Entre burlas a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, Daniel Ortega tomó posesión para su cuarto período al mando de Nicaragua. También nombró en el cargo inventado de “copresidenta” a su esposa, Rosario Murillo, con quien ha hecho un dúo mortal para las libertades de los nicaragüenses. Acompañado por Nicolás Maduro, dictador venezolano; por Miguel Díaz-Canel, dictador cubano, y con la omnipresente chequera de China y Rusia, con quienes ha venido reforzando relaciones el régimen, el país centroamericano muestra la deriva autoritaria de la región y el ataque continuado a las democracias liberales.
Ortega ganó las elecciones con trampa. Encarceló a todos los opositores que tenían algún chance de ganarle bajo acusaciones de lavado de dinero y otros delitos con clara motivación política. Allanó las instalaciones del único medio de comunicación que se le oponía. Cuando hubo protestas en 2018, cerca de 328 personas murieron por la represión violenta del régimen. Unos 100.000 nicaragüenses han tenido que exiliarse. Como escribió el Departamento del Tesoro de Estados Unidos en un comunicado, “el régimen de Ortega-Murillo continúa con su sometimiento de la democracia al organizar unas elecciones falsas, silenciar a la oposición pacífica y detener a cientos de personas como presos políticos”.
No se trata de una campaña de desinformación ni una persecución a las ideologías de izquierda. Daniel Ortega es un dictador que no respeta el disenso, que quiere que toda la burocracia estatal dependa de él y que ha hecho todo bajo su poder para perseguir a los opositores. Ahora abraza con entusiasmo su rol como desestabilizador de la región: está saboteando la Organización de Estados Americanos (OEA) y quiere convertirse en la clave para que China tenga más influencia en América Latina.
Por eso, hay preguntas abiertas para las democracias liberales de la región. ¿Hasta cuándo se va a permitir el aumento del autoritarismo financiado por China y Rusia? Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, dijo que su apoyo a Nicaragua se debe a que “nosotros no podemos hacer a un lado nuestra política de autodeterminación de los pueblos, la independencia. O sea, no es como el gobierno pasado que por quedar bien con otro gobierno expulsó al embajador de Corea del Norte. ¿Por qué tenemos que actuar nosotros así si México es un país libre y soberano?”. ¿Es decir que la opresión de los pueblos no merece comentario alguno? ¿Todo vale en diplomacia para mantener buenas relaciones económicas?
El dinero que financia los regímenes autoritarios ayuda a solidificar la opresión. ¿Cómo responderán las democracias liberales? ¿Se le seguirá dando carta abierta a China para que influencie la región con su creciente capacidad económica? ¿Se permitirá que los organismos multinacionales sigan siendo debilitados por el capricho de los gobernantes? Lamentamos que estas suenen a preguntas retóricas, pues las respuestas ya las conocemos y no son alentadoras.
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