuicio que desemboca en falta de empatía. Es momento de comprender que permitir que los órganos de una persona fallecida sobrevivan mejorando la vida de otra persona que lo necesita es un acto noble, necesario y fomenta una sociedad mucho más solidaria.
Similar a lo que ocurre con el derecho a la muerte digna, sobre la donación de órganos hay muchos rumores. No les vamos a dar espacio acá, porque lo importante es que las personas entiendan que en Colombia hay un sistema bien organizado y transparente para lograr que estos sean donados a quienes más los necesitan. Solo este año, en medio de la pandemia, 567 colombianos recibieron un trasplante que les mejoró o les salvó la vida. Eso último no es una exageración: 34 pacientes que se encontraban en peligro inminente de muerte recibieron el órgano necesitado. Son personas que lograron sobrevivir gracias a la generosidad de un donante. Insistimos: la donación es un gesto poderoso en su simbolismo y bello en sus efectos prácticos.
Justo ayer se celebró el Día Mundial de Donación de Órganos. Según retoma El Colombiano, pese a que el país siguió realizando trasplantes durante la pandemia, las donaciones han disminuido. Los datos de la Asociación Colombiana de Trasplantes, retomados por el diario antioqueño, ven una reducción del 37 % en la donación de órganos y tejidos. El problema es que las personas siguen necesitando las donaciones.
Hablando con Colprensa, el director de Medicamentos y Tecnologías del Ministerio de Salud y Protección Social, Leonardo Arregocés, dijo que “seguiremos fortaleciendo la institucionalidad de nuestra Red Nacional de Trasplantes; no permitiremos sembrar dudas sobre un proceso transparente, que representa el trabajo de años de hombres y mujeres, y que cada año, sin excepción, muestra progreso”.
Pese a esto, todos esos esfuerzos son en vano si no hay un cambio en los posibles donantes. Entendemos la reticencia: a la gente no le gusta pensar en su propia muerte, mucho menos en lo que podría pasarles a sus órganos. Además, los familiares de las personas fallecidas suelen ver el cuerpo como algo sagrado y, por ende, se oponen a cualquier tipo de trasplante por miedo a ofender el recuerdo de sus seres queridos. Sin embargo, pasa todo lo contrario. ¿Qué mejor homenaje para la vida de una persona que sus órganos sirvan de segunda oportunidad para alguien que los necesita? ¿No es una manera más generosa de hacer un duelo el comprender que, cuando nos ayudamos, incluso en la muerte, construimos una Colombia mucho más unida? Invitamos a todos nuestros lectores a que se inscriban como posibles donantes. Es un acto de solidaridad que algún día se agradecerá.
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