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“El conflicto hace que las personas estén más expuestas a sufrir por el cambio climático”

Por segunda vez, la colombiana Catalina Jaime participará en el informe más importante sobre cambio climático. La experta del Centro del Clima de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja contribuirá desde sus conocimientos sobre la gestión del riesgo de desastres y su relación con los contextos vulnerables.

Catalina Sanabria Devia

22 de septiembre de 2025 - 01:00 p. m.
Catalina Jaime, investigadora del Centro del Clima de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.
Foto: Cruz Roja Alemana
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Aunque todavía quedan años de trabajo por delante para que se conozca la próxima evaluación científica, técnica y socioeconómica del cambio climático, ya se sabe quiénes la llevarán a cabo. En esta ocasión, siete colombianos harán parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), lo que representa, hasta ahora, la mayor participación de nuestro país.

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Catalina Jaime será una de las colombianas que contribuirá al séptimo informe del IPCC, que se espera que esté listo entre 2028 y 2029. Con más de 20 años de experiencia en el sector humanitario, Jaime estará, por segunda vez, en el grupo de trabajo dos, enfocado en los impactos del cambio climático, la vulnerabilidad y la adaptación.

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La experta, quien desde hace una década se desempeña en el Centro del Clima de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, analizará cómo influye la emergencia global por el acelerado aumento de la temperatura en contextos especialmente frágiles. En conversación con El Espectador, Jaime apunta sus expectativas para este informe y cuenta cuál ha sido su trayectoria académica y profesional para llegar a integrar este importante panel.

Usted hará parte del grupo enfocado en los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad. Desde sus conocimientos y experiencia, ¿hay algún punto en específico sobre el que desee llamar la atención?

Hay una razón por la que yo estaba muy interesada en ser parte del reporte. Trabajaré en el capítulo 20, que se encargará de analizar cuál es la evidencia a nivel mundial de adaptación en los contextos de fragilidad extrema, de pobreza, donde los medios de vida son precarios o hay desplazamiento.

El capítulo se enfocará en el elemento de vulnerabilidad, que es uno de los factores que limita que las personas realmente puedan reducir los riesgos o adaptarse al cambio climático. Creo que va a ser muy interesante para poder traer todo mi trabajo de los últimos 20 años en contextos humanitarios, de fragilidad y de conflicto, pensando en temas de adaptación al cambio climático.

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En el informe participarán otros investigadores colombianos. ¿Cree que por ser del mismo país y contar, en esta oportunidad, con mayor participación nacional, se presentarán puntos en común o preocupaciones particulares de Colombia?

Yo me imagino que cada quien trae su perspectiva y su historia de vida. En el grupo de trabajo dos, donde se incluye más la parte social, tendremos algún bagaje de nuestra experiencia en Colombia. En mi caso, de una u otra manera, mi labor siempre ha sido influenciada por lo que viví cuando trabajé en el país. Inevitablemente, habrá un tipo de inspiración, pero al mismo tiempo, como el reporte debe tener un enfoque global, se requiere un balance y saber cuándo es oportuno y cuándo no tener esa perspectiva dentro del análisis.

Creo que el hecho de que haya más colombianos no es una sorpresa, sino como un testamento al trabajo realizado durante muchos años por personas increíbles que han impactado a una generación, que creció pensando en la importancia de la gestión del riesgo de desastres y la adaptación al cambio climático. Y aquí nombro especialmente a Gustavo Wilches-Chaux, siendo él mismo parte del IPCC hace tantos años, y a Omar Darío Cardona, también un actor clave en los reportes pasados.

¿Cómo explicaría, en palabras sencillas, las maneras en que el cambio climático se relaciona con esas situaciones de vulnerabilidad?

Hay dos formas de verlo. Por un lado, están los lugares que ya tienen conflicto, donde hay poblaciones afectadas por la violencia. En estos contextos, los niveles de vulnerabilidad son salvajes. Ese es uno de los ángulos: entender que realmente el conflicto, siendo uno de los factores más grandes para esa vulnerabilidad extrema, hace que las personas estén aún más expuestas a sufrir por los impactos de cambio climático. Y no es justo que eso suceda, que se tengan que enfrentar a lo que en Colombia llamamos la doble afectación.

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Hay otra parte, mirando hacia el futuro, que es preguntarse; ¿de qué manera diferentes eventos climáticos tienen el potencial de influenciar o exacerbar las fragilidades, las tensiones, la violencia? Ese es un tema muy delicado porque existen diferentes corrientes de pensamiento. Mientras que hay unas militaristas, que plantean que las próximas guerras serán por cuenta del cambio climático, lo que vemos nosotros desde el sector humanitario es que las razones del conflicto son políticas, sociales y de gobernanza.

Si a un lugar donde ya existe un poco de tensión, donde hay legados de conflicto, se le suma cualquier cosa que estrese al sistema, ya sea una inundación o un terremoto, va a llevar a la inestabilidad. De hecho, en mi investigación de maestría en Nepal, hace muchos años, analicé la relación entre una inundación de 1993 y la escalada del conflicto en 1996. Tuve la oportunidad de hablar con el jefe de los maoístas, de la guerrilla allá en Nepal, y él me decía que la guerra, claramente, no fue originada por la inundación, pero que fueron ellos quienes respondieron ante esa emergencia y ayudaron a las personas afectadas, pues el Gobierno no pudo hacerlo. De una u otra manera, hubo conexión entre las poblaciones y los maoístas.

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Entonces, una de las cosas que analicé es cómo los programas de gestión del riesgo de desastres tienen un gran potencial para, además, crear diálogos y evitar que ese tipo de cosas pasen. Ahí la adaptación es inclusive más importante, tenemos que invertir más y más, porque en ciertos lugares también implicará cohesión social y hasta construcción de paz.

