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Durante 30 minutos, los pasajeros del vuelo AT236 estuvieron seguros de que iban a morir. En mitad del océano, su avión se quedó sin combustible. Primero fue el tanque del ala derecha. Los pilotos transfirieron parte del combustible del tanque izquierdo sin saber que había una fuga en el circuito, así que secaron los dos. Con minutos de diferencia, los motores estallaron.
En la cabina, las luces se apagaron, las mascarillas cayeron y la tripulación explicó a los pasajeros qué hacer al iniciar la cuenta atrás. Cuando todo estaba perdido y había lanzado un llamado de auxilio, el comandante Robert Piché pudo planear hasta una pista en una base militar de una pequeña isla de las Azores. Todos salieron vivos del trance, en particular su memoria.
“Imagine su peor pesadilla. Eso es lo que fue”, recuerda Margaret McKinnon, entonces (agosto de 2001) una recién casada que iba de viaje de novios a Lisboa en el AT236. La ahora investigadora del Departamento de Psiquiatría y Neurociencias de la Conducta de la universidad canadiense de McMaster añade: ”No fue sólo un instante en el que tu vida pasa ante tus ojos en una fracción de segundo y después todo acaba”. La pavorosa sensación de “voy a morir” duró unos agónicos 30 minutos mientras los sistemas del avión se iban apagando.
Sigue a El Espectador en WhatsAppAquella dramática experiencia sirvió al comandante Piché para ganarse la vida como conferenciante y a McKinnon para estudiar la relación entre un evento de este tipo, el trastorno por estrés postraumático (TEPT) y la memoria. Junto a un grupo de colegas decidió aprovechar el experimento único de 300 personas viviendo la misma sensación de la amenaza de una muerte inminente para investigar cómo las intensas experiencias emocionales negativas afectan la capacidad de recordar.
Los investigadores consiguieron reunir a 15 de los pasajeros del AT236. Querían ahondar en la tesis de que los eventos dramáticos vividos en primera persona quedan grabados a fuego en la memoria de quienes los vivieron.
Tras someterlos a un test clínico para establecer su personalidad o si sufrían algún trastorno de ansiedad o depresión, comprobaron que la mitad de los pasajeros presentaba un cuadro típico de TEPT. Tenían ataques de ansiedad, estados depresivos, extrañamiento, ensimismamiento, accesos de pánico...
Para validar sus resultados, reclutaron a otros 15 individuos como grupo de control de su investigación. Ambos grupos tuvieron que realizar una entrevista autobiográfica en la que debían recordar todos los detalles que pudieran de tres eventos personales. Uno de ellos no era traumático y funcionaba como neutral, otro eran sus recuerdos de los atentados del 11-S y el tercero, aquella noche del vuelo en el AT236. En este caso, el grupo de control tenía que rememorar un suceso negativo que hubiera vivido en primera persona el mismo año.
Tal como publicaron en Clinical Psychological Science, los pasajeros del AT236 mostraron una enorme capacidad de memoria episódica, el tipo de memoria relacionada con las experiencias personales. Sus resultados fueron muy superiores a los del grupo de control. La mayoría recordaba, más de una década después, la mayor parte de los 83 detalles que los investigadores habían seleccionado, basados en la experiencia de McKinnon, y que eran verificables, para comprobar su grado de exactitud. Pero esta mejor memoria sólo fue significativa en el evento traumático vivido en primera persona (el accidente o el suceso trágico elegido por los sujetos de control).
Sin embargo, también comprobaron otro fenómeno. Los pasajeros con TEPT se excedían en los detalles, tendían a más repeticiones y a irse por las ramas. En su caso se destacó una mayor memoria no episódica, su relato tenía más declaraciones y opiniones que detalles concretos de aquella noche. Lo más llamativo es que también la demostraron cuando tuvieron que pensar en un evento neutral o en como vivieron el 11-S.
“Creemos que esta diferencia tiene que ver con el control sobre la memoria”, sostiene el principal autor del estudio, Brian Levine, del Instituto de Investigación Rotman de Baycrest, en la Universidad de Toronto. “Las personas difieren naturalmente en la forma en que afinan su memoria frente a tanta interferencia externa. Los que tienen más injerencia externa pueden ser más propensos a respuestas patológicas al trauma. Así, vimos que aquellos con TEPT presentaban más detalles no episódicos y no sólo del desastre de Air Transat, sino de los otros eventos”, añadía.
Es como si esta forma de recordar fuera un indicador, una pista, sobre aquellos más proclives a sufrir TEPT. “Lo que nuestros resultados muestran es que no es tanto lo que pasó, sino a quién le sucedió, lo que puede determinar la aparición del trastorno de estrés postraumático”, aventura el doctor Levine.
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