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                                                                                                                              Opinión: Humedales y urbanismo

                                                                                                                              Durante el periodo de la colonia, los españoles no valoraron la virtud de los humedales, los evitaron como si fueran charcos malsanos y emplazaron las primeras doce chozas en las faldas de las montañas, en lo que hoy es “el chorro de Quevedo”. Así, la negligencia contra el ecosistema hídrico que demostraron los colonizadores al construir la capital se ha mantenido a través del tiempo.

                                                                                                                              Son más escasos los amaneceres con neblinas, se extinguieron los peces nativos de la sábana y muchas de las aves que nos visitaban desde el norte ya no lo hacen porque no hay lagos acogedores en la Sabana.
                                                                                                                              Foto: Secretaría de Ambiente

                                                                                                                              Al observar, desde el cerro de Monserrate, la meseta de Bogotá se entiende que haya sido una laguna. Se entiende también que cuando el mítico Bochica creó el Salto del Tequendama, antes que, como deidad, procedió con idoneidad de ingeniero hidráulico consciente, de que ese era el punto de drenaje adecuado para desaguar las anegaciones causadas por los desbordamientos de los ríos Tibitó y Sopó.

                                                                                                                              En efecto, el control de las aguas permitió que las diversas tribus Muiscas que habitaban La Sabana le dieran usos más eficientes al suelo, cultivando en los terrenos secos maíz, legumbres, tubérculos y favorecidos de la fauna, peces, cangrejos, aves migratorias, venados y demás especies nutridos con los dones de los humedales.

                                                                                                                              Lea también: Personería solicitó garantizar el derecho al voto de los detenidos en Bogotá

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                                                                                                                              Cuando Santa fe de Bogotá ya tenía 20 mil habitantes los ríos eran cloacas en las que se vertían excrementos, desechos y basura, todo lo cual contaminaba las lagunas, humedales de abajo para terminar en el río Bogotá desde aquel entonces destinado a ser usado como cuenca de residuos.

                                                                                                                              El desarrollo urbanístico, en la colonia y en la Primera República se dio a lo largo del pie de monte, hacia abajo estaban las grandes haciendas cuyos dueños se las ingeniaron para rellenar las charcas, las lagunetas y los humedales que hubiese en sus predios, haciéndolos suelos cultivables, caminos y potreros para ganadería.

                                                                                                                              Se puede decir que la negligencia apática contra el ecosistema hídrico bogotano que demostraron los españoles al construir la ciudad se ha reproducido a través de los tiempos. Ya como capital del país, el necesario crecimiento de la ciudad hacia la extensión occidental de la planicie, ha ido rellenando las cuencas acuíferas. Ni las casas, ni las urbanizaciones, ninguna edificación, ninguna vía ha procurado la integración con los humedales, ni siquiera con los ríos, varios de los cuales fueron techados por vías, como el San Francisco bajo la avenida Jiménez, y los demás convertidos en alcantarillas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Yo vine por primera vez a Bogotá en 1969, me impresionó ver la neblina que en los amaneceres cundía desde sus suelos. Después, en 1973, cuando definitivamente mi abuela nos trajo a vivir a la capital, y aquí llegué a cursar cuarto de bachillerato, el recorrido del bus del colegio era por entre humedales.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Una vez nos aventuramos varios pelaos del barrio en irnos a pie a un concierto rock en Fontibón saliendo de Modelia, sin imaginarnos que lo que creíamos un potrero era en realidad un gran humedal, con peces y sapos saltando entre buchones y juncos, garzas y patos migrantes, ya en camino pisando escollos y falsos montículos llegamos empapados al lugar del concierto, que ya había terminado y debimos conformarnos con el concierto de batracios y cigarras que escuchamos durante la odisea.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              En consecuencia, cada vez son más escasos los amaneceres con neblinas, se extinguieron los peces nativos de la sábana y muchas de las aves que nos visitaban desde el norte sigue de largo porque ya no hay laguitos acogedores en la sabana.

