Bancos públicos

Antieditorial
06 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Por Andrés F. Celis S.

La banca pública, entendida como la participación del Gobierno en la política monetaria, ha sido probada como superior a lo largo de la historia. Los Estados Unidos del siglo XIX, tras la Presidencia de Andrew Jackson (1836) y hasta 1913, son la prueba del mayor crecimiento económico en el desarrollo del país (incluso sin banco central). En Colombia, la frase “el país está mal, pero la economía va bien” hizo carrera en el siglo XX, de nuevo con un banco central con participación del Gobierno.

Con esto, claro, se presenta una breve y milenaria exposición de hechos y motivos con las ventajas de la banca pública (tibia en la Colombia pos-1991, valga decirlo).

¿Debe ser la banca un servicio público? ¿Es esto posible? ¿En dónde se ha ensayado y con qué efectos? Las respuestas son positivas y los ejemplos abundantes a lo largo de la historia: de Sumeria a Egipto, India y China, al banquero barcelonés Francesc Castelló, decapitado en frente de su banco en 1360 por el incumplimiento de sus deberes sagrados contemplados en la legislación de la época.

El modelo cooperativo del keiretsu japonés, la gran explicación de su auge económico de la posguerra y los igualmente desconocidos bancos cooperativos (Landesbanken) y cajas de ahorro de supervisión municipal y de propiedad cooperativa (Sparkassen) de la Alemania que emergiera de la cenizas. El Kiwibank de Nueva Zelanda, el Commonwealth Bank of Australia, el Banco de Canadá hasta hace algunas décadas, la Reconstruction Finance Corporation estadounidense, antídoto para la Gran Depresión, todos sinónimos de prosperidad pública sostenida.

Se ha arraigado la fórmula: público = ineficiente + corrupto. Se desconoce que la corrupción no distingue estas categorías. Si un funcionario público es deshonesto o incompetente, se le debe remover del cargo. Si un funcionario privado es una o las dos cosas, no hay mecanismo democrático de corrección (su nombramiento no estuvo sujeto a escrutinio público en primer lugar). Si la corrupción pública se ha dado por implícita, entonces, ¿por qué ocurren casos como el de Interbolsa o Estraval y la monumental debacle mundial de 2008 (aún en curso), aparentemente manejados desde la pulcritud de lo privado?

La banca pública es igual o más antigua que la deuda, el dinero y los bancos, valga la redundancia. Desde los templos asignadores de pesos, medidas y recursos de Babilonia, al centenario Banco de Dakota del Norte en los Estados Unidos, que salió inerme de la crisis de 2008, dejando a este estado sin números en rojo en su presupuesto (el único de los 51 de la Unión), y más allá de su auge petrolero, siendo más rentable que los bancos de Wall Street.

La banca pública es infraestructura: es un puente, un hospital, una carretera, un centro cultural, un servicio público, parafraseando a la valiente Ellen H. Brown, fundadora del Instituto de la Banca Pública, con proyección para todas las comunidades del planeta.

De la austeridad (privada) a la prosperidad (pública)... ¡bancos públicos!

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