Las Farc y la cuestión étnica

El escritor Alfredo Molano Bravo entrevistó al jefe guerrillero "Pastor Alape", integrante del Secretariado de las Farc, para conocer los puntos de vista de su organización respecto a las comunidades negras e indígenas.

Alfredo Molano Bravo
15 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
El jefe guerrillero Pastor Alape, además miembro del Secretariado de las Farc. /EFE
El jefe guerrillero Pastor Alape, además miembro del Secretariado de las Farc. /EFE

Las zonas veredales de concentración y normalización han creado una interesante polémica —no exenta de conflictos peligrosos— entre comunidades étnicas negras e indígenas con las Farc, alrededor de la presencia civil de este movimiento, que está cerca de la firma de un tratado de paz y dejación de armas con el gobierno colombiano. Es de suma importancia conocer cuál es la posición de un miembro del Secretariado, el comandante Pastor Alape, con relación al tema, que ha sido manoseado y tergiversado por la oposición al acuerdo.

¿Cómo van a resolver el problema de los territorios de paz donde viven desde hace 300 años comunidades negras ancestrales?

El asunto comienza a despejarse al mirar la historia del movimiento guerrillero en regiones como el Naya, el Atrato o el San Juan. El Quinto Frente se funda en 1972, antes de la Séptima Conferencia en 1978, y extiende su presencia desde el norte de Urabá hasta el sur de Córdoba y el norte de Antioquia. Eran zonas de colonización chilapa que estaban siendo arruinadas por la compra o despojo de las mejoras de colonos para fundar grandes ganaderías, que se transformaron en empresas bananeras. Es un proceso que se va extendiendo hacia el sur: Tierralta, Valencia, Juan José, alto San Jorge, a donde llega el Epl, y a Valdivia, Ituango, donde tiene fuerza el Eln. Del Quinto Frente de las Farc nace el 18, que operará en Córdoba y el norte de Antioquia. El Quinto se fortalece en el Eje Bananero y llega a Riosucio, Mutatá, Jiguamiandó, Curvaradó, y por ahí sale a Salaquí y Cacarica. Toda esta acción es anterior a la Ley 70 del 93. Llegué a Urabá en el 86, en desarrollo de la política de desdoblamiento de frentes. Se estaba creando el 34, que controló la zona costera: Unguía, Santa María, Zapzurro o Tutumate, hasta la Serranía del Darién, zona de colonización paisa. Al Atrato medio llegamos por Dabeiba, Urrao, Frontino, o sea, por el río Murry. Ya existían resguardos indígenas en Dabeiba y Riosucio. También estaba Maderas del Darién, que usaba hacheros nativos, tractores y barcos para sacar maderas finas hacia Cartagena. El Frente 34 fue formado casi por afros. Las comunidades ancestrales se organizaban por ríos y familias extensas. El Partido Comunista tenía un trabajo pequeño en Ungía. Aun así, comienza la matazón de gente de la UP y también de colonos que no tenían nada que ver con el movimiento.

¿Cómo se formaron los sindicatos del Eje Bananero?

Hubo sindicalistas que venían de luchar en la zona bananera de Santa Marta, pero también llegaron braceros del río Magdalena, obreros de Barranca, campesinos de Puerto Berrío. En Urabá se estableció la Federación de Trabajadores de Antioquia (Fedeta), filial de la CSTC. Llegaron dirigentes campesinos que tenían experiencias de lucha desde las épocas de Viotá, del sur del Tolima, del Sumapaz, del Quindío —hasta parientes lejanos de Timochenko—, y muchos eran desplazados que en Urabá se volvieron colonos. Tenían visión de Partido. Así que hubo una convergencia de sindicalistas y campesinos desplazados que fueron creando corriente sindical hasta la formación legal de sindicatos de obreros bananeros y de campesinos bananeros.

Y después del Quinto Frente, ¿cómo se desarrollan las cosas?