                                                                                                                              A veces me preguntó si este desapego del bogotano por su suelo tendrá que ver con el hecho de que también se han olvidado de la papa chorreada, del tamal cundinamarqués y del puchero como si esos sabores y los charcos autóctonos fueran vergonzantes.

                                                                                                                              Son más escasos los amaneceres con neblinas, se extinguieron los peces nativos de la sábana y muchas de las aves que nos visitaban desde el norte ya no lo hacen porque no hay lagos acogedores en la Sabana.
                                                                                                                              Foto: Secretaría de Ambiente

                                                                                                                              Al observar, desde el cerro de Monserrate, la meseta de Bogotá se entiende que haya sido una laguna. Se entiende también que cuando el mítico Bochica creó el Salto del Tequendama, antes que, como deidad, procedió con idoneidad de ingeniero hidráulico consciente, de que ese era el punto de drenaje adecuado para desaguar las anegaciones causadas por los desbordamientos de los ríos Tibitó y Sopó.

                                                                                                                              En efecto, el control de las aguas permitió que las diversas tribus Muiscas que habitaban La Sabana le dieran usos más eficientes al suelo, cultivando en los terrenos secos maíz, legumbres, tubérculos y favorecidos de la fauna, peces, cangrejos, aves migratorias, venados y demás especies nutridos con los dones de los humedales.

                                                                                                                              Lea también: Personería solicitó garantizar el derecho al voto de los detenidos en Bogotá

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                                                                                                                              Cuando Santa fe de Bogotá ya tenía 20 mil habitantes los ríos eran cloacas en las que se vertían excrementos, desechos y basura, todo lo cual contaminaba las lagunas, humedales de abajo para terminar en el río Bogotá desde aquel entonces destinado a ser usado como cuenca de residuos.

                                                                                                                              El desarrollo urbanístico, en la colonia y en la Primera República se dio a lo largo del pie de monte, hacia abajo estaban las grandes haciendas cuyos dueños se las ingeniaron para rellenar las charcas, las lagunetas y los humedales que hubiese en sus predios, haciéndolos suelos cultivables, caminos y potreros para ganadería.

                                                                                                                              Se puede decir que la negligencia apática contra el ecosistema hídrico bogotano que demostraron los españoles al construir la ciudad se ha reproducido a través de los tiempos. Ya como capital del país, el necesario crecimiento de la ciudad hacia la extensión occidental de la planicie, ha ido rellenando las cuencas acuíferas. Ni las casas, ni las urbanizaciones, ninguna edificación, ninguna vía ha procurado la integración con los humedales, ni siquiera con los ríos, varios de los cuales fueron techados por vías, como el San Francisco bajo la avenida Jiménez, y los demás convertidos en alcantarillas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Yo vine por primera vez a Bogotá en 1969, me impresionó ver la neblina que en los amaneceres cundía desde sus suelos. Después, en 1973, cuando definitivamente mi abuela nos trajo a vivir a la capital, y aquí llegué a cursar cuarto de bachillerato, el recorrido del bus del colegio era por entre humedales.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Una vez nos aventuramos varios pelaos del barrio en irnos a pie a un concierto rock en Fontibón saliendo de Modelia, sin imaginarnos que lo que creíamos un potrero era en realidad un gran humedal, con peces y sapos saltando entre buchones y juncos, garzas y patos migrantes, ya en camino pisando escollos y falsos montículos llegamos empapados al lugar del concierto, que ya había terminado y debimos conformarnos con el concierto de batracios y cigarras que escuchamos durante la odisea.

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                                                                                                                              A veces me preguntó si este desapego del bogotano por su suelo tendrá que ver con el hecho de que también se han olvidado de la papa chorreada, del tamal cundinamarqués y del puchero como si esos sabores y los charcos autóctonos fueran vergonzantes.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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