El Día de Muertos ha llegado, y México vuelve a vestirse de aromas, colores y sabores que despiertan todos los sentidos. Durante días, el copal y las flores de cempasúchil llenan el aire; el papel picado ondea en calles y altares, mientras los sabores de las ofrendas se entrelazan con procesiones y rituales que celebran la vida y honran la memoria de quienes han partido.
Para vivir esta experiencia con autenticidad, Civitatis invitó a sus guías expertos mexicanos a compartir cómo se celebra el Día de Muertos desde el corazón de tres destinos icónicos: Ciudad de México, Oaxaca y Puebla.
Ciudad de México: una noche escalofriante con Diego Rivera
La experiencia capitalina inicia en el Museo Anahuacalli, el recinto de piedra volcánica diseñado por Diego Rivera, que se transforma en un tributo a la vida y la muerte. Entre bóvedas y piezas arqueológicas, un altar monumental dedicado a un artista mexicano recuerda la conexión entre arte y eternidad.
La celebración continúa en Xochimilco, donde las trajineras navegan entre flores y velas, mientras se narran leyendas escalofriantes bajo el reflejo de la luna. A bordo, los visitantes disfrutan de tamales, chocolate caliente y pan de muerto, guiados por expertos locales que invitan a descubrir la magia de la capital durante esta noche única.
“Entre la música, las historias y el reflejo de las luces en el agua, uno se sumerge en el auténtico espíritu del Día de Muertos”, aseguran los guías de Civitatis.
Oaxaca: la “Muerteada” que celebra la vida
En el pintoresco pueblo de Etla, cada 1 de noviembre se lleva a cabo la tradicional Muerteada, una procesión nocturna con más de 80 años de historia. Habitantes disfrazados de diablos, curas, doctores y espiritistas representan —con humor y emotividad— el regreso de los difuntos al mundo de los vivos.
Cada personaje simboliza la eterna lucha entre la vida y la muerte, mientras la música en vivo marca el ritmo del desfile. Los guías recomiendan degustar antes del recorrido algunos antojitos oaxaqueños, como chocolate, pan de muerto y tamales, para disfrutar la experiencia con todos los sentidos despiertos.
Puebla: celebrar con las manos en la masa
En la capital poblana, la tradición se hornea. Participar en un taller de pan de muerto permite descubrir el simbolismo detrás de cada elemento: los “huesitos” representan los restos de los difuntos, la bolita central el cráneo, y el azúcar espolvoreada, la dulzura de la vida.
“Mientras se amasa la mezcla de harina, mantequilla, naranja y azahar, se aprende que este pan no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma”, explica Marcos Sánchez, guía experto de Civitatis en Puebla. Al final, cada participante saborea su creación recién salida del horno, acompañada de chocolate caliente.
Pero en Puebla, las tradiciones se extienden más allá de la ciudad. En Huaquechula, las familias abren las puertas de sus casas para compartir las ofrendas con los visitantes; en Cuetzalan, los globos de papel se elevan al cielo como mensajes para los ausentes; y en Chignahuapan, el Festival de Luz y Vida ilumina las noches serranas para guiar a los difuntos en su regreso.
“Cada lugar tiene su forma de celebrar, pero todos comparten esa unión profunda entre la vida y la muerte que hace tan única a esta tradición mexicana”, agrega Sánchez.
Una celebración que une a todo un país
De norte a sur, cientos de pueblos y ciudades celebran el Día de Muertos con su propio toque de arte, música y devoción. Son tantas las expresiones que sería imposible nombrarlas todas, pero cada una contribuye a mantener viva una herencia cultural que une a México en una sola voz: la que celebra la vida a través del recuerdo.
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