En la noche del miércoles, 17 de diciembre, Parques Nacionales Naturales (PNN) publicó un mensaje en su cuenta de X: “Informamos con profundo dolor que, durante el traslado para su liberación, el oso Tamá falleció. Su historia refuerza nuestro compromiso de seguir trabajando por la protección de la fauna silvestre y la vida”.
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Durante días previos, la entidad había compartido varios boletines de prensa, videos y fotografías de ese oso andino (Tremarctos ornatus), en los que prometían un retorno a su hábitat que calificaron como “histórico”. Tras once años en cautiverio, volvería al Parque Nacional Natural Tamá, en Norte de Santander, en el límite con Venezuela. Pero, justo el día de su liberación, el oso murió en el helicóptero en el que lo transportaban.
Al conocer la noticia, muchas personas se indignaron y pidieron responsables. “¿Por qué no lo liberaban cerca para evitar todo ese traslado? ¡Qué negligencia!”, le respondió a PNN una usuaria de X. “Qué triste noticia, alguien debe responder. Se requiere una investigación independiente”, dijo otra. “Eso no tiene presentación alguna”, “muy raro esto”, “ineptitud”, fueron algunos de los mensajes menos agresivos.
Otros exigieron explicaciones al Ministerio de Ambiente, a PNN, a las corporaciones autónomas que participaron en el proceso y a la Fundación Parque Jaime Duque, que estuvo al frente del proceso. En su caso, el senador Juan Carlos Vargas (Partido Liberal), envió derechos de petición a varias de esas entidades en búsqueda de respuestas, como dijo en un video.
Es natural que, después de tantas noticias prometedoras (incluido El Espectador) y anuncios de éxito, se empiece a generar una ola de indignación e inicie una búsqueda de culpables. Después de todo, el oso andino, como dice Daniel Rodríguez, hoy forma parte de la cultura de los colombianos y lo reconocemos como un animal esencial para algunos ecosistemas. “Es difícil encontrar a alguien que no lo aprecie”.
Pero, señala Rodríguez, que lleva unas cuatro décadas estudiando a esa especie, que participó en el proceso y hace parte del grupo especialista de osos de Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), lo que sucedió, en vez de reflejar “ineptitud” o “negligencia”, es una muestra del esfuerzo de muchas personas por proteger al oso andino y de los desafíos que implica el manejo de fauna silvestre.
“Lo que pasó no es, de ninguna manera, un reflejo de inexperiencia de quienes estaban al frente del proceso”, dice el profesor Germán Jiménez, Coordinador de la Maestría en Restauración Ecológica de la Universidad Javeriana y quien no estuvo involucrado en la liberación de oso Tamá. “Los médicos veterinarios de la Fundación Parque Jaime Duque están muy entrenados en el manejo de fauna silvestre. Son muy profesionales. Yo, incluso, llevo a mis estudiantes de varios cursos de biología porque tienen un excelente cuidado y un muy buen equipo. Lo que todos deben entender es que estas son cosas que pueden suceder cuando se intenta hacer estas reintroducciones, así se tomen todas las precauciones del mundo”.
Precauciones, aseguran tanto Rodríguez, como Rafael Torres, gerente de la Fundación Jaime Duque, fue, precisamente, lo que habían tomado. Pero, después de 11 años de trabajo, tuvieron unos minutos de muy mala suerte.
La caza ilegal y el largo camino para poner a un oso en un páramo
Tamá, recuerda Rafael Torres —así como varios comunicados de PNN—, fue encontrado en el Parque Nacional Natural Tamá en 2014. Tenía unos cuatro meses de edad y estaba huérfano, pues habían matado a su madre. La caza de osos andinos, bien sea para tráfico ilegal de especies, o por conflictos con algunas comunidades con las que comparten territorio (pueden atacar sus vacas), ha sido un constante dolor de cabeza para quienes protegen a ese mamífero. A ojo de buen cubero, Rodríguez calcula que, cada año, se presenta una situación similar con dos oseznos.
Cuando hallaron a Tamá, un funcionario del Parque lo llevó a la autoridad ambiental de esa región (Coponor). Como no estaba en buen estado, se comunicaron con la Reserva Bioandina, ubicada en Guasca, Cundinamarca, que se había hecho un nombre en la rehabilitación de animales de alta montaña.
Pero, tras la pandemia, dice Torres, la Reserva Bioandina, entró en problemas financieros y empezaron a buscar lugares adecuados para los osos que estaban en cautiverio. La Fundación Parque Jaime Duque recibió tres en agosto de 2022. Entre ellos, Tamá.