Como queda claro, el Frente 34 se mueve por el noroccidente y el suroeste de Antioquia: occidente de Chigorodó, occidente de Mutatá, occidente de Dabeiba, Santa Fe de Antioquia, Urrao, Frontino, Murindó y Vigía del Fuerte. Se fundó el 18 con mando sobre Tarazá, Ituango, Tierralta, y sur de Córdoba, Puerto Libertadora, Monte Líbano. El 34 tenía tres columnas: unas de negros, otras de paisas y otras de negros y paisas. La mayoría de los mandos eran paisas venidos de Urabá, y chilapos. Había un comandante negro. En el año 90 se funda el Frente 57, que sale del Frente 34 y que actúa al occidente de río Atrato y cabeceras del río Baudó. Más tarde, hacia el río San Juan se desprende el 30, que viene del Frente 6. O sea, del Cauca. Más al sur, sobre el occidente, actúan ya el 19 y el 8, que llegan a Buenaventura, el Naya. En esas épocas la base de nuestro trabajo eran las Juntas de Acción Comunal. La gran pelea fue contra Maderas del Darién y contra las compañías comercializadoras de banano. Pero también los campesinos resistían el avance del latifundio ganadero. De otro lado, contra el Gobierno y el latifundio peleaban los resguardos indígenas. Apoyamos la constitución de los resguardos de Dabeiba, de Vigía del Fuerte, Murindó y Urrao. Trabajé en esa misión en el año 86, después de un acuerdo con el CRIC y la ONIC. Llegué a Urabá a “socializar” esos acuerdos. Los resguardos, para nosotros, han sido lo más cercano a la visión que tenemos sobre el uso de la tierra. La tierra es un medio de producción colectivo, y en los resguardos encontramos una figura de lo que podría ser el comunismo, el socialismo.

Usted sabe que existe cierto temor de que las Farc, al desmovilizarse, ejerzan de hecho una autoridad contraria a la indígena. ¿Qué opina?

Esa imagen está montada por estructuras que tienen otra visión del proceso que estamos viviendo. Lo primero es que no vamos a llegar armados. Más aún: no vamos a llegar porque estamos ahí. Pero cuando dejemos las armas no nos vamos a excluir del proyecto político regional. Las comunidades le van a apostar también a no excluirse de los beneficios económicos, culturales y políticos de la paz. Afirmar que las Farc vamos a llegar a ejercer el poder armadas no es correcto, ni coherente con nuestra trayectoria. Las Farc hemos estado desde 1978 en el Pacífico. No vamos a imponer ideas sino a construir la paz con las comunidades. Todo proyecto de vida lo vamos a hacer de común acuerdo. En esas comunidades, los insurgentes tenemos padres, abuelos, hijos, hermanos. Los guerrilleros seremos excombatientes, y en eso no nos distinguiremos del resto de la comunidad, porque somos parte de ella.

¿Por qué ellos no pueden trabajar en programas de vida como trabajan hoy muchachos y muchachas que pertenecen a ONG o a órdenes religiosas?

Toda esa campaña de que vamos a llegar a imponer el poder y la violencia está olvidando la relación histórica de las Farc con las comunidades agrarias. Con ellas, la insurgencia ha entretejido aspiraciones, sueños, formas de organización que no se van a abandonar sino que seguirán desarrollándose en las nuevas condiciones creadas por la dejación de armas y el paso de la guerrilla a la vida civil.

¿Y cuál fue el origen de las diferencias que existen con el movimiento indígena?

El desacuerdo se creó porque las Farc ejecutaron a unos indígenas que eran informantes del Ejército en Murindó. Para resolver el problema, se hizo una reunión en Uribe con representantes de la ONIC y del CRIC y se llegó a un acuerdo, que se socializó. A mí me enviaron a hacerlo en el Atrato medio en el año 86. Hablamos con las comunidades y con la gente para decirles que las Farc ratificaban el respeto de las organizaciones indígenas a su territorio y a sus normas, pero que, en contraprestación, las comunidades indígenas se comprometían a no asumir posición contrainsurgente.

