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El documento fílmico, escrito por Luis Estrada y Jaime Sampietro, expone las tensiones sociales en un decadente pueblo, La Prosperidad, gobernado por Regino Reyes, Presidente municipal. Un chabacano y esnobista mandatario quien dice gobernar para el pueblo y luchar contra la corrupción, pero que sus actuaciones desdicen su discurso.
La trágica realidad de La Prosperidad es la propia de muchos pueblos latinoamericanos, gracias a que una exigua mayoría irresponsablemente acogió el discurso progresista basado en el odio, las mentiras y promesas irrealizables, pero aderezado de sugestivas narrativas ambientales, de género, de lucha contra la corrupción, promoción del aborto e irresponsable asistencialismo estatal.
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Los colombianos palpamos de cerca la realidad cubana, venezolana y nicaragüense, aun así esa misma mayoría nos puso a vivir en carne propia nuestra tragicómica realidad, que viene dándose desde la elección de mandatarios similares a Regino Reyes, unos menos y otros más, en ciudades como Medellín, Cali, Santa Marta, Cartagena y Bogotá. Sin embargo, la elección en 2022 de presidente y vicepresidente fue el golpe de desgracia para Colombia.
Al Congreso también llegaron legisladores similares a Regino Reyes. La manera en la que estos aplican, por ejemplo, un doble rasero, empezando por David Racero, presidente de la Cámara de Representantes, los identifica a todos. Los mayores exponentes de esta “nueva” clase política ignorante e incapaz en el legislativo, han sido Gustavo Bolívar, Agmeth Escaf, Alex Flórez y Susana “Boreal” Gómez Castaño. Bolívar, pretende darnos más de esta dosis como alcalde de Bogotá.
Quienes más hablan de austeridad, respeto institucional, meritocracia, libertad y paz, como lo hacen los progresistas, una vez elegidos son quienes hacen mayor gala de derroche, insubordinación institucional, nepotismo, restricciones ciudadanas, odio, apoyo a los delincuentes como los de la primera línea y justifican sin ruborizarse todos sus excesos.
No es casualidad el “de malas” de la vicepresidente Márquez por el helicóptero y el tour diplomático por África; menos los viajes de la primera dama para asistir a funerales en el Reino Unido y Japón, o a la coronación del rey Carlos III; y, mucho menos, el desdén gubernamental frente al gravísimo asunto que enreda a Nicolás Petro y la campaña de su padre.
De la misma manera, tampoco es casualidad la indebida intromisión de la “gestora social” de Medellín en la administración municipal; ni la indebida injerencia que se denuncia tiene en la alcaldía Mauricio Ospina, hermano del alcalde de Cali; y, muchísimo menos, los nombramientos de políticos tradicionales y personas incompetentes en ministerios, embajadas, consulados, secretarías y entidades descentralizadas, para lo que prima el amiguismo y el pago de favores politiqueros.
El desdén del ministro de Defensa por la seguridad y el propio del canciller Alvaro Leyva por la diplomacia lo dice todo de esta “nueva” clase política; pero lo de “blanquitos” del presidente, es la más reciente y contundente prueba de la identidad progresista.
En octubre elegiremos gobernadores, diputados, alcaldes, concejales y ediles. No elijamos más Reginos Reyes. Colombia no es un pueblo perezoso, ignorante, ni carente de capacidad de trabajo y emprendimiento, mucho menos bruto. Invito a desechar candidatos populistas, promotores de odio y sin la menor evidencia de tener capacidad y éxito como administradores públicos.
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Escojamos candidatos que demuestren preparación, competencia, seriedad, rigor y éxito en las tareas que aspiran a desarrollar y para lo que requieren de nuestro voto. No hay que creer más en los cuentos progresistas mentirosos. Colombia está a tiempo de evitar caer en el abismo. La decisión está en nuestras manos.
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