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“El lenguaje de odio hay que desmontarlo”: mensaje de la iglesia a líderes políticos

Monseñor Héctor Fabio Henao, delegado para las relaciones entre iglesia y Estado, aseguró que los dirigentes del país tienen el deber de reducir la polarización. Pidió no perder la esperanza y ratificó el apoyo de su institución a las salidas negociadas a la guerra. “No podemos olvidar que somos miembros de una misma nación”, precisó.

Redacción Política

14 de abril de 2025 - 07:04 a. m.
Monseñor Héctor Fabio Henao, delegado para las relaciones iglesia-Estado, aseguró que los líderes políticos deben reducir la polarización.
Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos
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¿A qué debe invitar esta Semana Santa?

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La Semana Santa es siempre un referente que nos permite sacar el espacio para reflexionar sobre nuestro compromiso con la vida, cómo la vida vence a la muerte; sobre nuestro compromiso para hacer que sea la vida la que triunfe por encima de todas las circunstancias y que haya respeto por la dignidad humana, por la vida de todos los seres humanos, pero también respeto y cuidado de la casa común, de la creación. Todo eso se vuelve central en esta época. Construimos un momento especial de encuentro, de reflexión, de profundización en el que nos colocamos delante de nosotros mismos, delante de la comunidad, delante de la naturaleza, delante de Dios, para examinarnos y ver cómo podemos hacer más vital el ambiente en el que vivimos.

¿Colombia requiere de una pausa y de un estado de reflexión?

Sí. Es una pausa que indudablemente es necesaria, porque se impone la necesidad de reconciliarnos. Ese es el gran llamado de la Semana Santa. Es una semana dedicada a ver el de la muerte a la vida, la transición que hay de una visión de muerte, de destrucción, como tenemos en nuestro país con una cultura centrada en destruir a los demás, hacia una cultura centrada en la vida. Y eso requiere un ejercicio que llamamos conversión y reconciliación. Aquí la reconciliación juega un papel muy importante, porque la reconciliación es devolver la dignidad a aquellos que han sufrido, pero también abrir la posibilidad para que los que han cometido errores, atrocidades, violencias, la puedan recuperar. Es todo en torno a la dignidad.

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¿El país está preparado para ese paso?

Es que es luego sobre eso que se construye una sociedad y un mundo diferente, en donde no repitamos lo del pasado. La reconciliación no es un espejo que mira hacia atrás, la reconciliación nos permite mirar hacia adelante. Y en Colombia necesitamos mirar en ese doble sentido: no perder el espejo retrovisor, pero tener la vista hacia el futuro y el horizonte que queremos construir. ¿Cuál es la sociedad a la cual queremos llegar? Ese es el gran interrogante que se lanza en esta Semana Santa.

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¿Y qué se puede hacer en medio de tanta polarización?

En momentos de mucha polarización, difíciles y de crisis se requiere calma, reflexión y capacidad de ver las cosas con un lenguaje que desarme la mente, la palabra y el corazón. Hay que desarmarse interiormente. Muchas veces las expresiones que uno ve en el escenario público de parte de los responsables de muchas áreas del país, sea que estén en el poder o por fuera de él, son de lenguajes que incitan hacia la polarización y hacia el odio. El lenguaje de odio hay que desmontarlo, hay que bajarle a ese lenguaje y crear el espacio para que nos podamos reencontrar.

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¿Se debe desarmar el lenguaje público de quienes lideran el país?

La cultura del encuentro es urgente en Colombia, que nos encontremos como miembros de una misma nación, como miembros de una sola familia humana, que nos reencontremos como miembros de una comunidad que está en proceso de transición hacia nuevas realidades. Hay que recurrir a una forma de comunicación que no sea de odio y de estigmatización, sino que abra el camino para el encuentro y el diálogo.

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El presidente Gustavo Petro y el expresidente Álvaro Uribe se reconocen como católicos y tal vez son el rostro visible de la polarización. ¿Qué mensaje directo les enviaría a ellos?

