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Los jóvenes protestan por el cambio climático. ¿Lo harían por una mejor nutrición?

Aunque con frecuencia se habla sobre promover una buena nutrición en la niñez y evitar los alimentos ultraprocesados, hay un enorme vacío sobre qué están comiendo los adolescentes y de qué manera su alimentación incide en su vida. Llamado global para que nos preocupemos por ello.

Sergio Silva Numa
03 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
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Foto: Getty Images - LEOcrafts

Cada tanto la revista The Lancet, una de las más prestigiosas en el mundo de la salud, suele publicar unas robustas investigaciones sobre un tema específico que le encarga con antelación a un reconocido grupo de expertos. Son “series” comentadas en la academia y que suelen divulgarse en los más importantes medios. Este año ha hecho especiales sobre la salud de mujeres y niños en entornos de conflicto, sobre la desnutrición materno-infantil, el dolor crónico y la actividad física.

El último especial que fue publicado tiene que ver con un tema que debería, dicen sus autores, estar presente en nuestras discusiones cotidianas y en las agendas de los Gobiernos: la nutrición de los adolescentes. La mala noticia es que, a diferencia de otras etapas de la vida, parece que a gran parte del planeta poco le ha importado saber cómo comen los jóvenes y qué tiene que ver eso con su desarrollo. En pocas palabras, anota el grupo liderado por George C. Patton, del Departamento de Pediatría de la Universidad de Melbourne (Australia), hemos descuidado la nutrición y la investigación en ese grupo de edad.

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Como escribe en otro artículo de la serie el grupo encabezado por Shane Norris, del Departamento de Pediatría de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo (Sudáfrica), hay muchas razones por las cuales deberíamos estar conversando y haciendo ciencia sobre este asunto. Hoy, por ejemplo, hay más adolescentes que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Además, están enfrentándose a una coyuntura que cambia a un ritmo frenético: hay una rápida urbanización, vivimos en medio del cambio climático y en el sistema alimentario se ha posicionado la comida con altas calorías y poco valor nutricional. Como si no fuera poco, enfrentamos la pandemia del covid-19.

“Las consecuencias de estos contextos cambiantes tienen profundos impactos en la nutrición y el desarrollo de los adolescentes”, apuntan Norris y su grupo.

Hay otras razones por las que este tema debería conversarse con más frecuencia: de 1990 a 2016, recuerda el artículo de Patton, el número de adolescentes afectados por sobrepeso y obesidad a escala mundial se duplicó, mientras que el número absoluto de adolescentes con anemia aumentó en un 20 %. En Colombia, mostraba la última Encuesta de Situación Nutricional de Colombia (2015), el 17,9 % de quienes tienen entre 13 y 17 años tienen exceso de peso (en la anterior ese dígito era del 15,5 %). Y aun así, insisten los investigadores, parece que los dejaron por fuera de las metas globales: el Decenio de Acción de las Naciones Unidas sobre la Nutrición (2016-2025) pasó por alto la relación entre crecimiento y nutrición durante la adolescencia y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, tan populares en todos los discursos presidenciales, omitieron poner metas específicas para la nutrición de los adolescentes.

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Ellos, a diferencia de los niños, hacia donde se ha volcado gran parte de las políticas públicas y las investigaciones sobre nutrición, tienen más posibilidades de elegir qué comer y cuándo hacerlo. Y aunque, claro, señalan que su situación varía según el contexto, todos están expuestos al marketing y a los alimentos ultraprocesados.

En otros términos, escribe el equipo liderado por Lynnette M. Neufeld, de la Global Alliance for Improved Nutrition, “la ingesta dietética durante la adolescencia sienta las bases para una vida saludable, pero los adolescentes son muy diversos en sus patrones dietéticos, trayectorias de desarrollo y en los factores que influyen en la elección de alimentos”.

¿Por qué es importante? Aunque, justamente, la serie de The Lancet busca hacer un llamado para que se aumente la investigación y la financiación para comprender los entornos alimentarios de los adolescentes, hay un largo listado de motivos por los que es valioso recopilar datos más consistentes.

“Es una época de crecimiento fenomenal. La velocidad de estatura es superada solo por los primeros dos años de vida. Además, todo sistema fisiológico se transforma”, sintetizan Patton y sus colegas. “La adolescencia es una fase transformadora de la vida, con crecimiento y maduración de todos los órganos y sistemas fisiológicos”, añaden Norris y compañía.

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Pero, para ser un poco más precisos, como explica este último grupo, en esa etapa de la vida (10 a 24 años) hay un desarrollo considerable del cerebro. A pesar de que ese órgano alcanza, aproximadamente, el 90 % de su tamaño adulto a los seis años, en la adolescencia continúa experimentando cambios fundamentales. La corteza prefrontal se reconstruye y madura continuamente. El cerebro adolescente también se caracteriza por la neuroplasticidad, que no es otra cosa que “la capacidad de las redes neuronales para reorganizarse en respuesta a diferentes entornos sociales, de aprendizaje y nutricionales”.

El embarazo adolescente, el desarrollo del sistema inmunológico, la relación entre la nutrición y la llegada de la pubertad o la altura que alcanza un individuo son otras de las razones por las que, explican, debería ser un tema primordial en todos los países. Por ejemplo, aseguran, “tanto la desnutrición como el sobrepeso u obesidad en las madres antes de la concepción o durante el embarazo predicen una alteración del crecimiento y la salud de la descendencia”.

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Sin embargo, anota el grupo de Neufeld, “la evidencia de la ingesta dietética entre los adolescentes sigue siendo insuficiente para la toma de decisiones de políticas y programas en muchos países”.

Por el momento, una de las sugerencias para abordar la sindemia (concentración de pandemias) en la que vive el mundo y donde tienen un lugar protagónico la obesidad y la desnutrición, recomiendan empezar a adoptar acciones como imponer impuestos a los alimentos poco nutritivos, implementar un etiquetado frontal y regular el marketing de la industria. Varias acciones se han discutido en los últimos años en Colombia, pero no todas han llegado a feliz término.

Tal vez, como dice uno de los equipos, hace falta posicionar las dietas saludables y sostenibles como un derecho para los niños y adolescentes. Para eso, sugieren, posiblemente haga falta que ellos participen activamente para movilizar a todo el planeta, tal y como lo han hecho para pedir acciones frente al cambio climático. Se requerirán esfuerzos como ese, advierten, para transformar los sistemas alimentarios.

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