Opinión: Son Callejero, la orquesta incluyente en Bogotá

La orquesta, que surgió de rescatar talentos perdidos en la calle, hoy tiene vuelo propio y quiere que cuenten su historia en una película.

Alberto López de Mesa
27 de octubre de 2023 - 05:10 p. m.
Opinión: Son Callejero, la orquesta incluyente en Bogotá

El 21 de octubre, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, ante cientos de personas se presentó la orquesta de salsa Son Callejero. Entre las personalidades que gozaron del concierto estuvieron Ramiro Osorio, el director del Teatro Mayor y primero en ser ministro de la cultura en Colombia, y junto a él bailó la alcaldesa Claudia López. Seguramente muchos de los presentes, enterados del origen sui géneris de la orquesta, esperaban ver a un conjunto rupestre, como salidos de los picapiedra, y debieron asombrarse ante la presencia escénica, la afinación y la contundencia de su música.

La agrupación nació hace 15 años, como el resultado más exitoso de “Acciones Culturales en Calle”, subcomponente de la Secretaría de Integración Social, cuya misión era crear productos culturales con talentos artísticos en condición de habitabilidad en calle. Pero en la ruta de los talleres que cumplía el responsable del área de música, Dairo Cabrera, sucedió algo providencial: se topó en los servicios para habitantes de calle de la Alcaldía a músicos prodigioso, a “caballos de la salsa”, con formación, idoneidad y trayectoria en el género.

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Viviendo del retaque y casi en la indigencia se encontraba Roberto Echeverría (guitarrista, bajista, arreglista y cantante.), Exequiel Night (bajista y compositor), Antonio Ortiz (percusionista virtuoso, en la interpretación de todos los cueros), Carlos Cuesta (cantante) y Gloria Rojas (cantante de cultivada afinación, pero sin el tumbao’ salsero). Con ellos y otros más empíricos, a Dairo se le metió la ilusión de que de allí podía nacer una orquesta importante.

Su idea creció cuando se enteró de que en Cali estaba callejeando el maestro Édgar Espinoza, pianista y saxofonista fundador del grupo Niche, así como arreglista de Henry Fyol; en Cartagena limosneaba en los buses Alberto Puello, ‘El Halcón, gran sonero quién otrora fue primera voz en la orquesta del Nene y sus traviesos, y en Girardot chisgueaba en las cantinas Saulo Sánchez, una de las voces más privilegiadas del bolero en Colombia.

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A los tres, Dairo los persuadió para que aceptaran vivir en Bogotá y se integrarán a la orquesta en ciernes, que en ese momento nada les ofrecía más que la ilusión de volver a las tarimas. Los tres aceptaron, pero no para vivir en los servicios del Distrito. Eran soberbios en la insumisión y callejeros de verdad.

Cuando Carlos Garzón, subdirector para la adultez de la SDIS, y sus asesores más sensibles oyeron lo bien que sonaban, no obstantes los tambores folclóricos y vientos prestados, no dudaron en seguirle la cuerda a Dairo y gestionaron la consecución de instrumentos idóneos para una orquesta de salsa. Se compraron una trompeta, un bajo eléctrico, un timbal, bongos, conga, campana, clave y otro maestro de música prestaba y tocaba su teclado.

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Así arrancó la orquesta, animados por grabar un disco con temas originales y con presentaciones esporádicas en los centros para habitantes de calle y en bares de confianza. Pero también empezaron los problemas. El principal fue enfrentar los paradigmas perversos de los terapeutas y psicólogos, que en la Secretaría atendían a los adictos a SPA habitantes de calle.

Así, mientras Son Callejero grababa su primer disco (por cierto, con letras mías, para varios temas) y mientras la orquesta rebuscada presentaciones compitiendo en desventaja social (no musical) con orquestas comerciales, desde la Secretaría de integración la recua de psicopedagogía intrigaba con su perorata discriminatoria y moralista:

- ¿Qué cómo así que están cobrando por las presentaciones y se les paga a músicos adictos sin tratamiento para el buen manejo del dinero?

