:format(jpeg)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/JRBJ3H4RNRCTBODXN5I534PR2M.jpg)
En el municipio de Lloró (Chocó) caen más de 12.000 mm de lluvia al año. De hecho, es considerado uno de los lugares más lluviosos del mundo, si no el más. El responsable del 80 % de estas lluvias es el Chorro del Chocó, o Choco-jet, una corriente de viento que tiene casi la altura que existe entre el nivel del mar y Medellín. (Lea: Estos son los ganadores de los premios de ciencias más importantes de Colombia)
“El Chorro del Chocó es una corriente de viento que viaja de oeste a este. Entra al continente y se choca contra la cordillera en un proceso que se llama “ascenso orográfico”. El chorro asciende, la humedad se condensa, y los vientos que vienen del este se encuentran en dirección opuesta con esta corriente y empujan las nubes. Por eso es que las lluvias son tan fuertes en la costa Pacífica”, explica Johanna Yepes, estudiante de doctorado de la Universidad Nacional, sede Medellín y la investigadora principal del estudio. En resumen: la alta cantidad de humedad que transporta del Chorro del Chocó explica la impresionante cantidad de lluvia que cae en el Pacífico Colombiano. Germán Poveda, uno de los profesores que acompañó la investigación, ya había descubierto esta corriente de viento hace 20 años como parte de su tesis de doctorado en Recursos Hídridcos, en la Universidad de Boulder (Colorado, EE. UU.).
En ese momento lo guiaba la misma pregunta que hoy: ¿por qué carajos llueve tanto en el Pacífico colombiano? En aquella época no existían los buscadores de Google, entonces Poveda se sentó en la biblioteca de su universidad durante un mes a buscar si otros como él habían observado algo nuevo. “Me encontré con una gráfica de 1967 de unos ingenieros que habían registrado a través de observaciones muy sencillas el influjo de una corriente de viento sobre las lluvias del Pacífico. Ahí estaba”.
Sigue a El Espectador en WhatsAppPor esa investigación también Poveda ganó el Premio de la Fundación Alejandro Ángel Escobar, pero en 1999. “Antes se pensaba que solo jugaban los vientos alisios del hemisferio norte, es duro convencer a otros colegas”, recuerda el hoy profesor de la Universidad Nacional, sede Medellín. (Puede leer: La biblia de biodiversidad que no todos los biólogos aceptan)
Y claro, la ardua tarea de convencer colegas meteorólogos no puede hacerse sin evidencia contundente. Aunque hoy la existencia del Chorro está ampliamente aceptada por los científicos del clima de todo el mundo, esta investigación, que fue premiada este año por la Fundación Alejandro Ángel Escobar en la categoría “medio ambiente” es la primera evidencia directa de cómo el Chorro del Chocó afecta el clima del Pacífico colombiano.
El artículo fue publicado en la revista de la American Meteorological Society, una de las más prestigiosas en ciencias meteorológicas en el mundo, y en Dyna, la revista de ingeniería más antigua de Colombia.
¿Cómo hicieron para medirlo?
Para saber cómo funcionaba el Chorro del Chocó y cómo influenciaba las lluvias del Pacífico, las investigadoras y el profesor Poveda llegaron a una solución sencilla: globos de helio y radiosondas.Para medir el Chorro hicieron cuatro excursiones en 2016, dos en el mar Pacífico y otras dos en la Universidad Tecnológica del Chocó, en Quibdó, con apoyo de los profesores Reiner Palomino y Samir Cordoba. Cada día durante siete días, inflaron cuatro globos blancos con helio y les ataron una radiosonda, que es un instrumento que mide variables como la velocidad del viento, humedad relativa, temperatura y presión atmosférica.