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Usted ha desempeñado un papel clave en la definición de la acción anticipatoria, ¿por qué esto es relevante?

Básicamente, la acción anticipatoria es la evolución de los sistemas de alerta temprana, pero adaptada al sector humanitario. Creamos el concepto como una respuesta a las brechas que había en tener sistemas de alerta temprana que funcionaran bien. Nos preguntamos: ¿Qué es lo que hace falta?

Hay elementos clave, como la financiación. Se puede saber que viene el fenómeno de El Niño y que tiene un alto potencial de impacto, pero si no hay un mecanismo financiero para implementar acciones, ¿de qué sirve ese pronóstico? Luego está la toma de decisiones, una combinación entre ese entendimiento del pronóstico, pero también un análisis de riesgo mucho más profundo. Se debe garantizar, de una u otra manera, que utilicemos la mejor información. Por otro lado, están las acciones. Históricamente, los sistemas de alerta temprana se han enfocado en evacuar a las personas, y esto es muy importante, pero hay oportunidades para una mayor reducción del riesgo de desastres.

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¿Cuáles diría que son los casos que se deben abordar con urgencia y que no pueden dar espera para brindar atención humanitaria? Teniendo en cuenta la emergencia climática.

Ciertamente es muy complejo. Parte de mi trabajo, incluyendo a muchas otras organizaciones, es básicamente resaltar la importancia de poder invertir e implementar acciones en los contextos más frágiles. Hay un gran espectro sobre este tema porque si hablamos de Gaza, en este momento, no se puede hacer nada, está fuera de cualquier posibilidad de acción climática, pero ese es el más extremo de los extremos. Existen otras oportunidades.

En Sudán, por ejemplo, que también está en una situación muy complicada, hay cosas que se pueden hacer. La prioridad es asegurar que allá el Departamento de Meteorología y la Unidad de Gestión de Riesgos de Desastres cuenten con apoyo para continuar trabajando. Desde la perspectiva de cambio climático, es esencial garantizar que, si hay riesgo de inundación o de alguna ola de calor, por lo menos se tengan los pronósticos para implementar las acciones tempranas más básicas.

Otros casos son el de Myanmar, donde no todo el país está en conflicto, así como en Colombia. Somalia, Yemen, inclusive Camerún, son muchos. De hecho, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó que en este momento hay 24 países en el mundo con conflictos armados, entonces definitivamente esos son una prioridad para ciertos tipos de adaptación, dependiendo de su situación y de sus posibilidades.

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Luego, en el IPCC como tal, mi prioridad, dentro de mi rol, será encontrar evidencia de lo que está pasando en términos de adaptación en estos países Voy a trabajar con muchas universidades y organizaciones, para entender, lo que está funcionando y lo que no, enfocándome en esos contextos mucho más complejos.

Y hablando específicamente del caso de Colombia, ¿cómo se pueden aterrizar estas alertas y las acciones tempranas?

Hay varios niveles de acciones. Una cosa es que, si se recibe un pronóstico, se pueden implementar acciones puntuales. Pero también existen medidas o procesos para lograr una acción temprana, por ejemplo, tener un claro entendimiento de riesgos: un mapeo, cuáles son las zonas que pueden ser más afectadas por inundaciones, sequías, olas de calor. Preguntarse: ¿Hay poblaciones desplazadas viviendo ahí o no? ¿Hay personas con discapacidades? ¿En dónde están y en qué situación? ¿Son zonas con riesgo de inundaciones o cualquier otra amenaza? A partir de eso, es posible plantear acciones que realmente se puedan implementar.

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Usted tiene casi dos décadas de experiencia en acción humanitaria, pero realizó su pregrado en Ingeniería industrial. ¿Cómo fue ese camino para llegar a donde está hoy y desempeñarse en la Cruz Roja?

Es una historia muy bonita. Yo soy Tunja, pero mi familia y yo nos fuimos a vivir a Bogotá. En el colegio yo era parte del equipo de simulaciones para terremotos, entonces la Cruz Roja colombiana nos entrenó y yo integraba el grupo que hacía primeros auxilios. Incluso, todos los sábados íbamos a comunidades de personas desplazadas en la montaña, cerca al colegio, donde hacíamos actividades con los niños.

Por cosas de la vida terminé estudiando ingeniería industrial en la Universidad Militar, que es pública y más económica. Pero desde que yo estaba en la universidad tenía claro que iba a trabajar en el sector humanitario. Al mismo tiempo, el tema de la gestión de riesgo de desastres siempre estuvo presente.

La primera respuesta emergencia que yo hice en Colombia fue en 2005, en el Urabá, por unas inundaciones. Luego me gané una beca que me llevó a Europa a hacer mi maestría y, cuando tenía que decidir qué investigar, tenía una pasión por dos cosas: los terremotos y el tema de clima y conflicto. Siempre estuve muy interesada en la gestión de riesgos de desastres en contextos humanitarios, que no era muy normal en el sector, pues por lo general se enfocaba solo en respuesta.

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Hice mi investigación de maestría en Nepal, luego me fui a Haití, tras el terremoto, también estuve en Uganda, para montar el primer proyecto de acción anticipatoria en el mundo, y en Filipinas, donde hubo un tifón terrible. Finalmente, entré a trabajar en el Centro del Clima, donde ya llevo diez años y donde he podido conectar todo, desde la investigación hasta las políticas y la práctica.

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Por Catalina Sanabria Devia

Periodista con interés en temas de género, medio ambiente y construcción de paz. Ha colaborado en medios como Rutas del Conflicto y Mongabay Latam. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2022) y el Premio al Periodismo Social y Ambiental de Constructora Capital (2023).@catalina_sanabrlsanabria@elespectador.com
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