Como volar de Bogotá a Tokio más de 4 veces a la semana. Esa es la cantidad de tiempo que el 11 % de los jóvenes colombianos de 15 años pasan frente a una pantalla los siete días de la semana, lo que equivale a más de 80 horas de lunes a domingo. Así lo indica un nuevo informe publicado este 15 de mayo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El documento comienza con una advertencia clave: hoy en día, los niños, niñas y adolescentes están creciendo en un entorno marcado por una alta exposición a dispositivos digitales, como celulares y computadores, lo que está cambiando de manera permanente su desarrollo cognitivo y sus habilidades sociales.
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Antes de hablar de Colombia, comencemos con un contexto general: para generar sus resultados, los autores de la publicación tuvieron en cuenta la información de encuestas internacionales aplicadas entre 2021 y 2022, además de otros estudios publicados en 2024. Por ejemplo, tuvieron en cuenta la encuesta PISA de 2022, el Estudio sobre las Conductas Saludables de Jóvenes Escolarizados (HBSC) de 2021-2022, y la Encuesta Internacional sobre el Progreso de la Capacidad Lectora (PIRLS) de 2021. Uno de los resultados más decisivos mostró que en la mayoría de los países de la OCDE al menos la mitad de los adolescentes de 15 años pasa 30 horas o más a la semana frente a una pantalla.
Ahora, en el caso de nuestro país, la mayoría de jóvenes, el 28 %, pasa entre 60 y 80 horas frente a pantallas; le sigue el 20 %, entre 40 y 60 horas; el 14 %, entre 30 a 40 horas; y el 12 % entre 20 y 30 horas. Aunque quienes pasan más de 80 horas frente a las pantallas es un porcentaje menor que los anteriores, en el informe se lee que Colombia hace parte de los países donde este índice es más elevado.
Esto, según el documento, es bastante particular, pues se enmarca en profundas brechas socioeconómicas que no están presentes en otros países como Polonia o Japón. Para comprenderlo de manera mucho más sencilla, mientras el 11 % de los jóvenes colombianos están frente a una pantalla más de 80 horas a la semana, alrededor del 10 % pasa entre 10 a 20 horas. Si lo ponemos en perspectiva, y lo comparamos con viajes en avión o carretera: mientras un grupo de jóvenes colombianos pasa frente a una pantalla el equivalente a volar de Bogotá a Tokio más de cuatro veces a la semana, otro grupo apenas suma el tiempo de ir y volver dos veces entre Bogotá y Medellín en carro.
Otros países, como Australia, Alemania y Estados Unidos, presentan cifras en las que el tiempo que los adolescentes de 15 años le dedican al uso de pantallas con fines recreativos sobrepasa el límite diario de dos horas recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). “En promedio, un 60 % de los adolescentes en la OCDE pasa dos horas o más al día en actividades de ocio digital, además del tiempo destinado al aprendizaje”, se lee en el informe.
Por otro lado, según la encuesta PISA de 2022, en cuanto a elementos para acceder a internet, el 96 % de los adolescentes de 15 años en los países de la OCDE reportaron tener en su casa una computadora de escritorio, una laptop o una tableta, aunque se hace la siguiente aclaración: que el acceso a herramientas digitales depende de su situación socioeconómica. En Colombia, por ejemplo, menos del 27 % de los adolescentes de 15 años en hogares con bajos ingresos tienen dispositivos digitales en sus casas, frente al 96 % de sus compañeros de entornos socioeconómicos altos. Esto no solo ocurre en nuestro país, sino también en México, Turquía, República Eslovaca, Israel, Chile, Lituania y Grecia, donde el porcentaje de jóvenes en condiciones socioeconómicas bajas indican tener un acceso a dispositivos en sus hogares mucho más por debajo del promedio de la OCDE, que es del 91 %.
Aunque en la mayoría de los países de la OCDE más del 90 % de los adolescentes de 15 años tiene teléfono celular, Colombia destaca por su desigualdad: apenas el 60 % de los jóvenes de hogares con menos recursos cuenta con uno propio. En países como Polonia, esta brecha prácticamente no existe.
