Lo que se sabe se adivina en la piedra: dientes que significan sabiduría, ojos que revelan plantas sagradas, serpientes que los chamanes sostienen para llamar al agua.
Foto: Mariana Álvarez Barrero
A San Agustín se entra como quien atraviesa un recuerdo que aún no le pertenece. El aire trae ritmo de chirimía antes de que los músicos aparezcan, y el olor a café tostado sube desde las casas que se asoman entre las montañas.
Con el sombrero de pindó bien ajustado y el viento intentando llevárselo, se entiende rápido que este lugar no se visita, se absorbe. Aquí los días se viven entre dos pulsos: el antiguo, que retumba bajo tierra, y el presente, que ríe en la plaza.
El pueblo descansa justo donde dos cordilleras se encuentran para dar...

Por Mariana Álvarez Barrero
Periodista de la Universidad del Rosario. Apasionada por la agenda global, la literatura y la economía. Además, presentadora de Moneygamia, formato audiovisual de finanzas fáciles de El Espectador.malvarez@elespectador.com