A los líderes políticos, primero, reflexionar y profundizar sobre la responsabilidad que tienen en el país. Toda expresión que viene de un líder político tiene un contenido y una carga de responsabilidad, no solamente sobre el presente, sino sobre el futuro de la nación que se quiere construir. Hay que pensar con mucho detenimiento qué tipo de nación estamos construyendo. Es un llamado a pensar responsablemente todos los llamados que se hacen para que se enmarquen en un clima de encuentro y no rompamos las posibilidades del diálogo y de construir proactivamente una sociedad nueva y diferente en Colombia. Y el segundo llamado es a que desde todos los horizontes se coloque un lema que es la posibilidad permanente de vivir la fraternidad. No podemos olvidar que somos miembros de una misma nación y eso tiene que verlo el líder político, porque sus actitudes y la forma como piensa y se expresa irradia sobre la colectividad; es un referente.

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¿Es también un llamado a la calma en sus debates públicos?

La sociedad ve en un líder a alguien que tiene una capacidad de transmitir valores y esa irradiación que hace con su comportamiento, sus palabras, sus actitudes, requiere que sea muy coherente con la construcción del país. Se es líder en la medida en que se construye nación.

¿La iglesia católica puede ser un punto de encuentro entre oficialismo y oposición?

La Conferencia Episcopal hace poco, a raíz de la reforma de la salud y del debate tan intenso que hay, que además es un debate además necesario porque el país necesita definir cuál es el mejor sistema de salud que se requiere para responder a las necesidades de los colombianos, se pronunció sobre eso. Es urgente que el servicio de salud irradie sobre todo el país. Y esto nos invita a reflexionar sobre la necesidad de que exista un clima en el cual haya mayor entendimiento y desde la Conferencia Episcopal ofrecemos nuestros buenos servicios para que se cree un clima de diálogo y de acercamiento. La iglesia ha expresado su voluntad de acercar, de ayudar a que las partes se encuentren.

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Tras Semana Santa se retoman los debates de la reforma a la salud y de la consulta popular y otros que han generado duras diferencias. ¿Cómo se logra un debate sin agresiones?

Hay un tercer actor. Están el Gobierno y el Legislativo, y todo el respeto por las decisiones que se toman y las discusiones y debates que se hacen. La democracia es indudablemente reflejada a través de esos órganos de elección popular. Pero nosotros pensamos que en la medida en que nuestros líderes escuchen, estén en sintonía con las diferentes organizaciones, con los sectores sociales, con las comunidades, eso les va a ayudar a tener una forma de debate y de diálogo muy abierto hacia el consenso hacia la búsqueda de puntos comunes; eso hay que lograrlo. Por ejemplo, ese tránsito de condiciones menos humanas hacia condiciones más humanas se hace de la mano de quienes sufren. La invitación muy fuerte es a que nos demos la mano con quienes no han tenido acceso a esos servicios y con quienes tienen necesidad. Es a no encerrarnos en el debate de los horizontes e intereses políticos de cada quien, sino abriéndonos al horizonte de pensarnos en clave bien común.

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¿Eso pasa por respetar las instituciones?

Sí, nosotros insistimos en que debe haber el mayor respeto por la Constitución y por los mecanismos establecidos. Aquí lo que se trata es de fortalecer la capacidad institucional. Reconocemos que hay grandes desafíos, que hay muchas zonas donde esa institucionalidad no está presente, donde se ha debilitado, donde actores armados le han quitado casi que la posibilidad a esa institucionalidad de hacerse presente y ejercerse plenamente en función del beneficio de las comunidades. Reconocemos también que ha habido fenómenos de corrupción muy graves que le han quitado legitimidad y posibilidades al Estado.

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¿Es casi imposible ponerle fin a la corrupción?

La corrupción es tal vez uno de los mayores desafíos que tenemos, sino el mayor. Hay que poner toda la mirada y todos los esfuerzos y toda la conciencia de la nación en superarla. Pero a esa institucionalidad dentro de sus deficiencias y sus limitaciones hay que seguirla fortaleciendo, hay que seguirla haciendo cada vez más eficiente, hay que hacerla más transparente. Pero hay que respetarla en todo momento.