En cuanto al tipo de actividades para las que los menores usan los dispositivos digitales, el informe menciona un promedio general en el que dos horas diarias se dedican a las tareas escolares durante la jornada académica, una hora y media adicional antes o después de clase, y 1,6 horas al día los fines de semana. Además, destinan tiempo a actividades recreativas: 1,1 horas en el colegio, 2,6 fuera del horario escolar, y cerca de 3,9 horas diarias durante el fin de semana.
En países como Colombia, Nueva Zelanda y Turquía, la proporción de adolescentes de bajos recursos que usan dispositivos digitales con fines recreativos los fines de semana está por debajo del promedio de la OCDE. Sin embargo, en estos mismos países, los jóvenes de familias con mayores ingresos tienen al menos 25 %más de probabilidad de utilizarlos durante más de dos horas en esos días.
Los pros y contras del uso de la tecnología
El informe advierte sobre una realidad preocupante: muchos adolescentes experimentan situaciones negativas en los espacios digitales. Por ejemplo, el 36 % de los jóvenes de 15 años afirmó haberse sentido incómodo al encontrar contenido inapropiado para su edad; el 42 % se sintió afectado por mensajes ofensivos; el 53 % por contenido discriminatorio; y casi el 40 % dijo que se compartió información personal suya sin consentimiento. Las niñas reportan este tipo de experiencias con más frecuencia que los niños.
Además, la exposición al ciberacoso ha aumentado en todos los países de la OCDE. Según el documento, la interacción en entornos digitales puede implicar riesgos como coerción o extorsión sexual en línea, acoso digital (grooming), y exposición a contenidos que promueven el extremismo o la radicalización. En promedio, uno de cada seis jóvenes de entre 11 y 15 años reportó haber vivido situaciones de ciberacoso entre 2021 y 2022, aunque con diferencias importantes según el país.
Entre los peligros más graves están la explotación y el abuso sexual infantil en línea, cuya escala, gravedad y complejidad siguen en aumento. Aunque los datos disponibles son limitados, una encuesta global realizada en 2021 por WeProtect Global Alliance a más de 5.000 personas entre los 18 y 20 años reveló que el 54 % sufrió algún tipo de daño sexual en línea antes de cumplir los 18. Este porcentaje fue mayor entre mujeres (57 %) que entre hombres (48 %). Las personas trans, no binarias, con discapacidad, LGBTQIA+ o pertenecientes a minorías étnicas o raciales presentaron una mayor probabilidad de haber sido víctimas.
El primer contacto con contenido sexual nocivo también está ocurriendo a edades más tempranas. Las personas de 20 años dijeron haber sido expuestas, en promedio, a los 13,4 años, mientras que quienes tenían 18 años lo estuvieron a los 12,7. Dos de cada tres personas que recibieron contenido sexual explícito durante la infancia lo hicieron por servicios de mensajería privada, generalmente a través de sus propios celulares. Además, el 34 % indicó que alguien les pidió realizar actos sexuales en línea que les resultaron incómodos o que no querían hacer.
Todo esto ocurre en un contexto donde muchos menores carecen de las habilidades y conocimientos necesarios para desenvolverse de forma segura en el entorno digital, lo que dificulta que comprendan las consecuencias de sus acciones o las intenciones detrás de ciertos contenidos o interacciones. A esto se suma la rápida evolución de las tecnologías y plataformas, que supera la capacidad de respuesta de los marcos institucionales para garantizar su bienestar.
El informe también advierte sobre riesgos para la salud asociados al uso excesivo de la tecnología. Entre ellos están la obesidad, el sedentarismo, problemas visuales y posibles afectaciones en el desarrollo cognitivo. El uso problemático de internet (PUI, por sus siglas en inglés) se ha relacionado con ansiedad, depresión, aislamiento social y bajo rendimiento escolar. Sin embargo, la evidencia sobre una relación directa entre estos trastornos y el uso de dispositivos digitales aún es limitada y, en algunos casos, metodológicamente insuficiente. También se identifican efectos secundarios, como la falta de sueño o la disminución de la actividad física, que pueden agravar los problemas emocionales.
