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Putas sí, pero no feas

Ellas no prestaron atención a las groserías, pero el vendedor seguía gritando cada vez más fuerte. Una de ellas, la más acuerpada, se devolvió claramente ofendida. Sus compañeras la siguieron.

Carolina Romero M. *
15 de agosto de 2014 - 09:20 p. m.

Hace pocos días, cuando me dirigía al centro de la ciudad, un trancón por la carrera 10ª me obligó a bajarme del bus para caminar por la 7ª peatonal. —¡Puta, gorda, fea! —gritaba un vendedor ambulante. El hombre tenía un puestico de gafas, libros piratas, golosinas y cachivaches en la calle 14, frente al parque Santander. Se refería a tres mujeres que acababan de pasar por enfrente.

Yo estaba lo bastante lejos para oír sus reclamos, pero era obvio que esperaban que se retractara. Molestas, se dirigieron de nuevo hacia el sur. Los transeúntes se paraban a mirar —unos ya hacían corrillo enfrente del Museo del Oro— y los demás vendedores especulaban sobre la situación.

El tipo les seguía gritando. Las mujeres se devolvieron de nuevo. Una de ellas gritaba al vendedor, mientras las otras, un poco rezagadas, le hacían muecas. Cada vez se acumulaba más gente en el lugar a la expectativa de ver cómo se solucionaba el altercado.

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Me acerqué un poco para oír la gritería. El vendedor seguía con su mantra de “puta, gorda y fea”, y agregaba que mujeres como ellas, con esas pintas y con ese trabajo, eran una vergüenza para la sociedad. Ella, moviendo las manos con velocidad, agregaba que ni era fea, ni era gorda y que sí era puta...

Los insultos subían de calibre y de volumen. Las dos compañeras se acercaron a la vendedora de al lado, una indígena con tres niños y un bebé en brazos. —¿Sumercé, me presta un momentico los ladrillos? —Muchas gracias.

Entre ambas levantaron tres de los cuatro ladrillos usados como peso en la tela donde se ubicaban sus productos y le dijeron al tipo que se callara o que le rompían el negocio. Él siguió gritando. Ellas patearon la tabla de las gafas y le tiraron los ladrillos encima. Al retirarse, una de ellas se agachó hacia adelante, meneándose. —Si le parecemos tan feas —le gritó—, no vuelva a buscarnos por allá.

 

*Las crónicas en este espacio han sido escritas para El Espectador por estudiantes de la revista Directo Bogotá de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana.

Por Carolina Romero M. *

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