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¿A Merlano le pasó por mujer?

Elizabeth Charris Alvarino
27 de junio de 2022 - 05:00 a. m.

Que sea precisamente una mujer la que puso en jaque a uno de los políticos más importantes de la Costa y del país no es una casualidad. No porque se trate de justicia divina (que, de cierto modo, lo es) sino porque en el caso de Aida Merlano hay un asunto de género muy profundo que analizar.

A principios del 2020 la captura y posteriores declaraciones de la excongresista fueron la comidilla del país: se conocieron de su voz detalles de un presunto cartel de corrupción que ya era un secreto a voces. Lo que todos sospechábamos, pero nadie se atrevía a decir ni tenía cómo probar. Entonces esta mujer, que ya había sido justamente condenada, dijo que tenía cómo demostrar que Álex Char, posible candidato presidencial en ese momento, se quedaba con el 30 % de los recursos de la contratación en Barranquilla; que el entonces alcalde recibía coimas a través de alias Oso Yogui, y otras tantas cosas que pronto fueron quedando en el olvido y revivieron con fuerza en la campaña electoral, poniendo nuevamente a prueba la capacidad de reacción y aprendizaje del pueblo colombiano.

Este asunto tiene varios ángulos que conforman una gran pelota de lana que poco a poco va soltando su hilo: el pretender arropar el tema como algo íntimo y familiar, el cubrimiento sesgado y chismográfico de los medios, la confrontación de una ciudadanía activa y critica que insiste en argumentos de fondo, y el hecho de que sea una mujer la que creyeron que podían hacer pasar por desesperada y desaparecer. Estos conforman apenas, seguramente, el pico más visible de un monumento a la corrupción de dimensiones más grandes que la famosa ventana al mundo.

Es bien sabido que el sistema de corrupción electoral por compra de votos ha sido fundado, estructurado y sostenido por políticos hombres que no han sido condenados y hoy gobiernan el país con el objetivo de seguir escalando al costo que ya bien conocen, dominando la política local y nacional desde distintas esferas.

Un sistema de corrupción que no es denunciado por los medios, porque también están comprados. Merlano no nos estaba contando ninguna novedad: sus declaraciones coinciden con investigaciones previas, así que resulta vergonzoso cómo pretenden insistir en la naturaleza privada de una relación amorosa que atraviesa lo público, confirmando que el hombre más poderoso de la región, quien aspiraba a gobernar el país, tuvo una relación extremadamente íntima con la primera y única congresista condenada por compra de votos en Colombia. ¿Es que acaso necesitamos algo más? ¿Es necesario que el mismísimo acusado se allane para que dejemos de poner el lente donde no debemos? Los adeptos a Álex Char siguen restregándonos el argumento de que lo que pasa en la esfera interna del hogar de un político no tiene nada que ver con su accionar profesional y los medios nos relataron los hechos como en un programa de chismes para que sigamos minimizando lo que esa relación sentimental sugiere. Que no se nos olvide que, entre mensajes de amor y brazaletes de unión, Aida Merlano denunció secuestro, violación y un cartel electoral de corrupción; en todo ello sale a relucir el exprecandidato presidencial como protagonista.

Entonces comencemos a pedir respuestas y justicia con fuerza, porque de momento lo que han demostrado las declaraciones es que consideran tan escasa a la población que podían disculparse en tres minutos y seguir caminando a la Presidencia con la cabeza en alto. ¿Hasta cuándo los políticos en Colombia van a gobernar sin consecuencia?

¿Importa que Merlano sea mujer? Por supuesto que sí. Es claro por qué Aida es la única condenada de un entramado delictivo del que apenas fue beneficiaria. No me malinterpreten: ella merece pagar por lo que hizo. Su condena inicial fue justa. Lo que no es justo es que sea la única que pague cuando es claro que no pudo actuar sola. Así que debemos preguntarnos: ¿por qué? ¿Por qué nadie se escandaliza de que Julio Gerlein tuviese 56 años cuando ya sostenía una relación sentimental con una adolescente de 16 que creció con violencias normalizadas? ¿Por qué Álex Char, 14 años mayor que ella y casado, ha podido hasta ahora normalizar la situación, transformarla en un nimio error que todo el mundo sepa y pasar página? ¿Por qué en el marco de procesos judiciales los hombres han utilizado la estrategia de desprestigio históricamente machista de llamar a las mujeres histéricas y mentirosas para tapar sus propios delitos? ¿Por qué piensan que es a una mujer a la que pueden usar, tratar de loca y desaparecer? ¿Por qué sigue siendo una mujer la única que sufre los juicios y las consecuencias?

No, no son hechos aislados. Es solo la evidencia de la presencia del patriarcado en todos los círculos de esta sociedad. Seguimos siendo las mujeres un instrumento incluso en escenarios de poder. Es nuestro cuerpo el que se expone, el que se sigue usando a cambio de ascender o tener una visibilidad dentro de la esfera política. No es un simple lío de faldas. Es el reflejo de que los hombres en posiciones de influencia las utilizan para colonizar cuerpos sin importar si eso implica ofrecer dinero, prebendas públicas o pasar por encima de su compañera de vida.

Katia Nule también merece un apartado aquí porque no solo ha tenido que sufrir la infidelidad en sí misma, sino que su rostro tuvo que servir como escudo para tapar los errores de su marido. Si ser una “dama” significa no solo aguantar y perdonar las violencias de la pareja, sino que además debe salir a defenderlo y exponerse como carne de cañón, mejor vivir en un mundo sin damas.

A pesar de tanto, no debemos olvidar que en lo público el eje sigue siendo que existe un cartel de corrupción electoral y una serie de denuncias que involucran a uno de los exprecandidatos presidenciales. A mi parecer, debió haber desmontado su candidatura, pero en lugar de eso acudió a una coalición de silencio.

Los hombres pasan página mientras Merlano —que, insisto, ya fue condenada— ha denunciado secuestro, extorsión, violación... Y parece que a nadie le importa. Justo ese sistema de indiferencia y horror es el que nos toca habitar a todas las mujeres.

Por Elizabeth Charris Alvarino

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