Cada vez que un alcalde renuncia a su cargo antes de cumplir el tiempo establecido por la ley se invoca el bien colectivo. Se habla de persecuciones políticas, de amenazas a lo conseguido en su tiempo de mandato y se intenta vender lo ocurrido no como una traición a la democracia, sino más bien como un ejercicio de proteger aquello por lo que los ciudadanos votaron. Sin embargo, la historia reciente y no tan reciente de Colombia ha demostrado que lo que impulsa ese tipo de movimientos son fines mucho menos altruistas, más ligados a las ambiciones electorales individuales y a los siempre problemáticos cálculos de políticos que saben cómo dominar la narrativa cuando ven que se avecina una tormenta. ¿No es eso, acaso, lo que ha ocurrido en Medellín esta semana?
Aunque se venían escuchando rumores, la renuncia de Daniel Quintero a la Alcaldía de Medellín fue una sorpresa. El ahora exalcalde dijo que se separaba del cargo para defender su proyecto político, para proteger a la ciudad de las amenazas clientelistas y para poder hacerles campaña en paz a sus candidatos sin saltarse las normas electorales. Queda, no obstante, el sinsabor de que se trata más bien de un acto para burlar las reglas de no intervención en política. ¿Estará, además, tratando de rescatar sus prospectos para una posible campaña presidencial en 2026?
El problema, claro, es que la renuncia a un mandato siempre es una traición al electorado. Cuando las personas van a las urnas lo hacen para elegir una propuesta de ciudad que quieren ver desarrollada. El voto asume que quien sea escogido pondrá los intereses de la ciudad por encima de sus proyectos personales y en ese proceso el tiempo del cargo no es negociable. Los últimos meses de una alcaldía son esenciales para garantizar la transición fluida y pacífica del poder, para terminar de asegurar que se ejecuten los planes y para mostrar resultados a la ciudadanía. Claro, con la Ley de Garantías encima y con la atención pública más concentrada en la campaña electoral, los alcaldes y gobernadores se sienten opacados en el ocaso de sus mandatos, pero es en ese momento cuando deben demostrar que entienden la importancia de su rol, así como materializar su compromiso con el hecho de que son los alcaldes de todos los ciudadanos, no solo de aquellos que comulgan con sus ideas políticas.
En ese contexto, la renuncia de Quintero despierta dudas. Tan pronto anunció que dejaba el puesto, se le vio en eventos de campaña para influir en las elecciones. No es cierto que el alcalde haya abandonado sus poderes, pues el mando de Medellín queda a cargo de quienes fueron sus subalternos y son aliados fieles de sus ideas. Entonces, se ha quedado con el pan y con el queso: puede hacer campaña de frente y conserva el poder en la sombra de la Alcaldía. ¿No sufre así la democracia? ¿No es una manera de hacerles trampa a las reglas que existen para evitar desequilibrios de poder en las elecciones?
Sigue a El Espectador en WhatsAppOtro sinsabor en todo este desastre es que la Procuraduría avanzaba en investigaciones contra Quintero por sus constantes incumplimientos a las normas disciplinarias. ¿La renuncia es una táctica para evitar una decisión en contra? Y, al evitarse inhabilidades, ¿despeja su camino para la baraja de candidatos presidenciales de 2026?
Que sean actos legales no implica que no se incurra en fallas éticas. ¿Cómo leerán en Medellín el intempestivo abandono del cargo de su alcalde?
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