Para grupos marginados, como los jóvenes LGBTQI+, las plataformas digitales pueden ser fundamentales para explorar su identidad, encontrar apoyo entre pares y construir comunidad. Pero también pueden intensificar el aislamiento o la estigmatización. Además, el uso excesivo de estos medios puede reducir el interés por la interacción presencial.
El uso adecuado de las tecnologías
No todo son riesgos. El informe también destaca los beneficios que pueden traer los dispositivos digitales cuando se usan de manera adecuada. Estimulan el aprendizaje, fortalecen las habilidades verbales y pueden despertar el interés por la lectura, especialmente con el acceso a libros virtuales. También permiten desarrollar relaciones interpersonales y ganar independencia progresiva frente a los cuidadores.
“Especialmente en el caso de niñas, niños y adolescentes en edad escolar, los recursos digitales ofrecen oportunidades para aprender y crear: el 84 % de los adolescentes de 15 años en los países de la OCDE utiliza dispositivos digitales al menos dos horas por semana para aprender algo fuera del colegio (incluyendo la consulta de tutoriales o el uso de aplicaciones educativas). Las niñas (87 %) recurren a estos recursos con mayor frecuencia que los niños (81 %). Los adolescentes de contextos socioeconómicos altos tienen 12 puntos porcentuales más de probabilidad de usar herramientas digitales con fines educativos que sus pares de contextos más desfavorecidos”, se lee en el documento.
Por ahora, la recomendación de la OCDE es clara: proteger a los niños de los daños digitales y, al mismo tiempo, promover un uso positivo de las tecnologías. Esta tarea no puede recaer únicamente en los adolescentes y sus familias. Se necesita una estrategia coordinada, intersectorial y que involucre a todo el gobierno y la sociedad. Esto incluye la regulación del desarrollo tecnológico, la salud, la educación, el acompañamiento familiar y la justicia, con una comprensión compartida de los riesgos y beneficios de la participación infantil en el mundo digital. Para ello, es clave integrar las voces de desarrolladores, educadores, expertos en salud y crianza, así como las expectativas de los propios niños.
Este enfoque colaborativo puede contribuir a lograr un equilibrio entre riesgos y beneficios, y permitir que las políticas digitales se construyan sobre evidencia sólida, con el objetivo de mejorar el aprendizaje y el bienestar.
Inteligencia artificial y realidad virtual: riesgos emergentes
Un tema poco desarrollado en el informe, pero igualmente relevante, es el impacto de la inteligencia artificial (IA). Aunque esta tecnología tiene el potencial de mejorar el bienestar —desde el análisis de datos médicos hasta el acceso a herramientas educativas— también presenta riesgos significativos: amplificación de sesgos, vulneración de la privacidad, fraudes o exposición a contenidos inapropiados. Las “deepfakes” generadas por IA, por ejemplo, pueden usarse para intimidar o explotar a menores mediante la creación de imágenes o videos falsos pero convincentes.
La falta de transparencia y rendición de cuentas en los sistemas de IA puede fomentar conductas poco éticas, dificultando la identificación del origen de contenidos o interacciones dañinas. Los algoritmos de recomendación, por su parte, pueden exponer a los menores a materiales inapropiados o comunidades que promueven la ansiedad, la depresión, la autolesión o comportamientos riesgosos. Aún se requiere más investigación para comprender plenamente la magnitud de estos impactos.
La realidad virtual (RV) también representa una doble cara. Por un lado, ofrece beneficios en educación, manejo del dolor o tratamiento psiquiátrico infantil. Por otro, plantea riesgos como mareos, fatiga visual, aislamiento y exposición a contenido dañino. Su naturaleza inmersiva puede dificultar que los niños pequeños distingan entre lo real y lo virtual, y los estímulos acelerados podrían afectar su desarrollo cognitivo. Para mitigar estos efectos, es esencial la supervisión adulta, limitar el tiempo de uso y promover pausas frecuentes.
Por ahora, a nivel de política pública, el informe subraya la urgencia de contar con regulaciones basadas en evidencia y de promover acciones estatales intersectoriales frente al uso extendido de los medios digitales por parte de niños, niñas y adolescentes, los avances en inteligencia artificial y las experiencias inmersivas, que presentan oportunidades, pero también nuevos riesgos.