Las declaraciones del papa Francisco sobre su apoyo personal a las uniones civiles entre parejas del mismo sexo hay que tomarlas con pinzas. Por un lado, se trata de un avance monumental para una Iglesia católica que se ha ubicado de manera vergonzante en oposición al reconocimiento de la igualdad entre todos los tipos de amor. Su rol como líder espiritual y de opinión para tanta gente no puede desestimarse y es un impulso adicional en una lucha que no termina. Por otro lado, sigue siendo un apoyo disimulado a la discriminación y la diferenciación, pues ignora que no hay motivos, ante la ley, para no llamar matrimonio al de parejas del mismo sexo. Todo es parte del complejo ajedrez reformista que va jugando en el Vaticano desde que empezó el más reciente pontificado.
En un documental llamado Francesco, de Evgeny Afineevsky, el papa soltó la siguiente frase: “Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente. Yo apoyé eso”. Se refiere a las parejas del mismo sexo. Su declaración ha dado la vuelta al mundo, pues aún hoy la Iglesia católica sigue siendo cómplice de la discriminación basada en su doctrina tradicional que ve a las personas con orientaciones sexuales diversas como pecadoras. En Colombia, por ejemplo, los jerarcas de la Iglesia estuvieron entre los principales opositores al matrimonio igualitario cuando se estaba discutiendo en la Corte Constitucional. La fuerza de los movimientos conservadores que ven con malos ojos el supuesto lobby gay sigue obstaculizando que en nuestro país, por ejemplo, tengamos escuelas públicas más incluyentes, donde no dejemos abandonados a nuestros niños, niñas y jóvenes lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT).
En ese sentido, la declaración del papa es esencial. Para quienes escuchan los argumentos religiosos (una mayoría de la población en América Latina y en Colombia), se trata de una voz de autoridad diciendo algo sencillo: no hay algo malo con las parejas del mismo sexo, no hay motivos para seguir discriminándolos. También es el reconocimiento de que la Iglesia católica es una institución cambiante y que debe reaccionar al mundo moderno. Lo que ocurre es que ha tardado demasiado en reconocer que no hay incompatibilidad entre la esencia de sus enseñanzas (el amor por el prójimo) y el reconocimiento de que las personas LGBT merecen derechos.
Aparte de eso, la declaración sigue siendo conservadora y problemática. Como cuenta el periodista argentino Bruno Bimbi en The New York Times, Francisco apoyó las uniones civiles en Argentina para sabotear la aprobación del matrimonio igualitario. Y eso es cuestionable. Como explica Bimbi: “Algunos se preguntarán cuál es el problema de la unión civil, pero esa diferenciación legal, además de negar varios derechos, es profundamente ofensiva, porque nos trata como ciudadanos de segunda. ¿Qué pensarían si a las personas negras les prohibieran casarse y les ofrecieran una “ley de unión de negros”? (...) La unión civil nunca ha sido igual al matrimonio en los países donde se propuso”.
Habrá que ver si, como en otros temas, este es el inicio de un cambio más profundo en la doctrina de la Iglesia católica. En todo caso, estos pasos, aunque insuficientes, ayudan a bajar la hostilidad contra las personas LGBT en nuestros países. Y eso es un pequeño triunfo.
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