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Las regiones donde el tiempo se detuvo: así se hizo el especial #FuturoEnPausa

Ante el abandono del Estado, se mantienen los reclamos desde todos los rincones de Colombia para que el centro del país voltee la mirada hacia las comunidades que resisten. Este especial de El Espectador recopila las historias de esas personas y comunidades que mantienen vivas sus tradiciones, sus prácticas y la esperanza de que un futuro diferente es posible.

Redacción Política

03 de noviembre de 2025 - 11:03 a. m.
#FuturoEnPausa abarcó seis regiones y contó las historias de sus habitantes.
Foto: Carlos Eduardo Díaz Rincón
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Pasarían seis meses antes de que la primera historia de #FuturoEnPausa viera la luz. En ese tiempo, 17 periodistas estuvieron encaminados hacia un solo objetivo: contar y retratar a viva voz las historias de las personas que se niegan a quedarse en el olvido, a vivir en los márgenes de la indiferencia estatal. Pero para mantener la fidelidad de esos relatos, tendrían primero que ser conocidos en primera persona.

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Fueron seis viajes en el lapso de tres meses: Nueva Venecia, Magdalena; Leticia, Amazonas; Puerto Carreño, Vichada; Busbanzá, Boyacá; Neira, Caldas; y Uribia, La Guajira. En todos esos lugares aterrizó un equipo conformado por una persona de la sección Política y una de la de Video. Desde las fronteras y el corazón del país, decenas de personas —las protagonistas de este especial— confiaron sus testimonios a reporteros de El Espectador. Eran memorias de vidas atravesadas por el dolor y la pérdida, no solo de personas, sino también de lugares, de prácticas, de tradiciones que se perdían en los problemas del día a día.

Aquí puede ver el especial completo: Seis regiones donde el tiempo se detuvo

Capítulo 1: Nueva Venecia, Magdalena

Nueva Venecia es uno de los pueblos palafíticos de la Ciénaga Grande de Santa Marta. En la imagen se aprecia la planta invasora.
Foto: Nicolás Achury González

La primera protagonista no fue una persona, sino una planta. A la Ciénaga Grande llegó, sin advertencia ni razón aparente, la hydrilla verticillata, una especie de origen asiático usada en acuarios, que en Nueva Venecia adquirió el nombre de “rabo de caballo”. Su impacto en la zona es más que evidente: en un pueblo palafito, las casas parecen flotar sobre pasto. Los jacintos de agua, nativos del agua dulce del río Magdalena, quedan atrapados entre las ramas de la invasora e impiden la navegación.

A Daniela Cristancho y Nicolás Achury les dijo la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag) que no hay una hoja de ruta clara para enfrentar esta emergencia, por la que se dificulta, además, el acceso a agua potable. 25 años después de haber sobrevivido una masacre perpetrada por paramilitares, que dejó 39 muertos y 4.000 desplazados, los habitantes de ese municipio se enfrentan a la amenaza del cambio climático, sumada a una situación precaria en materia de educación y salud —con contratos inconclusos de COP 8.821 millones en el sistema escolar— que podrían obligarlos a una segunda ola de desplazamiento forzado.

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Pero quienes allí viven se niegan a que sus experiencias se ahoguen entre las plantas que ponen sus prácticas en jaque. Jesús Suárez, pescador de la ciénaga, es el salvavidas en el que se sostienen las memorias de la vida en Nueva Venecia: en sus palabras, recuerda al pueblo que sigue luchando contra las adversidades.

Léalo aquí: Nueva Venecia: un pueblo anfibio de la Ciénaga Grande al que una especie invasora está a punto de arrasar

Capítulo 2: Leticia, Amazonas

En el Centro de Atención Especializada (CAE) de Leticia, Amazonas, vivían nueve muchachos.
Foto: Terumoto Fukuda

Después llegó otra historia, contada desde la punta más al sur del país. Esta vez, el centro del relato fueron la “cárcel de menores” de Leticia y los nueve muchachos que allí cumplían sanciones por crímenes graves. A pocos metros de la triple frontera entre Perú, Brasil y Colombia hay una construcción hecha para impedir la salida de los jóvenes que cometieron delitos antes de los 18 años y que viven entre paredes blancas, alambres de púas y el recuerdo de la criminalidad que los llevó a parar ahí.