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Monseñor, usted ha estado presente en los escenarios de paz total. ¿Ve realmente viable que se retomen los diálogos con el ELN?

El Papa Francisco nos ha dicho que la guerra es siempre una derrota para la humanidad. Cuando salió del hospital hace poco, lo primero que se publicó del Papa fue su llamado a que se retomen con valentía los diálogos en la Franja de Gaza, que paren las armas y lleguen a un cese al fuego definitivo; que liberen a quienes están secuestrados. Ese llamado a mí me parece que podemos trasladarlo perfectamente a Colombia y decir que hay que tener valentía para dialogar, de lado y lado, y hacerlo de manera transparente con un horizonte definido. La forma que Dios nos ha dado, y esto referido muy a la Semana Santa, para resolver las diferencias es la palabra. Desde el comienzo de la Biblia vemos como alguien quiso resolver las diferencias con su hermano matándolo, y eso marca la historia. Y Dios le dice, la sangre de tu hermano clama hasta mí. Entonces, la palabra viene a convertirse en el eje central y nosotros insistimos en que no debemos darnos por derrotados, hay que insistir y persistir.

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La iglesia mantiene su respaldo a las salidas negociadas a la guerra. En la imagen están el presidente Gustavo Petro, el jefe de la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, Carlos Ruiz Massieu, monseñor Héctor Fabio Henao, delegado de la iglesia en las negociaciones con el ELN, y alias Pablo Beltrán, jefe negociador del ELN, durante un evento en agosto de 2023. EFE / Mauricio Dueñas Castañeda
Foto: EFE - Mauricio Duenas Castaneda

¿Hay mensajes del ELN que permitan mantener esta disposición del diálogo?

Hay una parte muy importante de la sociedad colombiana que siente que falta un mensaje del otro lado. Nosotros aspiramos a que se den las señales claras, a que se den todas las condiciones para poder avanzar. Siempre hay que crear un clima y una atmósfera que hagan posible el diálogo; eso se crea recíprocamente entre las partes. Como Iglesia estamos dando todo lo posible para que esa atmósfera se cree y se dé en todo un marco que posibilite la reunión de diálogos.

¿Ve posibilidad de que el cese al fuego con la disidencia de alias Calarcá se amplíe?

Están en marcha unos diálogos en la Macarena y allá se está conversando sobre este tema. Nosotros aspiramos a que se logren resolver las diferencias que hay, las dificultades, y se cree un clima de acercamientos que sobre todo tengan en el centro a las comunidades. El cese al fuego en sí mismo no es una meta, es una herramienta que posibilita el diálogo y la negociación, tiene esa finalidad para que las conversaciones puedan avanzar y hacerse más sólidas. Además, el cese al fuego tiene que hacerse en función de aliviar la situación de las comunidades, garantizar su dignidad y que puedan ejercer plenamente sus derechos.

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¿Cómo ve el papel del comisionado de Paz, Otty Patiño, y la apuesta oficial de una paz territorial?

En Colombia hace varios años se retomó un concepto que existe en toda esta conceptualización que hay a nivel mundial sobre conflictos y es el de paz territorial, que se ha usado en distintas guerras y en distintas partes del mundo. Es un concepto que de alguna manera refleja el hecho de que la paz se construye realmente en los sitios donde la gente está sufriendo el impacto de las conflictividades y que allí, con la participación de esas comunidades y de esas poblaciones, se hace posible avanzar en un escenario de construcción de salidas. La paz territorial no se opone a una perspectiva de unas negociaciones, si se quiere, sobre las violencias que sean de orden nacional. Aquí tenemos diversas violencias, porque estamos hablando de diálogo sobre superación de distintos tipos de violencias. Hay múltiples violencias y múltiples posibles afectaciones sobre la población.

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¿Esto está avanzando por buen camino?