El globo de helio se eleva en el aire durante una hora y media, mientras, la radiosonda envía datos cada dos segundos a una poderosa antena receptora. Las investigadoras tienen la antena conectada a un computador que procesa esos datos y se pegan a la pantalla durante una hora y media, hasta que el globo llega tan alto que se estalla por la presión, y la radiosonda cae al mar o a la selva y se extravía para siempre. (Le puede interesar: En busca del secreto de la diversidad de aves colombianas)
“Es como medirle las tripas a la atmósfera por dentro”, dice Poveda. Pero esto no es tan sencillo. Por un lado, exige de las científicas un esfuerzo físico que implicaba no dormir mucho por varios días. Los globos con las radiosondas eran soltados al aire cada seis horas (a la medianoche, a las seis de la mañana, a las doce del día, a las seis de la tarde) durante siete días.
Las científicas se tomaban una hora preparando el globo hasta que estuviera inflado y listo con la radiosonda colgada, y después de ocupaban una hora y media de monitorear los datos que recibían. Todos en ese barco durmieron poco o nada, si podían soportar el mareo producto de estar semanas enteras en mar abierto.
Tal vez la razón más importante por la cual la evidencia directa del Chorro del Chocó se había demorado tanto en llegar es que una investigación de este calibre es muy costosa. Por ejemplo, cada radiosonda vale 200 dólares. Si tenemos en cuenta que se usaron cuatro al día, durante siete días seguidos, en cuatro campañas, la factura se eleva a 22.400 dólares, casi 78 millones de pesos solo en los instrumentos de medición. A eso súmele el uso del buque: unos 1.800 millones de pesos.
Colciencias financió las radiosondas, Dirección General Marítima de la Armada Nacional puso los barcos para las excursiones en mar, y las científicas, el cerebro. Como el helio para los globos no puede ser transportado en vuelos comerciales, la Fuerza Aérea transportó los más de cuarenta tanques de helio y entre Medellín, Tumaco, Buenaventura y Quibdó. “Al final a ellos para cuestiones tácticas también les interesa mucho saber cómo se comporta el clima de estas zonas. Por eso yo creo que es muy importante este esfuerzo conjunto entre instituciones públicas. Más que necesario para el avance de la ciencia”, opina Yepes.
Según Poveda, en la investigación tuvieron suerte porque en dos excursiones (las de enero y noviembre) alcanzaron a tomar datos del comportamiento del clima mientras sucedía el Fenómeno del Niño y de la Niña, respectivamente. Lo que descubrieron fue que con el Niño, que es un fenómeno, un calentamiento de las aguas del Océano Pacífico Tropical, se transporta menos humedad hacia Colombia. Por eso, entre otras razones, El Niño es sinónimo de sequía. “Es como si el Chorro del Chocó fuera un bombero con una manguera de 200 kilómetros apuntándole a Colombia de frente. Con El Niño, el caudal de la manguera disminuye, o sea, el influjo de humedad decrece, y por eso hay menos lluvias en Colombia”, explica Poveda. Durante la Niña pasa lo opuesto. El mar se enfría, y la manguera del bombero coge fuerza.
“Nosotros logramos capturar todo eso, ya no son modelos climáticos sino con datos tomados en terreno”, explica Poveda. (Lea: El animal que sería una posible solución para el cambio climático)
Las excursiones fueron apenas la fase experimental. Les tomó dos años y medio analizar los datos, entre otras, gracias a una super computadora del Desert Research Institute. John Fredy Mejía, profesor del DRI, capacitó al equipo para realizar los radiosondeos y les dictó un curso de modelacion atmosférica.
Gracias a esos datos, ahora las predicciones climáticas sobre el Pacífico son más certeras. Las estudiantes de maestría que participaron en la investigación, Manuela Velásquez, María Camila Angel y Sara Vallejo, tomaron los datos y los compararon con los modelos climáticos que se usan para predecir el clima de la región. La conclusión a la que llegaron es que eran bastante deficientes, y no por falta de esfuerzo sino por falta de datos.
*Este artículo fue modificado para hacer dos precisiones: el Chorro del Chocó no es un viento si no una "corriente de vientos", y el helio no es un gas inflamable.