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Sobre la juventud y otros demonios


Santiago Ruiz Cossio
23 de junio de 2025 - 05:00 a. m.
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Cuando un joven decide ponerse de pie y dar su opinión sobre cualquiera de sus tantas percepciones del mundo, lo hace con la esperanza de ser atendido o, al menos, escuchado. Lo hace con la valentía que se requiere para alzar la voz sin temor a que se pierda entre las que convergen en los escenarios de debate y deliberación. Se aferra a la seguridad que, momentáneamente, algunos espacios le brindan en mayor medida que otros. Lo que no desea es que pase lo que teme que pase: que no pase nada.


Es casi un pasatiempo para muchos adultos afirmar que los jóvenes ya no se interesan en lo que ellos consideran verdaderamente importante: si izquierda o derecha, Uribe o Petro, azul o rojo. Su salida fácil es descalificar nuestras conversaciones, opiniones y gustos cotidianos, tildándolos de banales. Desde su supuesta sabiduría incuestionable —que claramente no lo es—, nos etiquetan como “la generación perdida”. Este es, sin duda, el adultocentrismo en su expresión más típica en la sociedad colombiana.


Ahora bien, el adultocentrismo se ha inmiscuido tanto en las formas de participación juvenil, que termina siendo un obstáculo para los mismos jóvenes, quienes, a pesar de contar con ideas frescas, innovadoras y necesarias, se alejan de los espacios de deliberación porque se les invita a participar, pero no a decidir. Sus propuestas son frecuentemente subestimadas por considerarse “inmaduras” o “carentes de experiencia”. Un ejemplo de esta realidad son los Consejos de Juventud: escenarios creados para que las juventudes propongan alternativas, estrategias y mecanismos de relacionamiento y control político frente a las administraciones municipales, distritales y departamentales. Sin embargo, aunque sobre el papel los Consejos de Juventud representan una oportunidad potente de incidencia, en la práctica su influencia en la toma de decisiones sigue siendo mínima.


Los Consejos de Juventud se presentan como los escenarios más importantes para la participación y toma de decisiones de las juventudes. Los procesos de elección de los consejeros que representarán a los jóvenes en los escenarios locales y distritales se hacen a través de mecanismos institucionales que presuponen una participación efectiva en el control a la administración pública. Otra cosa es cuando, en el escenario real, los Consejos de Juventud se ven sometidos a la voluntad política de las administraciones para sentarse y plasmar las propuestas de estos consejeros —que recogen las voces de múltiples procesos, partidos y prácticas organizativas— en acciones contundentes que mejoren las condiciones de las juventudes de los municipios y departamentos.


Ser consejero de juventud no es una tarea sencilla. Implica asumir múltiples responsabilidades al mismo tiempo: cumplir con las exigencias del colegio, la universidad o el trabajo; participar activamente en las prácticas organizativas a las que pertenecen y, además, atender los compromisos propios del Consejo Municipal de Juventud. De igual manera, se lidia con la frustración de no ser atendidos, con la indignación de las juventudes —que les reclaman hacer algo sin saber que están maniatados— y con la sensación de que no se están logrando grandes cosas. Todo esto lo hacen sin ánimo de lucro, ya que no reciben ningún incentivo económico. Los pocos estímulos que podrían obtener dependen de la voluntad política de las administraciones, la cual rara vez se traduce en apoyos concretos. Como resultado, no existen garantías reales para su participación ni para el sostenimiento de una labor que, con el tiempo, se vuelve desgastante.


Estamos ad portas de unas nuevas elecciones. Ojalá se entienda y valore la participación de quienes pocas veces se atreven a participar.

Por Santiago Ruiz Cossio

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