No es una experiencia que se esconda ante la mirada de los turistas. Los habitantes de la capital amazónica les contaron a María José Barrios Figueroa y Terumoto Fukuda que allí llegan los grupos criminales de Brasil a “ajustar cuentas” y los de Perú a reclutar jóvenes para que trabajen como raspachines a tan solo algunos kilómetros de los resguardos indígenas de este lado de la frontera. En ese casco urbano, rodeado por la selva y el río Amazonas, hay historias de sicarios “con cara de niños”, de estudiantes de colegio que son convertidos en expendedores de droga y de familias que solo ven la sombra que proyecta el crimen cuando es la Policía la que les toca la puerta de la casa, buscando a sus hijos.

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Pero los muchachos que viven en ese centro hablan del futuro y quienes trabajan con ellos son testigos de la transformación que ocurre en ese lugar. El objetivo al salir de allí suele ser el mismo para todos los que están recluidos: hacer que sus padres estén orgullosos, volver a ser un ejemplo para sus hermanos menores. Cuando termine el tiempo de su sanción, encararán un mundo diferente, donde sobrevive la misma criminalidad de la que algún día hicieron parte. Su esperanza es que esos años encerrados no sean en vano.

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Léalo aquí: Jóvenes de Amazonas esquivan las esquirlas del crimen que los dejó pausados tras muros blancos

Capítulo 3: Puerto Carreño, Vichada

En Puerto Carreño, la ola invernal llegó con inundaciones provocadas por el desbordamiento del río Orinoco.
Foto: Daniela Rojas

El tercer relato vino desde otra frontera, la de Puerto Carreño. En la capital de Vichada, la vida estaba sumergida por una ola invernal indomable que se tragó canchas de fútbol, parques infantiles, casas y barrios enteros; incluso hizo que la Virgen del Carmen que vigilaba el puerto fuera sacada de su urna para que no terminara ahogada. Al mismo ritmo del río Orinoco, el miedo, tristeza y rabia crecían entre sus habitantes, quienes se han sentido por años ignorados por el Estado. De acuerdo con el DANE, es el departamento con más pobreza multidimensional en el país (72 %).

Entre el agua se movían las familias, cargando con colchones, televisores y mascotas para escapar. Desde el punto más alto de ese municipio, el Cerro de la Bandera, un pescador le enumeró a David Efrén Ortega y Daniela Rojas la lista de agravios que golpearon la vida de quienes allí viven: la prohibición de la Corte Constitucional de la pesca deportiva que alentaba el turismo y la economía, los cierres de las fronteras y el alto costo de los impuestos para los comercios más pequeños, el desamparo a las comunidades indígenas, la falta de funcionarios, vías y recursos eran tan solo algunos de ellos.

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La imagen después de las inundaciones no es optimista. Tras el paso del agua que deja desolación y destrucción, las familias tratan de rehacer sus hogares. La pérdida es el sentimiento que atraviesa a Puerto Carreño, pero con el retorno también hay una sensación de victoria que nunca es suficiente. Los carreñenses confían en las habilidades y la resiliencia de su gente, y por ello es que siguen reclamando al Estado que voltee la mirada hacia sus comunidades.

Léalo aquí: Vichada a la deriva: así se vive en uno de los rincones más pobres e ignorados de Colombia

Capítulo 4: Busbanzá, Boyacá

En Busbanzá, el año pasado hubo tan solo tres nacimientos.
Foto: Santiago Ramírez Marín

Luego le tocó el turno a Boyacá. Un municipio con 1.219 habitantes y solo tres nacimientos en 2024 se enfrenta a la posibilidad de convertirse en un pueblo fantasma. La supervivencia misma peligra en Busbanzá, que hace cuentas para ver cómo sostiene a una población de adultos mayores crecientes sin jóvenes que puedan sostener la economía.

Ese lugar se convirtió en un laboratorio accidental del cambio demográfico que se origina en la falta de oportunidades por la que las familias dejan los lugares en los que nacieron en búsqueda de mejores oportunidades. La vida ahora está detenida: en algunos puntos ni siquiera hay alumbrado público o agua potable, la mayoría de casas tienen sus propias plantas eléctricas, y para trabajar la tierra, el sustento principal de sus habitantes, no consiguen a veces los implementos básicos. Busbanzá no tiene recursos propios y el riesgo de desaparecer es latente, como contaron Leonardo Botero y Catalina Mesa.