“A diferencia de los otros, Tamá parecía un animal ansioso que no se adaptaba a las condiciones en las que estaba. Los tenemos bajo cuidado humano profesional, pero evidente que no le gustaba”, cuenta Torres, gerente de la Fundación Parque Jaime Duque.
Luego de unas semanas, sucedió algo inesperado: un árbol cayó sobre una estructura en la que estaba el oso y escapó. El Jaime Duque tuvo que cerrar durante 15 días para encontrarlo. Lo hallaron en el cerro vecino de Tibitó, en el municipio de Tocancipá.
Lo que le sorprendió a Torres, a Rodríguez y al equipo de veterinarios, es que las imágenes de las cámaras trampa que habían puesto en varios puntos, les mostraron a un oso diferente. Trepó árboles, buscó frutos silvestres e hizo espacios para dormir. “Tenía a su disposición unas 600 hectáreas, pero no eran muy aptas porque están llenas de eucalipto. Sin embargo, era evidente que estaba cambiando su comportamiento animal. Fue un episodio que transformó un poco nuestra filosofía como entidad. Y ahí fue cuando todos comenzamos a preguntarnos: ¿Y ahora qué hacemos para darle una segunda oportunidad?”, relata Torres.
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Tras explorar el camino que exigían las normas, decidieron abrir un Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre para osos, donde hay otros individuos de la misma especie. Como señalan en su página web, obtuvieron la autorización para hacerlo en julio de 2023. Lo llamaron Santuario del Oso de Anteojos, que hoy está ubicado en La Reserva Natural de la Sociedad Civil El Páramo, en Guasca. Allí observaron que Tamá, explican, tenía condiciones para estar en su hábitat natural. Y empezaron a tocar puertas.
¿Por qué no lo liberaron en Chingaza?
Una de las preguntas que se han hecho varios usuarios en redes sociales es, ¿por qué, si el oso andino habita en ecosistema de páramo y bosques altoandinos, no liberaron a Tamá en Sumapaz o en Chingaza? ¿Por qué tenían que transportarlo en avión y helicóptero hasta Norte de Santander, si estaba en Cundinamarca?
Torres y Rodríguez —que también está a la cabeza de la Fundación Wii, donde investigan al oso andino— dicen que, de hecho, tocaron muchas puertas para liberar a Tamá en un páramo cercano al Santuario. Pero liberar a ese macho de 11 años y 174 kilos no es soplar y hacer botellas.
En Chingaza, la autoridad ambiental les dijo que no era buena idea porque los conflictos de las comunidades con el oso andino podían ponerlo en riesgo. Algo similar les mencionó la autoridad de Boyacá, cuando la Fundación Parque Jaime Duque propuso liberarlo en una reserva. A la CAR de Cundinamarca, en cambio, sí le pareció que podía ser liberado en el PNN Sumapaz, de manera que, en 2024, iniciaron las gestiones para hacer el traslado, pero se encontraron con otro escollo.
Desde Parques Nacionales Naturales le dieron al Parque Jaime Duque una noticia no muy buena: por una vieja resolución (la 2064 de 2010), que reglamenta las medidas frente al manejo de fauna silvestre decomisada o rescatada, no podían liberar al oso en Sumapaz. Por ese motivo, le escribieron a Rafael Torres en marzo de 2025, “se ha tomado la decisión de no autorizar la reintroducción del oso en ningún sitio diferente al lugar de su origen, el cual corresponde al Parque Nacional Natural Tamá”.
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“Fue una interpretación de la norma que nos obligaba a liberarlo en el mismo lugar donde fue rescatado. ¿Y qué hicimos? Pues ponernos a trabajar para lograrlo”, señala Rodríguez. “Son animales que resisten mucho. En otras experiencias, han tenido que estar en guacales hasta por 48 horas. Para liberar dos ejemplares en Putumayo, por ejemplo, tuvimos que viajar desde Bogotá hasta Pasto; luego los llevamos en un camión hasta un sitio de reposo y, después, con la comunidad, cargamos el guacal unas 4 horas a pie para llegar al lugar elegido. Con el tiempo, al monitorearlos, nos dimos cuenta de que ya estaban muy acoplados a los humanos y no iban a sobrevivir, así que los llevamos de vuelta al santuario e hicimos ese mismo recorrido”. En Ecuador, incluso, ya hay experiencias de traslado de osos en helicóptero, como sucedió con un individuo en 2024.