- “Esa orquesta es un gueto de permisividad. Son músicos adictos sin tratamiento de rehabilitación que usan lo que ganan para seguir consumiendo”

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Y tal fue la cizaña y la imbecilidad, que la misma institución terminó reteniendo en sus bodegas los instrumentos. Prefirió que se pudrieran y se oxidaran, a qué los músicos adictos redimieran su existencia. Incluso, posicionaron el argumento de que para los Salseros de Son Callejero el oficio de la música fue el factor que los llevó al consumo y siempre será piedra de tropiezo, por lo tanto, si quieren superar sus adicciones deberán dejar la música. ¿Cómo les parece tamaña estulticia en presuntos servidores sociales?

Empezó pues el desmoronamiento de un importante proyecto, peor con la destitución por corrupto del alcalde Samuel Moreno; luego con el gobierno interino y a la defensiva de Clara López, y el subsiguiente desbarajuste de cambios en conceptos y contrataciones, durante el gobierno de la Bogotá Humana. Total, Son Callejero quedó en el limbo y sus integrantes al garete del desamparo institucional.

Por suerte, Dairo Cabrera, sin contrato y libre de la ideología institucional, tomó el toro por los cuernos, se apersonó de mantener viva su idea de orquesta, con la confianza de que el disco producido había gustado a muchos, y sobre todo, porque sentía que tenía la obligación de corresponder con las esperanzas que sembró en sus parceros, los músicos de Son Callejero. Así empezó la nueva etapa de la orquesta, libre de prejuicios pseudo terapéuticos, donde el único juez del arte será la ciudadanía, el público melómano.

Es largo de contar el trasiego cumplido y vivido, para que la orquesta sea hoy una fundación con personería jurídica y reconocimiento en la cultura nacional. Acoge a músicos que se ganan la vida en las esquinas, como es el caso de la violinista cubana Yiyi Cobo; a estudiantes de la ASAB, que buscan en Son un saber que no les enseña la academia, y a un pianista virtuoso, que, cansado de vivir de la chisga, quiere trascender su arte en una orquesta que admira.

A Dairo lo han acompañado en su empeño y a su modo ONG altruistas, alguna vez el SENA, el IDIPRON, el filántropo francés Xavier Farguetton, Susana Ferguson, Ingrid Morris, a su modo Rosmira Espinoza y Milena Echeverría. Gestionando a pulso, se logró para los tres integrantes más vulnerables de la orquesta un bono pensional, que subsane sus necesidades primarias. Los músicos de la orquesta, sin presión policiva, llegan sobrios y optimistas a los ensayos y a los conciertos, porque han construido una familia especial, donde el amor, el arte y las ilusiones son la única embriaguez.

Este empeño ha sido premiado y/o reconocido por las instancias de la cultura, toda vez que Son Callejero ha participado y ganado becas de los programas de auxilios para artistas en el Distrito Capital. Hoy por hoy es un modelo de inclusión para músicos en condición de vulnerabilidad, como dice Dairo: “la única orquesta de salsa en el mundo incluyente y con misión social”.

Es importante también que la gente de la calle se siente representada por una orquesta de calidad, que canta al mundo con un punto de vista de la vida, que los dignifica y los sublima. Por eso el sueño de todos es tener una sede propia, ya le llaman “La casa taller”. También quieren que alguien cuente su historia en una película.

Ojalá esta columna tocara el corazón de alguien decisorio, en una entrada del Estado o privada, que con bondad y sin prejuicios apoye los propósitos y favorezca el devenir de la orquesta. Se han muerto dos integrantes de son Callejero: viejo Night y viejo Robert, pero pueden estar seguros que donde quiera que estén, su legado se seguirá cantando de la orquesta que los redimió, porque Son Callejero va para mucho rato.

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