No debemos centrar todo en la discusión terminológica, aquí hay que avanzar hacia la búsqueda de soluciones que pueden combinar lo muy local con lo regional, lo regional con lo nacional, porque hay que buscar una fórmula según las características de las distintas violencias, también teniendo en cuenta las poblaciones afectadas.

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Monseñor, con la franqueza que lo ha caracterizado, ¿mantiene esa esperanza?

Yo mantengo la esperanza. Este año, ha dicho el Papa, es el de la esperanza, el año jubilar de la esperanza. Nos ha insistido mucho, y nos lo dijo aquí en Colombia, en no nos dejemos robar la esperanza. La esperanza no es una ilusión, es una certeza. La esperanza lleva a vivir en profundidad lo que es la presencia de Dios en la historia. Y lo hablo ahora en este marco de Semana Santa. Para mí la esperanza es la certeza de que Dios está actuando en esta historia y la va a sacar adelante. Mantengo esa esperanza viva, la esperanza de que Dios no nos ha abandonado, que no nos ha dejado solos y que hay numerosísimos esfuerzos para encontrar salidas.

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El país asistió al atroz crimen contra Sara Millerey, una mujer trans asesinada en Bello, Antioquia. ¿Qué nos pasa como sociedad?

El asesinato de Sara Millerey nos hace reflexionar a nosotros muy fuertemente, porque cuestiona muy duramente a la sociedad colombiana. Hemos llegado a unos niveles muy graves de brutalidad, de intolerancia, de desconocimiento de la dignidad de las personas. Más allá de cualquier otra connotación, un ser humano es una persona que da imágenes y esperanza en Dios, y eso se ha deteriorado. Tenemos que recuperar la solidaridad. No podemos quedarnos viendo a una persona en unas condiciones terribles de sufrimiento y no hacer nada como sociedad. Hay que renovar nuestro compromiso y también el rechazo a estos hechos, el rechazo contundente a estas formas de violencia que duelen profundamente y que marcan el alma de un pueblo. No puede ser que una sociedad no se sienta marcada ante hechos de semejante brutalidad.

El crimen de Jaime Enrique Benítez, un líder de Arauca, también sacudió al país. ¿Qué está pasando?

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Era una persona con un gran compromiso, que ejercía una labor en función de darle más aire a esa región con actividades de carácter humanitario, pero fue perseguido para ser asesinado. El asesinato de un líder social es un atentado contra la democracia. El asesinato de un líder social es un atentado contra la construcción de tejido social en una región. Los líderes sociales cumplen una labor muy importante, como lo hizo él allá en Arauca. Atentar de esa manera sobre la construcción de ciudadanía es dañar de manera muy grave la posibilidad de ser nación y de construir una identidad social profunda. Así que nosotros vivimos un momento muy difícil y estos asesinatos nos muestran que como sociedad tenemos que colocar todos nuestros esfuerzos al servicio de la vida, de la reconciliación, de la paz.

¿El país sí está preparado para perdonar?

La iglesia nos invita también al perdón. Nos dice, hay que hacer todo el ejercicio para que seamos capaces de recordar sin odio y de manera productiva. Cuando uno asume el perdón, asume la posibilidad no de olvidar, sino la posibilidad de convertir la memoria en algo transformador de esta sociedad para que estos hechos nunca más vuelvan a ocurrir.

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¿Qué mensaje les deja los colombianos?

El mensaje es mantener nuestra capacidad, desde los distintos liderazgos que hay en la sociedad colombiana, de fortalecer la esperanza de nuestro pueblo, fortalecer la capacidad de nuestro pueblo de seguir trabajando en la búsqueda de un horizonte compartido. Hay que fortalecer la esperanza y la capacidad del pueblo de sentir que realmente todo esfuerzo vale. Nunca se fracasa utilizando la palabra; ojalá todos los líderes sean capaces y seamos capaces de encontrarnos, de escucharnos, de dialogar, porque dialogando nunca fracasamos. La palabra nos da la posibilidad de fortalecer la esperanza, y aquí lo que se trata es de eso, de fortalecer la capacidad de entender que podemos construir una nación.

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