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Análisis: Sobre la nueva supuesta crisis del ELN

Las tensiones internas han acompañado al Eln desde su creación. Siempre ha habido fricción entre una línea política y otra de corte más militar, con posturas distintas sobre las condiciones para dialogar con el Estado.

Juan Carlos Garzón, Andrés Aponte González, Tatiana Prada y Lorena Zárate*
19 de febrero de 2021 - 10:00 p. m.
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Foto: El Espectador

La carta y la alerta de atentado

Este 7 de febrero, El Tiempo reveló el contenido de una carta presuntamente enviada por los comandantes del Eln en La Habana a los mandos que se encuentran en Colombia y Venezuela. Según ese diario, el documento deja en evidencia la crisis de la guerrilla y sus divisiones frente a la salida negociada del conflicto.

Días más tarde, el embajador de Cuba en Colombia, José Luis Ponce, advirtió sobre la posibilidad de un atentado en Bogotá. La noticia avivó las dudas sobre la unidad de esta guerrilla. Pero las divisiones dentro del Eln no son nuevas, ni deberían interpretarse como una crisis que llevaría a su fragmentación.

La eterna “división” del ELN

Las tensiones internas han acompañado al Eln desde su creación. Siempre ha habido fricción entre una línea política y otra de corte más militar, con posturas distintas sobre las condiciones para dialogar con el Estado.

Bajo el gobierno Uribe, el Frente de Guerra Oriental se opuso a cualquier acercamiento de negociación. Bajo el gobierno Santos, el Frente de Guerra Occidental utilizó el secuestro y la retención del político chocoano Odín Sánchez para mejorar su posición dentro del Eln. Y el 17 de enero de 2019, bajo el gobierno Duque, el Frente Oriental hizo explotar un carro bomba en la Escuela de la Policía Francisco de Paula Santander, en Bogotá, sin consultarlo con el Comando Central (Coce), con el fin de romper la mesa de negociación.

En cada uno de estos casos se dijo que el grupo estaba dividido, pero los hechos no llegaron a destruir la unidad de la organización. Esto se debe a que esta guerrilla vive en constante deliberación, y recurre al discurso y a las acciones armadas para sentar posiciones y ganar espacio.

Se fortalece el ala radical

El Eln ha tenido que encontrar un balance entre el ala más inclinada al diálogo y la que insiste en la vía armada. Subsistir como organización a través de la “resistencia armada” es un proyecto que los ha mantenido unidos durante los últimos quince años. Pero también hay un acuerdo interno en el sentido de explorar la solución negociada como una forma de ampliar sus espacios políticos.

El gobierno de Duque encontró una mesa de negociación empantanada y marcada por la mutua desconfianza, que acabó de desplomarse con el atentado a la Escuela de Cadetes. En todo caso, Duque fue elegido bajo una agenda de endurecimiento frente a la paz, lo cual hacía difícil continuar el proceso con el grupo guerrillero.

El Gobierno ha condicionado la reanudación de las conversaciones al abandono de cualquier actividad delictiva. El resultado es un punto muerto que ha favorecido al ala radical, especialmente al Frente Oriental, mientras que la delegación del Eln sigue atrapada en La Habana. Si la intención era provocar una división con el fin de debilitar a esa guerrilla, en realidad el gobierno está fortaleciendo y dando oxígeno al discurso de los menos interesados en buscar una salida negociada.

Como pez en el agua

Según datos recientes de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), la presión de la Fuerza Pública en los últimos años se ha desdibujado: en 2020, las capturas de miembros del Eln disminuyeron en un 50%; en los dos últimos años, los muertos del Eln en operaciones realizadas por la Fuerza Pública disminuyeron 25%; y las desmovilizaciones individuales se redujeron un 22%.

Entre tanto, el pie de fuerza del Eln ha aumentado desde 2016, y el número de acciones se ha mantenido estable. Las muertes de alias “Uriel” y “Gallero” fueron golpes mediáticos, con repercusiones muy localizadas en los frentes más débiles de esta guerrilla. En retaguardias claves, como el Catatumbo y Arauca, ha sido poco el impacto de las acciones de la Fuerza Pública.

Si bien el Eln no está cerca de una “victoria” militar, tampoco siente los costos de continuar la guerra. Tanto el tiempo (la guerra prolongada) como el espacio (sin mucha dispersión y una solida retaguardia en el país vecino) están a su favor. Para un grupo como esta guerrilla, que sobrevivió a la arremetida paramilitar y al enfrentamiento con las Farc, la resistencia armada es como el agua para el pez.

¿Cómo avanzar en busca de la paz?

Bajo las condiciones que se dieron hacia el final del gobierno Santos, el diálogo es poco probable. Sentarse con una guerrilla que exige reformas en áreas sensitivas, que no parte del desarme, es riesgoso y carece de incentivos.

Además, el Eln se organiza de forma federada y descentralizada, con gran autonomía entre sus frentes y con combatientes de medio tiempo. La literatura comparada sobre conflictos armados muestra que este tipo de organizaciones son más resistentes, dependen más del contexto local y mantienen relaciones más complejas. Los grupos con estas características tienen más dificultades para comprometerse con una negociación.

La estrategia que llevó a las Farc a la mesa de negociación tiene pocas probabilidades de funcionar ahora con el Eln. Esto no significa que no haya que buscar la negociación, pero es posible que la llave del diálogo ahora esté en el fondo del mar, así que hay que considerar otras opciones.

La clave para desenredar este nudo puede estar en la dimensión local, en los territorios donde opera esta guerrilla, lo cual requeriría de una apuesta del Estado para construir y ganar legitimidad. La ejecución de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) en zonas como el Catatumbo y Arauca ha sido, hasta ahora, una oportunidad perdida.

La posibilidad de debilitar al Eln no radica en fomentar su malentendida división, sino en quitarle fuerza a su agenda política en lo local y en mostrar un Estado que funcione de manera efectiva y legítima. De las fricciones internas y eternos desacuerdos dejemos que se encargue el Eln.

* Investigadores de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) y analistas de Razón Pública.

Por Juan Carlos Garzón, Andrés Aponte González, Tatiana Prada y Lorena Zárate*

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