Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La subdirección de adultez, de la Secretaría de Integración Social, habilitó un servicio en el que los habitantes de calle recibían alimentación, dormitorio, aseo personal, prendas y acompañamiento en salud durante mínimo cuatro meses, según el caso. Durante dicho tiempo salían a autogestionar un empleo o a emprender algún trabajo afín a su experiencia, hasta lograr el ahorro y la estabilidad suficiente para egresar, con la seguridad de poder pagar su arriendo y su manutención.
LEA: “Si en una semana no mejora la tendencia, volverá el racionamiento diario”: Galán
Se trataba del programa Servicio de Desarrollo Integral y Diferencial para Población Habitante de Calle (SEDID), propuesta intrépida y moderna parecida a los tratamientos del consumo de SPA, que adelantaron en el norte de Europa, con el nombre de reducción de riesgos y daños. Pero, a decir verdad, los funcionarios responsables de la asistencia al fenómeno de la habitabilidad en calle, de la Secretaría de Integración, no le cogieron el tiro a la idea del SEDID como laboratorio social.
La razón es que los sicólogos, trabajadores sociales, terapeutas y operadores están formados dentro de la escuela típica que, desde la moral inherente a la “guerra contra las drogas”, difundieron y practicaron con saña “narcóticos anónimos”, los religiosos Claretianos y los Agustinos. De hecho, entre las unidades de servicios de la subdirección para la adultez, la joya de la corona siempre ha sido El Camino.
LEA: Escasez de agua en Bogotá ¿cómo llegamos a este punto?
Esta buena locación, en inmediaciones de la avenida El Dorado con avenida 68, por cierto, ha aplicado todas las modas de la terapéutica para adictos. Primero fue Centro de Rehabilitación y, con los años, corrigió y se llamó Comunidad Terapéutica El Camino. Después cambiaron de nuevo a Comunidad de Vida, y, ahora, con una gran inversión en dos grandes edificios, le llaman El Camino, a secas, sin motes erráticos.
Entre tanto, el SEDID funcionaba a tientas, aunque con resultados. De mi parte admiré los casos de los carreteros recicladores que, pese a la inestabilidad de dicho trabajo, egresaron con conciencia y modos para vivir independientes. Sé de uno que se mantiene dignamente. Otros lo lograron en la albañilería, celaduría y mejor les ha ido a quienes, además, recompusieron sus relaciones familiares y aquellos que inventaron alianzas alternativas para montar ventas formales, casi siempre de comida.
Todo esto, mayoritariamente desde la autogestión, porque desde el trabajo social, en contados casos, hicieron puente con empleadores, excusando su negligencia con el lema: “No somos una bolsa de empleo”. Esto es una lástima, porque sí deberían ser un puente de inclusión laboral expedito. En este asunto les lleva una gran ventaja el IDIPRON.
LEA: “Evaluamos medidas más restrictivas”, gerente del Acueducto sobre crisis de agua
Me informa la coordinadora que actualmente, gracias al servicio, hay 57 ciudadanos laborando formalmente y 17, de manera informal. Además, que en este año los casos de egresos forzados por consumo de marihuana dentro de la unidad sólo han sido siete. Es decir, muy buen promedio de resultados exitosos.
Hay que señalar que dicho momento de buenos resultados abonó el sentido de pertenencia en los funcionarios del SEDID, que empezaron a entender la potencia terapéutica y transformadora de la inclusión laboral. Pero, ese momento de entusiasmo y cariño por el servicio duró muy poco, porque sucedió una contingencia imprevista: la corporación “Foro Cívico”, que manejaba tercerizada los centros de atención a ancianos El Dorado y Pensilvania, se declaró en banca rota; no siguió prestando el servicio, y 100 adultos mayores quedaron a la deriva.
Ante tal situación, hubo que acogerlos en el SEDID. Entonces, se armó un revuelto en el servicio que terminó malogrando la misión original. Ahora, había que atender con prioridad a viejitos, discapacitados, personas trans e, incluso, a enfermos mentales. Así el laboratorio social, que pudo haber sido el SEDID, se volvió un revuelto y se desvirtuó el sentido original del servicio. Por supuesto, los resultados ya no eran tan claros. Entonces se subrayaba como fracaso el que algunos participantes fumaran marihuana furtivamente en la unidad o que algunos se “farriaran” el primer sueldo, como excusas para no reconocer el zaperoco en el que decayó el servicio.
Ahora que ya está terminada la nueva edificación de El Camino, hay que llenarla con 200 personas, sin importar qué no todos estén interesados en un “proceso de rehabilitación”. Parece que lo importante es que la Secretaría de Integración Social se luzca con una inauguración en pleno, que enorgullezca al señor alcalde, y exponer entre los vulnerables potenciales votantes para las elecciones del 2026, cuya campaña soterradamente ya empezó.
A El Camino habrá que inyectarle recursos, lo cual obliga una reingeniería del sistema. Así pues, el SEDID, con cara de niña fea, resultó damnificado en el revolcón. Lo acabaron y, en adelante, será otro hogar de paso. Los atendidos, incluidos los viejitos, o se van para El Camino o para la calle.
El chicharrón de esta transición le tocó a la coordinadora María del Pilar Garay, pedagoga reeducativa muy competente y comprometida con las necesidades de los ciudadanos habitantes de calle, pero la coyuntura estratégica y política excede sus alcances. Nada puede hacer, como ella misma dice: solo obedecer órdenes de los superiores, pero la protesta de los que quedarán en la calle van contra ella, culpándola del pandemonio. Así termina la historia de lo que pudo ser y nunca fue un interesante laboratorio, social puente de inclusión socio laboral.