Los territorios negros han sido demarcados a la sombra de la Ley 70 de 1993, pero en algunas zonas se teme que las Farc desconozcan esas conquistas. ¿Cuál es su opinión?

Las Farc no van a llegar a los territorios negros por que ya están allí, como movimiento guerrillero y político, desde antes de la Ley 70. No vamos a llegar, ahora de civil, a imponer nada, sino a construir conjuntamente, y ese propósito se basa en que gran parte de las unidades guerrilleras son negras, tienen familia negra, tienen río, pertenecen a un consejo comunitario.

¿Será que ellos, por haber estado luchando, no tienen derecho, ahora que viene la paz, a trabajar por ella con sus hermanos de sangre e historia?

La única diferencia cuando se establezcan las zonas campamentarias y veredales será que todos sabrán dónde estamos. Estarán mirando lo que hacemos. En primer lugar, la Misión de Observación y Verificación de las Naciones Unidas. Trabajaremos con los Consejos Comunitarios, las Juntas de Acción Comunal, las zonas de reserva campesina o las empresas privadas.

Y cuando las zonas campamentarias se acaben, ¿cómo ven ese futuro?

Seremos para entonces una fuerza política reconocida legalmente y defendida por la Constitución. Trabajaremos en defensa de la democracia y la convivencia pacífica. En ningún momento hemos planteado llegar a ser una fuerza hegemónica. La política es el arte de combinar fuerzas para sacar adelante ideas. Tenemos que ponernos de acuerdo en cómo erradicar el hambre y la mortalidad infantil. Ese objetivo les interesa a las comunidades, a la Iglesia, a los partidos políticos, a las guerrillas todas, incluyendo, claro está, el Eln, a las ONG, a los ciudadanos.

¿Por qué no trabajar juntos?

No será aceptable que, con el pretexto de combatir minería ilegal, un gobierno llegue a desconocer una actividad ancestral basada por normas de carácter consuetudinario, para entregar esos territorios a las empresas transnacionales. Los títulos mineros que den los gobiernos deben respetar la actividad ancestral. Ese es un derecho territorial de las comunidades negras o mestizas. La explotación del oro en Antioquia no fue exclusiva de los negros. Desde principios del siglo XIX también fue llevada a cabo por comunidades libres y pobres de mazamorreros. La minería debe proteger el medioambiente.

Hay una figura polémica creada por la Ley 169 de 1994, las zonas de reserva campesina. Los empresarios se han opuesto a ellas, los gobiernos de Uribe la persiguieron, pero ahora no son de buen recibo por algunas comunidades negras, siendo una iniciativa de naturaleza y origen campesino. ¿Cuál es la posición de la Farc sobre este asunto?

Ese es otro cuento para deslegitimar nuestras banderas. En el Chocó no hay solicitud de creación de zonas de reserva campesina, a pesar de que existen regiones mestizas o campesinos que han sido expulsados por terratenientes de Córdoba, Sucre o Magdalena Medio. Pero entiendo que hay interés de hacerlo en el alto San Juan, en el alto Sinú, en Peque y en Apartadó. En la mesa de La Habana se están discutiendo casos como el de Cauca, donde hay zonas en las que se traslapan colonizaciones campesinas antiguas y comunidades indígenas. Hay resguardos que quieren expandirse por razones demográficas. Los indígenas del Cauca han peleado sus tierras contra terratenientes, han sido perseguidos y golpeados por gobiernos, han sido asesinados por el paramilitarismo, y en esas luchas, los campesinos los han apoyado. Pero ahora, algunos sectores radicales quieren desconocer derechos adquiridos por campesinos que llevan trabajando tierras de colonización desde hace muchos años. Es un asunto que las comunidades campesinas e indígenas deben resolver. Ahí las Farc no tenemos nada que hacer.

Por Alfredo Molano Bravo

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