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La revolución de la comida (III)

Adriana Cooper
20 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.
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Mogambo se llama. Suena a selva, a trópico, a uno de esos paisajes recorridos por Humboldt que lo sorprendieron por la exuberancia casi acostumbrada e incuestionable de la tierra en este lado del mundo. Y es que mientras en sitios como Oriente Medio es necesario arar bajo el sol intenso durante años, aquí la fuerza de los árboles y las frutas parece imponerse ante cualquier límite. Mogambo es el nombre de una finca en Viotá, Cundinamarca, a dos horas de Bogotá. Leonor Rodríguez cuenta que hace 40 años sembró el primer árbol junto a su esposo, Luis Enrique Acero; hoy ya son más de 3.000 especies vegetales: arbustos, palmas, orquídeas, nueces, árboles frutales y colorantes naturales. Estos ingenieros forestales cuentan que se trata de “un jardín etnobotánico donde las plantas están reunidas según sus usos”. Ni siquiera la violencia de paramilitares o la guerrilla los ha hecho desistir.

La financiación la consiguen a través de las visitas, ventas a restaurantes —en el pasado, sobre todo—, café o la comercialización de ciertos productos. Hasta ahora han trabajado en soledad porque no reciben ningún apoyo del Gobierno. Sin embargo, les gustaría tener respaldo: recibir gente conocedora para aprender.

El Ministerio de Agricultura trabaja actualmente para llevar los productos de los campesinos a más personas a través de iniciativas como “El Campo a un Clic”, una alternativa de comercio virtual que ya permitió que 60.049 productores logren acuerdos comerciales por un valor aproximado de $838.000 millones. Este ministerio dice haber invertido alrededor de $33.500 millones para apoyar a los pequeños productores de frutas, hortalizas, tubérculos, ganado, pollo y pescado. Se busca incrementar el crédito para pequeños y medianos productores, aumentar el uso de semillas e importaciones, así como “diversificar la oferta de exportación”.

Por otro lado, Juliana Colorado, subsecretaria de Desarrollo Rural de la Alcaldía de Medellín, cuenta que han apoyado a corregimientos como San Cristóbal y Santa Elena que, ante el cambio de fecha en la Feria de las Flores, modificaron la dinámica de siembra y cosecha. Para ayudar a los campesinos, enviaron silletas a distintas ciudades del país y facilitan el comercio a través de medios digitales. También retiran intermediarios para aumentar las ganancias de los campesinos. Agrega Colorado que por las calles de Medellín van a rodar dos camiones —con medidas de bioseguridad— para acercar los productos del campo hasta las calles; hay más planes.

Se conoce como justicia social el derecho de las comunidades a producir, distribuir, acceder y tener una buena alimentación más allá del género, el grupo social o las creencias. En un país como Colombia, donde muchas frutas, árboles y vegetales crecen sin esfuerzo, es ilógico que tantas personas sufran de hambre, trabajen solos para cultivar su tierra o que haya niños que se alimenten principalmente con paquetes de papitas fritas vendidos en el supermercado. La pandemia ha mostrado bien la falta de justicia en el campo y la incapacidad del Gobierno para proteger a sus líderes. Por eso la gratitud hacia ellos va más allá de la compra: incluye también reclamar y dejar nuestro silencio.

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