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En todo caso, eso no es una opción para quienes han regresado a su tierra y tienen los recuerdos de la vida allí. La Asociación de Mujeres Rurales Agroecológicas de Busbanzá es un ejemplo de eso, una señal de que los esfuerzos comunitarios por sobrevivir están en las manos de las artesanas que, con bolsos y prendas, mantienen las tradiciones vivas y labran el camino hacia un futuro que parece esquivo.

Léalo aquí: La tierra sin nuevos hijos: cómo se mantiene la vida en Busbanzá

Capítulo 5: Neira, Caldas

La población de adultos mayores en Neira ha crecido a un ritmo más rápido que la de jóvenes.
Foto: Catalina Mesa Urquijo

Días más tarde, Botero aterrizó con Catalina Mesa en un lugar a cientos de kilómetros de ahí, pero que atraviesa un problema similar al del pueblo boyacense: en Neira, Caldas, la población de adultos mayores aumentó 130 % y la de niños entre 0 y 14 años cayó 60 %. Son calles en las que poco se escuchan las voces de la infancia, pero sí las de los pasos calmados, las charlas que rememoran décadas pasadas.

El centro de este relato es el ancianato San Vicente de Paul, uno de los dos hogares geriátricos en ese municipio. Allí dejan las familias a los adultos mayores después de quedarse sin herramientas, recursos y disposición para cuidarlos. Algunos de ellos pasaron años recorriendo el país, trabajando por sacar a sus familias adelante, pero llegaron a ese lugar tras viajes de 32 horas en bus, y hoy dependen de recursos que no tiene un gobierno local que se sostiene por regalías que tampoco son suficientes.

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Neira sería lo que muchos llaman una “zona azul”. Las vidas que allí transcurren tienen en su ADN la historia de un país marcado por la violencia, las luchas partidistas e innumerables intentos de paz. Son testimonios vivos de la resiliencia de Colombia y de la importancia de poner la mirada sobre los hombros que sostuvieron a este país por décadas.

Léalo aquí: La vejez se impuso en Neira: esta es la lucha de un pueblo que se queda sin niños y no quiere desaparecer

Capítulo 6: Uribia, La Guajira

La tasa de mortalidad materna en La Guajira dobla el promedio nacional.
Foto: Valentina Santiago García

El último relato ocurrió en las tierras guajiras, entre la arena, el viento y el mar. El mismo lugar al que empiezan a llegar turistas de todo el mundo tiene la cifra más alta de mortalidad materna a nivel nacional: este año la tasa va en 98,2 casos por cada 100.000 habitantes y en 2024 fue de 138. Ese territorio está marcado por falta de herramientas, equipos y centros de salud que puedan hacer frente a esos datos, que dejan a familias enlutadas por perder a sus madres, hijas y nietos.

Inversiones de más de COP 80 mil millones con obras inconclusas hacen que sus habitantes tengan que hacer travesías, encarando carreteras inundadas por la arena, para recibir atención médica básica, una situación que no ha logrado corregir ni siquiera un fallo de la Corte Constitucional. Laura Peralta y Valentina Santiago conocieron las historias de las jóvenes venezolanas que prefieren vivir en edificaciones inestables por la cercanía a centros médicos que cerca de sus familias, así les pese el corazón.

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El temor entre todas las mujeres que allí viven es que algún día les toque a ellas, pero entre la preocupación también sobrevive el amor. Se manifiesta en el cuidado de las abuelas a sus nietos, ahora huérfanos, en los gritos de los niños que juegan entre las casas y la posibilidad de que los bebés que vienen en camino puedan encontrar un futuro diferente.

Léalo aquí: Madres del desierto: las barreras que se deben romper para parir con dignidad en La Guajira

Son seis historias que tejieron muchas manos y ojos antes de que llegara a los lectores el resultado final. Además de los periodistas que recorrieron esos territorios, Daniel Valero, Carlos Díaz, Viviana Velásquez, Norma Pinzón y Sofía Medina fueron claves para que estos relatos vieran la luz.

El Espectador está comprometido con contar las historias de este país, permeadas por la valentía de todos sus habitantes, más allá de la mirada fatalista que quiere condenarlo a la violencia.

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