Teniendo eso claro y tras haber integrado a PNN, haber conversado con los funcionarios del PNN Tamá, en Norte de Santander, y con la comunidad que vive cerca a ese lugar, planearon el operativo. Eligieron el 17 de diciembre, dice Torres, porque para esa fecha ya habría menguado el invierno. “Con la Universidad Javeriana hicimos los estudios genéticos para garantizar que podía regresar a su lugar de origen, y examinamos su estado físico, que estaba perfecto”, agrega.
Así que, el pasado miércoles, lo llevaron a eso de las 6 a.m. en un guacal especial al aeropuerto Guaymaral, al norte de Bogotá, para que un vuelo charter lo trasladara hacia Cúcuta. Viajó con veterinarios y con un collar satelital que enviaría señales de su ubicación cada dos horas. Tardó cerca de una hora y media.
Mientras tanto, en la capital de Norte de Santander, la directora del PNN Tamá hizo una rueda de prensa y, en sus redes sociales, Parques Nacionales compartió cada paso a paso con el hashtag #TamáVuelveACasa. A las 10:26 a.m. el animal ya estaba listo para ser trasladado en un helicóptero de Helistar Aviación al punto seleccionado. No tardaría más de 25 minutos.
“Cuando llegó a Cúcuta, estaba bien de salud. Tomaba bien agua y no presentaba ninguna complicación. Siempre viajó despierto, porque la idea era llegar al sitio y liberarlo de inmediato”, apunta Rodríguez. “Se puso en el helicóptero, despegó, pero las condiciones climáticas le impidieron tocar tierra firme”.
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Según cuenta él y Torres, el sitio seleccionado empezó a nublarse y los pilotos no veían el sitio para aterrizar. Después de intentarlo un par de veces, decidieron que lo adecuado, por la salud del animal y la seguridad del resto de la tripulación, era regresar a Cúcuta. Pero, en el trayecto, se percataron de que la salud de Tamá empeoró. Presentó signos de dificultad respiratoria, indicó PNN en un comunicado, y, pese a los esfuerzos, los veterinarios no pudieron salvar su vida.
“Nunca habíamos tenido este desenlace. Sabíamos del riesgo, pero fue una sorpresa devastadora. Pasamos de una alegría inmensa a una enorme tristeza en cuestión de segundos”, recuerda Rodríguez, que resalta que un mismo propósito haya alindeado a muchas instituciones privadas y estatales. Aunque están a la espera de los resultados de la autopsia para despejar las dudas, sospecha que el aumento de la temperatura pudo incidir.
“Es mejor tener paciencia y esperar qué muestra esa evaluación”, sugiere otro biólogo que se ha especializado en trabajar con mamíferos, pero prefiere no ser citado con nombre propio. “Pudo ser cualquier cosa, desde la alimentación o la temperatura. Quienes participan en estos procesos hacen todos los esfuerzos para que todo salga bien, pero esto pasa: hay imprevistos, y la gente tiene que entender que hace parte del aprendizaje para seguir conservando a una especie”.
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“Un equipo de especialistas puede tomar todas las precauciones del mundo, como en este caso. Pero hay cosas impredecibles que, a veces, no se pueden prever, pese a haber programado todo con mucha antelación”, opina, por su parte, Jiménez, de la U. Javeriana. “Y hay que aprender que eso pasa en el manejo de fauna silvestre. Tenemos que lidiar con estas situaciones”.
En otras palabras, como señaló en un breve comunicado, Big Mammals Conservation, una fundación dedicada al manejo y conservación de los grandes mamíferos en los Andes de Ecuador, “los procesos de captura, rehabilitación y liberación de grandes mamíferos silvestres representan una de las intervenciones más complejas y sensibles dentro de la conservación moderna. Aun cuando se aplican protocolos rigurosos, evaluaciones médicas especializadas y una planificación exhaustiva basada en evidencia científica, persisten riesgos biológicos, fisiológicos y operativos imposibles de eliminar por completo”.
En ese texto, expresaban su solidaridad con el equipo que estuvo al frente de todo el proceso con Tamá, y reconocían “el enorme esfuerzo humano y emocional que implica trabajar por la rehabilitación y liberación de la fauna silvestre”. También se unían a ese “sentimiento de tristeza” que todos tenían, pues como dice ahora Torres, tras una década de trabajo, todo el equipo quedó completamente “apachurrado”.
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