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Una masacre, dos masacres... y así

Beatriz Vanegas Athías
18 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

En la noche del 11 de agosto en los campos de caña del nororiente de Cali cinco adolescentes fueron asesinados. Es un sector (Aguablanca) oprimido. En Colombia oprimido es sinónimo de excluido, de segregado. Otro efecto causarían esas muertes si ocurrieran en las capitales como en tiempo de los bombazos y sicarios del otro patrón. Pero se aprende y se perfecciona la perversa estrategia de la guerra.

A diferencia de la errática concepción que tiene la Vicepresidenta Martha Lucía Ramírez del término tragedia, estas muertes si son una tragedia, porque estos niños-personajes de la Colombia trágica siempre terminan mal. Son personajes trágicos porque son destruidos por fuerzas que no pueden ser entendidas por la prudencia racional. Para ellos no hay justicia, pese a que las madres en el degradado funeral hayan denunciado que vieron a agentes de la policía nacional con machetes manchados de sangre en el sitio en el que fueron abaleados.

La justicia (o impunidad) sólo es posible para las no tragedias. No es tragedia lo ocurrido a la vicepresidenta con su hermano narcotraficante porque él no pereció ni física, ni moralmente y ella ha ostentado todos los cargos de poder para dirigir (ahí sí) el destino trágico de los colombianos. No hay un sino fatal que los persiga, por el contrario, basta recordar la Operación Orión dirigida a eliminar el último vestigio de milicias y de guerrilla urbana realizada en 2002 en la Comuna 13 de Medellín bajo su ministerio de defensa y en coordinación con el Bloque de paramilitares Cacique Nutibara.

Para comunidades como las de Samaniego en Nariño que el domingo 16 amaneció con ocho jóvenes asesinados (y las de Los Montes de María, por sólo mencionar dos más) parece que no existe redención, de ahí la dimensión de su tragedia. Si hubo un tiempo en que la razón, el orden y la justicia aparecieron (primer año del Acuerdo de paz), fue solo de manera limitada y como un segundo aire para continuar cumpliendo a cabalidad el destino de morir indignamente.

El guerrero de la “seguridad antidemocrática”, hoy preso y pero erigido padre, mesías, dios de la guerra por sus fanáticos, lo dijo recién inició su cuarto mandato en cuerpo ajeno: “Santos aplaza la tragedia del asesinato: Se ufana de la disminución del asesinato. (¡Ay, esa redacción del Mesías de la guerra!). Nos deja el asesinato aplazado, qué pasará cuando el nuevo Gbno tenga que enfrentar más de 2209 mil has. de coca!”. Se están poniendo al día, en Cali, en los Montes de María, en el Meta; en Samaniego, específicamente en la vereda Santa Catalina murieron Laura Michel Melo, de 19 años; Jhon Sebastián Quintero y Daniel Vargas, ambos de 22 años; Bayron Patiño, de 23 años; y Rubén Darío Ibarra, de 24. También habría jóvenes de 18 años.

El gobernador de Nariño Jhon Rojas denuncia la presencia de grupos armados y establece que en menos de dos meses se han asesinado 20 jóvenes. Nariño, Cali, son fuertes bastiones del progresismo y son periferia y esto los predestina a su suerte, toda vez que han ofendido con petulancia al dios de la guerra que garantiza su eternidad al mejor estilo de Ares.

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