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Cuando somos niños, la pregunta más frecuente que escuchamos es: ¿qué quieres ser cuando seas grande? Y respondemos con ilusión: astronauta, bombero, médico, policía, maestro. Los sueños infantiles reflejan la imaginación sin límites y el deseo de contribuir al mundo de formas visibles y heroicas. Pero con el paso del tiempo, esa espontaneidad se diluye. Las decisiones profesionales se transforman en elecciones condicionadas por el entorno, las oportunidades y, muchas veces, por la tradición familiar.
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En Colombia este proceso ha llevado a una concentración alarmante de estudiantes en ciertas carreras universitarias. Más de la mitad de quienes acceden a la educación superior se están formando en programas como Derecho, Ciencias Sociales y Ciencias Políticas, mientras que las demandas del mercado laboral y los desafíos globales avanzan por otro camino.
El reto no es solo ampliar el acceso a la educación superior, sino repensar qué tipo de formación necesitamos para enfrentar los desafíos del futuro. ¿Cómo aseguramos que los jóvenes puedan acceder a empleos dignos y bien remunerados? ¿Cómo preparamos a nuestra fuerza laboral para los cambios que ya se están dando?
Revisemos las cifras. Según datos del Ministerio de Educación, entre el 48% de los estudiantes a nivel nacional y más del 52% en Bogotá eligen formarse en programas como Derecho, Ciencias Sociales, Ciencias Políticas y Humanidades. Aunque la diferencia entre la capital y el promedio nacional no parece abismal, Bogotá muestra una concentración significativamente mayor en estas áreas. Esta situación refleja un patrón de elección académica que, si bien responde a intereses culturales e históricos, plantea interrogantes sobre su alineación con las demandas reales del mercado laboral y los desafíos globales.
Estudiantes matriculados por área de estudio 2024.
La conclusión salta a la vista: El sistema educativo está desconectado de las habilidades que el mundo está empezando a exigir.
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El informe del Foro Económico Mundial sobre el futuro del empleo (2023) expone una realidad contundente: En los próximos cinco años, se espera que casi una cuarta parte de los empleos cambien. Las áreas con mayor proyección de crecimiento están concentradas en especialistas en inteligencia artificial, sostenibilidad y protección ambiental, análisis de datos, ingenieros robóticos, operadores de maquinaria agrícola, tecnología financiera y especialistas en transformación digital en diversas áreas.
El mundo va por un lado y Colombia por otro. En Colombia y en especial en las grandes ciudades el grueso de la población estudiantil sigue optando por formaciones que, aunque valiosas, no están alineadas con las principales transformaciones económicas y productivas.
Esta transformación obliga a repensar la orientación vocacional y las políticas educativas en Colombia. Un país competitivo debe transitar de un modelo centrado en profesiones tradicionales a una formación alineada con las demandas globales. Incorporar competencias STEM, inteligencia artificial y análisis de datos desde la educación básica es clave, pero sin descuidar la conciencia ambiental, el pensamiento crítico y el desarrollo humano.
Los colegios pueden promover metodologías interactivas y proyectos interdisciplinarios que conecten matemáticas con sostenibilidad, ciberseguridad, salud mental y agricultura inteligente. Fortalecer la orientación vocacional temprana es esencial para que los estudiantes comprendan la diversidad de campos emergentes y su impacto en la sociedad. No se trata de poner a los niños frente a una pantalla todo el tiempo, sino de usar la tecnología como una herramienta para aprender a resolver problemas reales y comprender el mundo con mayor profundidad.
Es momento de repensar lo que enseñamos y cómo lo hacemos, para que la pregunta “¿qué quiero ser cuando grande?” inspire a soñar con un mundo mejor y no solo con títulos profesionales obsoletos.
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Por Felipe Jiménez Ángel
