Antes al contrario, las hay de todo tipo, y se definen tanto por los lazos de sangre, como por los lazos jurídicos, económicos y, sobre todo, afectivos. Así, hay madres y padres solteros, familias compuestas por la abuela y sus nietos, o nuevas familias que tras divorcios se reorganizan, muchas veces, bajo dos techos. También hay tíos que quedan a cargo de sus sobrinos, padrinos de sus ahijados o hermanos que simplemente quedan solos. Del mismo modo hay familias conformadas por dos mujeres, como aquélla de Ana y Verónica, que hoy pelean por algo que debería estar ya concedido: la igualdad de los derechos de sus hijos. Hoy, aunque ambas aportan al sostenimiento de su hogar, se dividen el cuidado de sus dos pequeños y tienen una relación estable, Verónica no ha podido adoptar a los hijos biológicos de Ana.
Su caso, tras la negativa de Bienestar Familiar, está ahora en manos de la Corte Constitucional y se encuentra ad portas de ser fallado. ¿Representa esta tutela una lucha política? Sí, como lo dijo Ana: “Por la sexualidad no se puede juzgar todo lo demás”. Pero también, y principalmente, se trata de una batalla práctica, de esas que afectan el diario vivir. Cuando Ana se va de viaje, Verónica se las tiene que arreglar para que sus hijos puedan ir al médico, y si Verónica muriera sus pequeños no podrían heredar. Ella es profesora universitaria, pero cuando sus hijos crezcan no podrán obtener los descuentos en las matrículas, y si Ana falleciera los niños quedarían solos, aunque ya tienen otra mamá. Por esto replica Verónica: “Que monseñor (Juan Vicente Córdoba) me diga homosexual, no me importa. Lo que me indigna es que por su culpa discriminan a los niños”. Y no se equivoca: aunque en la vida real tienen dos madres, las instituciones de este país les reconocen sólo a una.
El derecho, pese que algunos así lo quisieran, no crea familia, sólo la regula. Sin embargo, las leyes colombianas no han sido capaces de ponerse a la fecha con las dinámicas sociales. Las familias homoparentales son ya un hecho, y es labor del Estado traducir esta configuración social en códigos normativos. Más aún cuando el retraso evita que muchos niños cuenten con las garantías que les ofrece un hogar institucionalmente reconocido; uno que, por lo demás, puede llegar a ser tan bueno como cualquier otro.
La Universidad Nacional, la Universidad del Valle, la Universidad de los Andes, y la Pontificia Universidad Javeriana confirmaron la semana pasada lo que se sabía: una pareja homosexual puede educar tan bien como una pareja heterosexual. Es más, lo puede hacer mejor, pues los niños nacen en un ambiente de tolerancia en el que no se replica la histórica división de roles discriminatoria con la mujer. De igual manera desmintieron que la sexualidad de los padres se transmita a los hijos, y recalcaron que no hay evidencia de ningún tipo de rechazo en estos casos. Un resultado que coincide, por lo demás, con muchos otros estudios realizados en el resto del mundo, donde ya se acepta la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Sin duda, desde hace tiempo y en muchos países, familia ya no es aquella conformada por un hombre y una mujer. Por esto se espera que en Colombia la igualdad de derechos no siga cediendo ante la jerarquía social y sus costumbres. “Uno no tiene que huir de su país para que lo reconozcan”, dice Verónica, y tiene toda la razón.