En otros momentos, bajo circunstancias políticas diferentes, algunas de las posiciones que ha asumido Colombia en las relaciones exteriores habrían generado roces con actores importantes. Por ejemplo, con Estados Unidos, que tiene una larga historia de exigir a países amigos de la región un comportamiento afín al suyo en la política exterior. Pero varios gobiernos han asumido discursos y posiciones que no han sido los preferidos de Washington, y el gobierno de Joe Biden no ha reaccionado con la intolerancia que esgrimieron sus antecesores cuando se presentaron situaciones semejantes.
Se pueden plantear varias hipótesis. Por ejemplo, la magnitud y la orientación de la presencia de otros superpoderes como China y Rusia en la región, y una creciente diversidad en los puntos de vista sobre los aspectos claves de las relaciones regionales. El hecho es que la agenda en la que pesaba tanto la guerra fría cada vez luce más obsoleta.
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Tal vez, también, por el interés de Joe Biden de asumir una posición más constructiva frente a América Latina, con el fin de evitar que la presencia de otras potencias en el hemisferio conduzca a un debilitamiento de su poder e influencia. Eso, a estas alturas, parece un escenario inevitable y lo que está por verse es la magnitud del cambio de la política exterior de Estados Unidos y hasta dónde llegarán otros jugadores poderosos, y con cuáles intenciones. Es un hecho que hay nuevas realidades, pero falta claridad sobre cuáles son y si tienen vocación duradera.
Sobre todo, preparar ajustes en las reglas de juego de Washington en la región, porque el liderazgo rígido y tradicional no parece viable a estas alturas. ¿Es a esto a lo que juega la administración Biden? Porque algunas de sus posiciones no parecen seguir las estrictas reglas de juego del pasado, pero tampoco ha mostrado un discurso renovador y diferente. A Washington se le nota la intención de buscar modificaciones en su manera de ver a América Latina y una que otra señal de que está cambiando su comportamiento tradicional. Pero sería difícil establecer en qué consiste el cambio y hacia dónde va. Y habrá que ver qué plantean los candidatos en la próxima elección (aunque, claro, después de una inminente parálisis de la economía, la agenda de la próxima campaña será más interna que externa).
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Lo que más abunda en el momento son los interrogantes. ¿Para dónde va América Latina? ¿En qué están las relaciones internacionales? ¿Hay cambios tan profundos como parece? Hasta el momento no está claro el juego por los liderazgos ni quiénes tienen un llamado natural a ejercerlos —¿el Brasil de Lula o los propios Estados Unidos?—, pues parecen amarrados por las realidades internas de sus naciones. No es el momento de las grandes innovaciones en política exterior.
Y ni qué decir de la aparición de factores nuevos, que van más allá de la presencia de poderes extrahemisféricos como China, Rusia y otras cuyas relaciones con Estados Unidos no terminan de aclararse —¿aliados, rivales, modelos alternativos?— porque en los tiempos actuales la falta de claridad manda la parada. Sin ir muy lejos, ¿cuál es la política exterior de Colombia? ¿Qué significa la sorpresiva y temprana salida de la viceministra Laura Gil, una reconocida académica en el campo?
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Al presidente Gustavo Petro le ha faltado una presentación precisa de sus propósitos y objetivos en la política exterior. Se ha referido a ellos, sobre todo en entrevistas y discursos improvisados (que son sus canales preferidos), pero aún no ha hecho una presentación profunda y comprehensiva de cómo se ordenan sus ideas, propósitos e intenciones sobre las relaciones internacionales de su gobierno. Al fin y al cabo, apenas lleva siete meses mal contados en el cargo. Petro y su canciller Leyva podrían asumir que esa es una tarea pendiente, sobre todo en un escenario global tan cambiante y, de alguna manera, cambiado. Porque lo que sí parece claro es que los conceptos y paradigmas de la tradición y el pasado cada día son más obsoletos. Hay un mundo nuevo. Uno que afecta, también, a las relaciones entre Estados Unidos y Colombia. Porque entre los pocos asuntos que parecen claros es que difícilmente todo seguirá igual, más allá de si un camino distinto será conveniente o no.